Una encrucijada: fraternidad o indiferencia

 Queridos hermanos y hermanas: 

Gracias por estar aquí. Ante nosotros está el mar, fuente de vida, pero este lugar evoca la tragedia  de los naufragios, que provocan muerte. Estamos reunidos en memoria de aquellos que no sobrevivieron, que no fueron salvados. No nos acostumbremos a considerar los naufragios como noticias y a los muertos  como cifras; no, son nombres y apellidos, son rostros e historias, son vidas rotas y sueños destrozados.  Pienso en los numerosos hermanos y hermanas ahogados en el miedo, junto con las esperanzas que llevaban  en el corazón. Frente a semejante drama no sirven las palabras, sino los hechos. Pero antes, hace falta humanidad: silencio, llanto, compasión y oración. Los invito ahora a un momento de silencio en memoria  de estos hermanos y hermanas nuestros; dejémonos conmover por sus tragedias. 

Demasiadas personas, huyendo de los conflictos, la pobreza y las catástrofes naturales, encuentran  entre


las olas del Mediterráneo el rechazo definitivo a su búsqueda de un futuro mejor. Y así este espléndido  mar se ha convertido en un enorme cementerio, donde muchos hermanos y hermanas se ven privados  incluso del derecho de tener una sepultura, pero la única en ser sepultada es la dignidad humana.

En el libro testimonio “Hermanito”, el protagonista, al final del turbulento viaje que lo condujo desde la República de  Guinea hasta Europa, afirma: «Cuando te sientas sobre el mar estás en una encrucijada. A un lado está la  vida, al otro la muerte. Allí no hay otras salidas» . Amigos, ante nosotros también se abre una encrucijada: por una parte, la fraternidad, que  fecunda de bien la comunidad humana; por otra, la indiferencia, que ensangrienta el Mediterráneo. Nos  encontramos frente a una encrucijada de civilización. 

No podemos resignarnos a ver seres humanos tratados como mercancía de cambio, aprisionados y  torturados de manera atroz; no podemos seguir presenciando los dramas de los naufragios, provocados por  contrabandos repugnantes y por el fanatismo de la indiferencia. Deben ser socorridas las personas que, al  ser abandonadas sobre las olas, corren el riesgo de ahogarse. Es un deber de humanidad, es un deber de  civilización. 

El cielo nos bendecirá si en la tierra y en el mar sabremos cuidar de los más débiles, si sabremos superar la parálisis del miedo y el desinterés que condena a muerte con guantes de seda. En esto, nosotros,  los representantes de las distintas religiones, estamos llamados a dar ejemplo. Dios, en efecto, bendijo al padre Abrahán. Él fue llamado a dejar su tierra de origen: «partió […] sin saber a dónde iba». Huésped y peregrino en tierra extranjera, recibió a los viajeros que pasaron cerca de su tienda ;  «exiliado de su patria, carente de morada, él mismo era anfitrión y patria de todos». Y «como recompensa de su hospitalidad recibió el don de una posteridad».

En las raíces de los tres monoteísmos mediterráneos está por tanto la hospitalidad, el amor por el extranjero en nombre de Dios. Y esto es vital si, como nuestro  padre Abraham, soñamos un futuro próspero. 

Nosotros los creyentes, por tanto, debemos ser ejemplares en la acogida recíproca y fraterna. A  menudo las relaciones entre los grupos religiosos no son fáciles, pues la larva del extremismo y la peste  ideológica del fundamentalismo corroen la vida real de las comunidades. Pero quisiera, a este respecto, hacer eco de lo que escribió un hombre de Dios que vivió no lejos de aquí: «Que ninguno guarde en su  corazón sentimientos de odio hacia su prójimo, sino de amor, porque el que tuviere odio, aunque sea a un solo hombre, no podrá estar tranquilo ante Dios. Dios no escucha su oración mientras guarde rencor en su  alma».  

Hoy también Marsella, caracterizada por un variado pluralismo religioso, está frente a una encrucijada: encuentro o confrontación. Y yo les agradezco a todos ustedes, que se ponen en el camino del  encuentro: gracias por su compromiso solidario y concreto en favor de la promoción humana y de la  integración. Es hermoso que exista aquí —junto a otras diversas realidades que trabajan con los migrantes— el Marseille-Espérance, organismo de diálogo interreligioso que promueve la fraternidad y la convivencia  pacífica. Miremos a los pioneros y a los testigos del diálogo, como Jules Isaac, que vivió cerca de aquí, y  del cual se ha recordado recientemente el 60º aniversario de su muerte. Ustedes son la Marsella del futuro.  Sigan adelante sin desanimarse, para que esta ciudad sea para Francia, para Europa y para el mundo un  mosaico de esperanza.

Como deseo, quisiera finalmente citar algunas palabras que David Sassoli pronunció en Bari, con  ocasión de un encuentro precedente sobre el Mediterráneo:

«En Bagdad, en la Casa de la Sabiduría del  Califa Al Ma'mun, judíos, cristianos y musulmanes solían reunirse para leer los libros sagrados y a los  filósofos griegos. Hoy todos sentimos, creyentes y laicos, la necesidad de reconstruir esa casa para continuar  juntos a luchar contra los ídolos, derribar muros, construir puentes y dar contenido a un nuevo humanismo.  Mirando profundamente nuestro tiempo y amándolo aún más cuando es difícil amarlo, creo que ésta es la  semilla sembrada en estos días tan empeñados con nuestro destino. ¡Ya basta de tener miedo a los problemas que nos plantea el Mediterráneo! [...] Para la Unión Europea y para todos nosotros, nuestra  supervivencia depende de ello» . 

Hermanos, hermanas, afrontemos unidos los problemas, no hagamos naufragar la esperanza, ¡formemos juntos un mosaico de paz! Me place que estéis aquí tantos de los que vais al mar a salvar emigrantes. A veces, no os dejan: Son gestos de odio travestidos de equilibrio. Gracias por lo que hacéis.

Palabras del papa Francisco en su visita a Marsella. Oración rezada a continuación:

Hoy, millones de personas son arrojadas a los caminos y a los mares del mundo por la guerra, la miseria y las persecuciones políticas o religiosas. Oh Dios, Te rogamos.

Padre de todos los pueblos, escucha nuestra oración.

Ilumina su camino, guíalos sin cesar, para que ninguno se pierda, para que encuentren puertas y corazones abiertos para acogerlos, una tierra donde descansar, un futuro para ellos y para sus hijos. Oh Dios, Te rogamos.

Padre de todos los pueblos, escucha nuestra oración.

Aleja de ellos la tentación de la violencia y de la desesperación, para que encuentren en ti, Señor, la fuente de la esperanza en las dificultades que puedan experimentar. Oh Dios, Te lo pedimos.

Padre de todos los pueblos, escucha nuestra oración.

A los responsables de la acogida, dales un corazón humilde para que escuchen a estos hombres y mujeres exiliados y aprendan a conocerlos y comprenderlos. Oh Dios, Te lo pedimos.

Padre de todos los pueblos, escucha nuestra oración.

A los responsables de acogerlos, enséñales a servir sin juzgar, haz de ellos instrumentos de  Tu paz. Por ellos, Señor, Te rogamos.

Padre de todos los pueblos, escucha nuestra oración.

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