La gratitud, el mejor antídoto contra el individualismo

Mañana es el día de acción de gracias, un tiempo en el que nosotros, en la cultura del hombre hecho a sí mismo, nos paramos para recordar que algunas cosas nos son dadas, que no todo logro es nuestra propia hazaña y damos gracias por aquellos aspectos de nuestra vida a los que todavía asociamos la palabra "bendición". Pero hoy el reto para el cristiano es asociar esa palabra a la totalidad de la vida, y no solo un jueves de noviembre.

Nuestra comprensión católica del significado de la gratitud está enraizado en las Escrituras y en los padres de la Iglesia. En las lecturas de hoy, rezamos con el salmista:

Que todos tus trabajos te den gracias, oh, Señor, y que tus fieles te bendigan. Que alaben la gloria de Tu Reino y hablen de Tus obras.

La epístola procede de la magnífica apertura de la carta de San Pablo a los Corintios, que, como todas las cartas de San Pablo excepto la dirigida a los gálatas, comienza con una oración de acción de gracias:

Siempre doy gracias a mi Dios por vosotros, por la gracia de Dios impartida sobre vosotros en Jesucristo, en Quien sois favorecidos en todas las formas, con todo discurso y todo conocimiento, cuando el testimonio de Cristo fue confirmado entre vosotros, para que no os falte ningún don espiritual mientras esperáis la revelación de Nuestro Señor Jesucristo.

La gratitud nos orienta adecuadamente hacia nuestro Creador.

San Agustín, en su sexto sermón sobre el Nuevo Testamento, predicó: "Cuando decís `Danos hoy nuestro pan de cada día`, os declaráis los mendigos de Dios. Pero no os avergoncéis de ello; por rico que sea un hombre en la tierra, todavía seguirá siendo un mendigo ante Dios". La gratitud nos pone en nuestro puesto en relación con el Creador -y, consecuentemente, con la creación-.

De alguna manera, esta prioridad de la gratitud como la afirmación necesaria y primera del cristiano se


oscureció con el tiempo. En nuestra tradición católica, mientras que las culturas populares de los países católicos siguieron dando testimonio de la prioridad de la gratitud, de diversas maneras, no figuró realmente en nuestras enseñanzas morales de la era moderna. Esas enseñanzas, enraizadas en el Derecho Natural, cada vez más tendieron a ver la gratitud como un añadido, no como el punto esencial de arranque.

La vuelta a las fuentes de los teólogos a partir del Concilio Vaticano Segundo recuperó las ideas patrísticas de la gracia y la gratitud y la aplicó ampliamente a la antropología cristiana, pero todavía no extendió aquellas visiones a nuestra enseñanza moral. El papa Juan Pablo II desarrolló esta línea de pensamiento, extendiéndola parcialmente a nuestra doctrina social a partir de la antropología, pero no directamente.

Fue Joseph Ratzinger, el papa Benedicto XVI, el que introdujo la idea de gratitud en nuestra enseñanza social. En Caritas in Veritate, el papa Benedicto afirmó que "debería ser remarcado que el progreso de un tipo meramente económico y tecnológico es insuficiente". Llegó así a afirmar que:

"La gratuidad está presente en nuestras vidas de muchas formas diferentes, que a menudo pasan desapercibidas debido a una visión de la vida puramente consumista y utilitarista. El ser humano fue hecho por don, que expresa y hace presente su dimensión trascendente. A veces el hombre moderno se convence erróneamente de que es el único autor de sí mismo, de su vida y de su sociedad. Esa es una presunción que se sigue de estar egoístamente encerrado sobre sí mismo, y es una consecuencia -por expresarlo en términos de fe- del pecado original."

Más adelante, al analizar las relaciones económicas, Benedicto escribe:

"La doctrina social de la Iglesia sostiene que las relaciones sociales auténticamente humanas de amistad, solidaridad y reciprocidad también pueden ser realizadas en las actividades económicas, y no solo fuera o después de ellas. La esfera económica no es ni éticamente neutral ni inherentemente inhumana y opuesta a la sociedad. Es una parte y parcela de la actividad humana y precisamente porque es humana, debe ser estructurada y gobernada de una forma ética... en las relaciones comerciales el principio de la gratuidad y la lógica del don como expresión de fraternidad puede y debe encontrar su lugar en la normal actividad económica.

Aquí está el desafío más profundo al capitalismo laissez-faire en toda la Doctrina Social de la Iglesia. Contra los imperativos culturales de competir a toda costa y de perseguir el propio interés, el papa coloca el imperativo evangélico de la gratitud y del don como un baluarte contra la arrogancia. Hizo más que eso. Vio la gracia y la gratitud como una forma de evitar el empequeñecimiento humano que favorece la trampa más antigua del maligno, la reafirmación individualista. Originalmente, en el jardín, fue el fruto del árbol prohibido el que provocó la caída del primer hombre. Hoy es el margen de ganancias o el precio del stock o la oficina más amplia y céntrica. El mal es el mismo.

Los teólogos todavía están asimilando la visión del papa Benedicto. El papa Francisco está construyendo claramente sobre ella cuando él, también, busca enraizar nuestra tradición ética católica en el rico suelo de la revelación, no solo en el pensamiento de Derecho Natural. Grupos tan diversos como los "Colaboradores de Francisco" y Comunión y Liberación en sus encuentros trabajan por dar contenido y forma a estos mensajes.

Coge casi cualquier asunto y encontrarás moralistas que podrán argumentar en un sentido o en otro sobre la permisividad de una acción determinada. Pero el cristianismo parte de una visión del mundo en la que las enseñanzas morales derivan de la teología y de su antropología, no al revés, y esa visión del mundo debería empaparse, tal vez incluso ahogarse, en la atención a la gracia y a la gratitud. La vida humana es un don, que es por lo que el cristiano está llamado a defenderla de todas sus amenazas. Siendo creados a imagen y semejanza de Dios, la vida humana es dignificada, que es por lo que el cristiano está llamado a defender la dignidad humana y a confrontarse con todo lo que la infringe. Toda vida es creada por Dios, no hecha por nosotros, por lo que no podemos explotarla o dejarla de lado como podemos hacer con un objeto que hemos fabricado nosotros. Debemos tratarnos, unos a otros, y tratar al mundo que compartimos como el precioso regalo que es.

El otro día, vi una foto del papa Benedicto. Parecía de una fragilidad imposible. Esta Acción de Gracias, estemos agradecidos por su introducción consecuente de la gratitud en el corazón de nuestra doctrina social. Y, aunque disfrutemos de una cena que hayamos preparado nosotros, recordemos Quien nos da nuestro pan de cada día. Acojamos la gracia de vernos a nosotros mismos como los mendigos de Dios.

Por Michael Sean Winters. Traducido del National Catholic Reporter

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