¿Hay lugar para Dios hoy en la posada?

“Vino a su casa y los suyos no la recibieron”. Con estos términos describe el evangelista S. Juan el rechazo de la Palabra de Dios hecha carne en Jesús de Nazaret por parte del pueblo judío. El que, ya mayor, se definió como la luz del mundo, recibió el rechazo de las sombras del mal: “La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió”. Por su parte, S. Lucas nos narra en su evangelio que María y José tuvieron que subir a Jerusalén a empadronarse, tal como había mandado el rey Herodes. En los días de estancia en la Ciudad Santa, a María le llegó el momento del parto. Necesitados de hospedaje, llamaron a las puertas de la ciudad de Belén sin hallar respuesta. Finalmente, tuvieron que buscar acomodo en una gruta de ganados, a las afueras de la población.

En Navidad recordamos el nacimiento de Dios hecho hombre en un mundo que no quiso recibirlo.

Celebramos la natividad del Señor en un mundo que tampoco tiene sitio para Dios porque no lo tiene para todos: no hay vivienda para muchas personas, no hay recursos energéticos para otras, no hay trabajo ni futuro para muchos jóvenes, no hay paz ni reposo para los que sufren violencia, no hay acogida para los inmigrantes… En nuestro mundo falta caridad y hospitalidad y sobra egoísmo y rechazo.

Ciertamente Dios se encarnó en las entrañas de la Virgen María, se hizo hombre, tomó nuestra condición humana con todas las consecuencias: necesitaba comer para saciar el hambre y beber para saciar la sed, vestido y hospedaje para no pasar frío, cuidado paterno y materno para sobrevivir y crecer. Siendo además el Hijo único del Padre, necesitaba hablar con Él y escucharle, conocer Su voluntad y cumplirla. En definitiva, Dios se hizo Niño, se situó a nuestra altura para otorgarnos la condición de hijos de Dios y regalarnos la vida eterna. Nos encontramos ante un misterio admirable, un misterio de amor y de solidaridad del Dios con nosotros que funda una nueva relación nuestra con Él y con toda la humanidad. En Jesús, Dios se hace solidario de la causa de los hombres, sobre todo de los pobres y excluidos, para que también nosotros hagamos nuestra su causa.

Desgraciadamente, para los habitantes de Jerusalén, el nacimiento del Mesías pasó desapercibido. Ni se podían imaginar que lo habían despreciado cuando, alojado en el vientre de su madre María, les había pedido hospitalidad. Mirándolo desde la autosuficiencia, desde arriba, nunca podremos descubrirle. Es lo que le pasó al rey Herodes al contemplarlo como un competidor en la carrera del poder. También a los dueños de los hospedajes al no considerarlo propicio para el negocio. En cambio, sí pudieron encontrarlo y adorarlo los pastores y los estudiosos de oriente, puesto que su mirada estaba realizada desde la humildad, el cariño y la solidaridad.

El gesto del nacimiento de Jesús es un gesto de amor hacia el ser humano que reclama nuestra solidaridad con todos, pero especialmente con los pequeños, los pobres y los excluidos. El Señor pasa a nuestro lado, ¡ojalá lo descubramos y le dejemos hospedarse en nuestro corazón! Con la mirada puesta en el Niño Dios, os invito a prestar atención a los menores que carecen de una familia que los amen y cuiden. Son más de treinta y cinco mil en toda España. Sin duda, en las instituciones de acogida, reciben el mejor trato, pero echan de menos el calor del hogar, sobre todo los dieciséis mil que esperan encontrar una familia de acogida e incluso de adopción. Al comienzo de este mismo año, el Papa Francisco ponía en valor esta forma de acoger la vida que “está entre las formas más altas de amor y de paternidad y maternidad”. Que el Señor os bendiga y os conceda una Navidad feliz y familiar.

+ Jesús Fernández González

Obispo de Astorga

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