Orar por los otros

La oración por el otro es presentar ante Dios la vida de alguien que nos importa (un familiar, un amigo) pero también, como hacemos en la eucaristía cada domingo, la vida de quien sabemos que sufre por una enfermedad, por soledad, por encontrarse en el paro, por ser víctima de la violencia… aunque no lo conozcamos personalmente.

Si esta oración brota del corazón (y no nos limitamos a repetir mecánicamente «te lo pedimos, Señor», «te rogamos, óyenos»), orar por el otro significa, por una parte, dejar por un momento de pensar en nosotros mismos, en lo que deseamos o nos hace falta, para acordarnos de que siempre, no importa cuáles sean mis circunstancias, hay alguien que lo está pasando peor que yo y que necesita de mi oración más que yo mismo; es, por tanto, un acto de altruismo.

Por otra parte, orar por el otro es un gesto de confianza plena en el Señor: muchas veces no tenemos la


capacidad de resolver los problemas del otro ni de ofrecerle consuelo, pero sabemos lo importante que es estar, hacernos presentes, acompañar en el dolor y en la incertidumbre, y decir «hoy voy a rezar por ti»; porque confiamos en que nuestra oración será escuchada «porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (Mt 7, 8). En otras palabras, al rezar reconocemos nuestra propia limitación y ponemos en manos de Dios la vida del prójimo.

Entre las oraciones de la plegaria universal y las oraciones particulares por personas de nuestro entorno, hay una oración por el otro que nos configura especialmente como comunidad de fe: en las parroquias pequeñas, en las comunidades de religiosos o de laicos, en los grupos de vida espiritual se difunden rápidamente (no digamos desde que existe WhatsApp) las noticias sobre un miembro que está enfermo, otro al que le operan hoy mismo, alguien que ha perdido a un ser querido… y todos los miembros de esa comunidad de fe, conjuntamente o de forma individual, dedican un momento del día a rezar por el otro. ¡Qué fuerza tiene una comunidad que reza unida por uno de sus miembros!

Bien sabemos que Dios no actúa como un prestidigitador y que la oración, más que transformar el mundo, transforma nuestra mirada sobre el mundo, pero el altruismo de la oración por el otro y la confianza de que las cosas quedan en manos de Dios son reflejo de un altruismo y una confianza muy superiores, los de Aquel que dio la vida por todos los otros y se abandonó ciegamente a la voluntad de Dios. Su resurrección alienta nuestra esperanza e inspira nuestra oración.

 Por Margarita Borreguero, publicado en Pastoral SJ

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