De la acción a la presencia

Hace unos años, un amigo mío se estaba quejando de lo que consideraba el declive y caída del catolicismo en Francia. Su voz se volvió un susurro cansado cuando resumió las cosas así: "Los franceses desarrollaron la Acción Católica. Luego fueron los campeones de la línea que enfatizó el "testimonio" cristiano. Ahora se satisfacen con la mera presencia".

En aquel momento me pregunté si me amigo tenía razón en considerar un declive el paso de la acción


al testimonio y del testimonio a la presencia.
Pensé de esta manera: "Cuando esté a punto de morir, nadie podrá hacer nada por mí y no quiero a nadie predicándome. Pero ciertamente me reconfortará la presencia de un familiar cercano o de otra persona amada".

Ahora me pregunto si, inadvertidamente, mi amigo encontró una buena forma de describir el movimiento desde la creación, pasando por la historia de Israel, hasta el nacimiento mismo de Jesús. Dios actuó en la creación. Moisés y los profetas fueron llamados a dar testimonio a su pueblo. Pero Jesucristo es la presencia personal de Dios entre nosotros. En sus relatos de la infancia, Mateo llama a Jesús "Emmanuel, que significa Dios con nosotros" (Mt 1:25). El prólogo del Evangelio de Juan culmina con las palabras: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1:14). Su presencia llegó por medio del amor gratuito de Dios: "De esta forma el amor de Dios se manifestó entre nosotros, en que Dios envió a Su Hijo al mundo para que el mundo viviera por medio de Él" (1 Jn 4:9).

Pensar en el mensaje navideño en términos de una nueva presencia divina trae algunas ventajas. En primer lugar, nos estamos moviendo en el terreno de algo que buscamos cada día de nuestras vidas -la presencia personal de aquellos que nos cuidan y a quienes cuidamos-. No podemos mantener mucho tiempo amistades o amores a distancia. Las fotografías, los recuerdos, las cartas o incluso las llamadas de teléfono no son suficientes. Queremos disfrutar de la presencia personal de aquellos que llenan nuestras mentes y que nos dejan vivir en sus corazones. Vivimos en el Corazón de Dios y la navidad nos trae visiblemente entre nosotros al Hijo de Dios que cuida infinitamente de cada uno de nosotros. Dios no quiso mantener ese amor a distancia. Dios nos dio y nos da Su presencia personal, el regalo más precioso de aquellos que se preocupan por nosotros.

En segundo lugar, el tema de la presencia divina tiene al menos una pequeña ventaja sobre otros de los lenguajes que escuchamos y utilizamos en nuestras oraciones navideñas. La lectura de la misa del gallo, por ejemplo, nos recuerda el nacimiento de Jesús en un tiempo "cuando la bondad y la ternura amorosa de Dios nuestro Salvador apareció" (Tito 3:4). Sin duda, este lenguaje de la "aparición" indica la bondad divina hacia los seres humanos. Al mismo tiempo, hay un sentido directo de comunicación personal expresada en el nombre "Emmanuel". Dios ya no está simplemente "para nosotros" sino "con nosotros". La Palabra ha venido a habitar "entre nosotros". Esta presencia ha iniciado una nueva relación entre el género humano y nuestro Dios. Como nunca antes, Dios está con nosotros y se relaciona personalmente con nosotros.

En tercer lugar, una presencia personal, ya sea humana o divina, siempre tiene algo misterioso. Apreciamos una diferencia cualitativa entre la mera proximidad física de otras personas en un metro abarrotado y la presencia y apoyo de un amigo en un momento de crisis. Estamos tratando aquí de algo que es innegablemente real y al mismo tiempo bastante difícil de comprender e interpretar. La "presencia" y sus diversas modalidades pueden parecer una realidad bastante clara, pero al intentar analizarla permanece misteriosamente elusiva. Tal vez se deba en parte al hecho de que a lo largo de los siglos la filosofía occidental no se ha ocupado mucho de reflexionar sobre este concepto. Excepto por Gabriel Marcel y otros pocos, los filósofos prácticamente han dejado sin explorar la idea y la realidad de la presencia y de la presencia personal.

Decir que el Hijo de Dios viene "con nosotros" para habitar "entre nosotros" suena a simple charla. Pero tenemos poca ayuda aquí de los filósofos y en todo caso esta presencia apunta a un misterio único, la presencia personal, cualitativamente nueva, de Dios en nuestro mundo.

En cuarto lugar, como apuntó la constitución del Concilio Vaticano II sobre la sagrada liturgia, la presencia personal de Cristo adopta diferentes formas (número 7). Este documento de 1963 se refería, naturalmente, a las diversas formas en que Cristo se hace presente en el culto. Pero el vínculo entre la liturgia y la vida sugiere que miremos también a las muchas otras formas de la presencia de Cristo entre nosotros. De una forma especial, los pobres y oprimidos nos traen Su presencia. El Niño en el pesebre nos muestra Su rostro en todas las víctimas necesitadas de nuestro mundo. El mensaje de Navidad significa no solo la presencia de Jesús en los brazos de María, sino también Su presencia en los brazos de aquellos que cargan con nuestros hermanos y hermanas sufrientes.

No sé si mi amigo se sentirá más feliz ahora con el estado del catolicismo francés. Pero sigo agradecido por el lenguaje que me ofreció. En nuestra historia humana, encontramos a Dios en acción. Escuchamos el testimonio profético que nos ofrece por medio de Escrituras y hablantes inspirados. Pero en Navidad nos podemos alegrar de un regalo misterioso y rico como ningún otro, la nueva presencia personal de "Dios con nosotros".

La Navidad nos muestra que contactamos con Dios no solo por medio de lo que escuchamos y vemos, sino también por medio de lo que tocamos. Podemos ver a Dios actuando en la historia. Podemos abrir nuestros oídos para escuchar el mensaje divino. Pero también podemos tocar al Hijo de Dios, ahora misteriosa pero verdaderamente presente entre nosotros en una rica diversidad de nuevas vías.

Por Gerald O`Collins, SJ. Traducido de America Magazine

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