Todos hemos de acudir a Su misericordia

«Os aseguro: éste último bajó a su casa justificado, y el otro no»

Corremos el riesgo de interpretar esta parábola con nuestra mentalidad de cristianos del siglo veintiuno y llegar a conclusiones que quizá no coincidan con la intención del autor. Por ejemplo, podemos pensar que no quedó justificado porque con su conducta escrupulosa solo pretendía hacerse “acreedor” a la vida eterna, pero, por una parte, esto no se desprende del texto, y por otra, ésa es una creencia legítima que aún hoy es compartida por muchos.

Tampoco podemos afirmar que no quedó justificado por su prepotencia; por su falta de humildad al


considerarse mejor que los otros hombres, porque si leemos el pasaje con rigor y detenimiento, veremos que no se está arrogando mérito alguno, sino que le está dando gracias a Dios por lo recibido. Menos aún nos podemos apoyar en la última frase del texto de hoy —«el que se ensalce será humillado y quien se humille será ensalzado»— porque, según los especialistas, este epílogo es un simple añadido parenético que además resulta poco apropiado al texto.

Nos encontramos pues ante la paradoja de un hombre justo, que dedica su vida a ser grato a los ojos de Dios, que se dirige a Dios en actitud de acción de gracias, y que, según el evangelio, no queda justificado… y la pregunta es… ¿por qué?...

Probablemente, para entenderlo sea preciso partir de la parábola de los Talentos, pues, al parecer, el fariseo había recibido mucho y lo había invertido todo en su propia perfección. Al igual que el fariseo de la parábola, cada uno de nosotros ha recibido muchos talentos en forma de inteligencia, iniciativa, habilidad, simpatía, liderazgo … pero no los hemos recibido para que nos sirvamos de ellos, sino para que den fruto. Y esto debe hacernos reflexionar, y quizá por ello, Ruiz de Galarreta decía: «No me preocupan nada mis pecados; me preocupan mis virtudes» … mis talentos.

Y volvemos a un mensaje recurrente en el evangelio: lo importante son los frutos; «Por sus frutos les conoceréis» … «Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro…». De nada les sirve al sacerdote y al levita que bajaban a Jericó su condición sagrada, porque Jesús pone de ejemplo al odiado samaritano que se conmueve ante la desgracia ajena y socorre a la víctima. De nada le sirve al fariseo de la parábola de hoy su fe en Dios, su conocimiento de la Ley y el cumplimiento con largueza de la misma, porque lo que Dios espera de nosotros es otra cosa; es amor, compasión, servicio... frutos.

Para los fariseos lo primero es la Ley. Para Jesús lo primero son las personas, y si la Ley no sirve a las personas, es que no sirve para nada. De esta radical diferencia a la hora de concebir la religión vino el permanente enfrentamiento entre ellos; y de ella también su desenlace.

 

Por Miguel Ángel Munárriz Casajús. Publicado en Fe Adulta

Fue una de las parábolas más desconcertantes de Jesús. Un piadoso fariseo y un recaudador de impuestos suben al templo a orar. ¿Cómo reaccionará Dios ante dos personas de vida moral y religiosa tan diferente y opuesta?

El fariseo ora de pie, seguro y sin temor alguno. Su conciencia no le acusa de nada. No es hipócrita. Lo que dice es verdad. Cumple fielmente la Ley, e incluso la sobrepasa. No se atribuye a sí mismo mérito alguno, sino que todo lo agradece a Dios: «¡Oh, Dios!, te doy gracias». Si este hombre no es santo, ¿quién lo va a ser? Seguro que puede contar con la bendición de Dios.

El recaudador, por el contrario, se retira a un rincón. No se siente cómodo en aquel lugar santo. No es su sitio. Ni siquiera se atreve a levantar sus ojos del suelo. Se golpea el pecho y reconoce su pecado. No promete nada. No puede dejar su trabajo ni devolver lo que ha robado. No puede cambiar de vida. Solo le queda abandonarse a la misericordia de Dios: «¡Oh Dios!, ten compasión de mí, que soy pecador». Nadie querría estar en su lugar. Dios no puede aprobar su conducta.

De pronto, Jesús concluye su parábola con una afirmación desconcertante: «Yo os digo que este recaudador bajó a su casa justificado, y aquel fariseo no». A los oyentes se les rompen todos sus esquemas. ¿Cómo puede decir que Dios no reconoce al piadoso y, por el contrario, concede Su gracia al pecador? ¿No está Jesús jugando con fuego? ¿Será verdad que, al final, lo decisivo no es la vida religiosa de uno, sino la misericordia insondable de Dios?

Si es verdad lo que dice Jesús, ante Dios no hay seguridad para nadie, por muy santo que se crea. Todos hemos de recurrir a Su misericordia. Cuando uno se siente bien consigo mismo, apela a su propia vida y no siente necesidad de más. Cuando uno se ve acusado por su conciencia y sin capacidad para cambiar, solo siente necesidad de acogerse a la compasión de Dios, y solo a la compasión.

Hay algo fascinante en Jesús. Es tan desconcertante su fe en la misericordia de Dios que no es fácil creer en Él. Probablemente los que mejor le pueden entender son quienes no tienen fuerzas para salir de su vida inmoral.

 

José Antonio Pagola

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