La unidad de todos, voluntad de Dios y prioridad urgente en el mundo

Con motivo de la conmemoración litúrgica de este año del Apóstol Andrés, el hermano mayor de Pedro, me complace una vez más estar representado en el Fanar por una delegación de la Iglesia de Roma en las celebraciones del santo patrón de la Iglesia de Constantinopla y del Patriarcado Ecuménico. He pedido a la delegación que transmita a Vuestra Santidad el testimonio de mi afecto fraterno y mi sentida oración por usted y por la Iglesia confiada a su cuidado. Ofrezco igualmente un cordial saludo y buenos deseos a los miembros del Santo Sínodo y a los clérigos y fieles laicos que participan en la divina liturgia en la iglesia patriarcal de San Jorge.


El encuentro de la Iglesia de Roma con la Iglesia de Constantinopla con ocasión de sus respectivas

fiestas patronales es expresión de la profundidad de los lazos que nos unen y signo visible de nuestra anhelada esperanza de una comunión cada vez más profunda. El pleno restablecimiento de la comunión entre todos los creyentes en Jesucristo es un compromiso irrevocable de todo cristiano, pues la “unidad de todos” (Liturgia de san Juan Crisóstomo) no es solo voluntad de Dios sino una prioridad urgente en el mundo de hoy. De hecho, el mundo de hoy tiene una gran necesidad de reconciliación, fraternidad y unidad. La Iglesia, pues, debe resplandecer como «signo e instrumento tanto de la estrechísima unión con Dios como de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium,1).

Con razón se ha prestado mucha atención a las razones históricas y teológicas en el origen de nuestras divisiones. Este estudio compartido debe continuar y desarrollarse en un espíritu que no sea polémico ni apologético, sino marcado por el diálogo auténtico y la apertura mutua. Asimismo, debemos reconocer que las divisiones son el resultado de acciones y actitudes pecaminosas que impiden la obra del Espíritu Santo, que guía a los fieles a la unidad en la legítima diversidad. De ello se deduce que solo el crecimiento en la santidad de vida puede conducir a una unidad genuina y duradera. Estamos llamados, pues, a trabajar por el restablecimiento de la unidad entre los cristianos no solo a través de acuerdos firmados, sino a través de la fidelidad a la voluntad del Padre y el discernimiento de los impulsos del Espíritu. Podemos dar gracias a Dios porque nuestras Iglesias no se resignan a las experiencias pasadas y actuales de división, sino que, por el contrario, a través de la oración y de la caridad fraterna, buscan alcanzar la plena comunión que nos permitirá un día, en el tiempo de Dios, reunirse en la misma mesa eucarística.

Mientras caminamos hacia esa meta, ya hay muchas áreas en las que la Iglesia Católica y el Patriarcado Ecuménico están trabajando juntos por el bien común de la familia humana salvaguardando la creación, defendiendo la dignidad de cada persona, combatiendo las formas modernas de esclavitud y promoviendo la paz. Una de las áreas más fructíferas de tal cooperación es el diálogo interreligioso. Aquí recuerdo con agradecimiento nuestra reciente reunión en el Reino de Bahrein con motivo del Foro para el Diálogo: Oriente y Occidente para la Coexistencia Humana. El diálogo y el encuentro son el único camino viable para la superación de los conflictos y de todas las formas de violencia. En este sentido, encomiendo a la misericordia de Dios Todopoderoso a los que han perdido la vida o han resultado heridos por el reciente atentado en vuestra propia ciudad, y rezo para que convierta el corazón de los que promueven o apoyan tan malas acciones.

Invocando sobre vosotros los dones de la serenidad y la alegría de Dios Todopoderoso, renuevo mi expresión de buenos deseos por la fiesta de San Andrés, e intercambio con Vuestra Santidad un abrazo fraterno de paz en el Señor.

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