Qué inesperada sería la conversación

Jesús amaba los banquetes. Nunca escuchamos que rechazase el ofrecimiento de una buena comida. Una vez allí, transformaba la mesa en el espacio de diálogos evangelizadores. En la escena de hoy, podemos imaginarle observando burlón cómo la gente intentaba posicionarse en el mejor asiento de la casa. Si no estaba riéndose entre dientes, Sus ojos seguro que estaban divertidos mientras cada invitado se desvivía en cortesías con la intención de parecer más distinguido que el resto.

Consciente de la capacidad de aprendizaje de su audiencia, Jesús primero ofreció consejo sobre cómo


evitar la humillación: "Elige el lugar más bajo y nadie te pedirá que te abajes". Dirigió este consejo pragmático a personas altamente preocupadas por su apariencia -unos pocos de ellos seguramente fueron lo suficientemente astutos como para comprender Su sabiduría-.

Pero Jesús no se paró en ese pequeño comentario. Aunque la gente se había reunido para una común comida de Sabbat, Jesús narró un relato sobre un banquete de bodas. Era una señal segura de que estaba hablando de algo más que de la cena. Los banquetes de bodas eran una de sus imágenes favoritas del Reino de Dios. Una boda celebra algo nuevo y lleno de potencial. Sacramentaliza los vínculos del amor y una nueva relación que puede transformar a toda la comunidad.

En ese contexto, Jesús se dirigió a Sus comensales como los probables invitados de cenas por venir: "Cuando llegue tu turno, libérate y rompe ese viejo molde de listas de invitados escritas en piedra. Sal de la ruta marcada de tener a todos en la misma posición, repitiendo conversaciones educadas, sin nada más que un cambio de lugar. Repetir siempre la misma y vieja historia apenas es diferente de servir sobras semana tras semana. ¿Qué tal si, en vez de nuevas ropas y comidas de moda, traemos una nueva lista de invitados?".

Habiendo captado su atención, incluso si se pensaban que estaba bromeando, les sugirió que planeasen una escapada colectiva de la rutina albergando a los personajes más improbables de la zona. Quería sorprender a Sus compañeros de cena con creatividad imaginativa.

¿Qué habría pasado si todos en la mesa hubiesen aceptado Su sugerencia? En lugar de invitarse unos a otros, cada uno habría buscado un grupo ecléctico de personas bien conocidas, pero mucho menos prestigiosas. Uno habría invitado al carnicero y su aprendiz, otro, al pastor. Otro habría traído al mendigo de la ciudad (ofreciéndole un baño y un lavado de pies antes de sentarse a la mesa). Otro patriarca habría enviado a un par de sus robustos hijos a que cargasen con el parapléjico de la plaza del pueblo mientras que su hija acompañaba a la viuda de la puerta de al lado. Cada uno de estos invitados podría traer un "acompañante". ¡Imagina qué inesperada sería la conversación en la mesa!

¿Qué podría suceder en semejante cena? Todo el tenor del encuentro cambiaría mientras los invitados entraban en el sacramento de la mesa en el que comer juntos puede ser una expresión viva de humanidad compartida. El común disfrute de los frutos de la tierra podría convertirse en una celebración de los dones del gusto, el olfato y la belleza y en un signo de su compartida interdependencia. La diversidad de personas y perspectivas a lo largo de la mesa les recordaría que la creación de Dios rebosa de una inabarcable diversidad, todos allí por un disfrute que crece exponencialmente en la medida en que es compartido.

Cuando el grupo original se volviese a encontrar unas pocas semanas después, en lugar de preocuparse sobre ocupar los mejores puestos, tendrían mucho que contar sobre la experiencia, sobre ideas y perspectivas que nunca antes habían imaginado. No es difícil imaginarse a Jesús diciendo: "Así es el Reino de Dios y en la resurrección de los justos".

El papa Francisco sigue la enseñanza de Jesús en su encíclica Fratelli Tutti. Criticando entretenimientos como la cena en la que el puesto de honor acapara todas las atenciones, Francisco lamenta que podemos alimentarnos "de sueños de poder y grandeza, y terminar consumiendo distracciones, aislamiento y soledad". Sigue recordándonos que "los seres humanos están hechos de tal manera que no pueden vivir, desarrollarse y encontrar su plenitud excepto en el sincero don de sí mismos a los demás". Él quiere alargar constantemente nuestra mesa de encuentros.

Seguir el ofrecimiento de Jesús y el consejo de Francisco sería una aventura -un paso a lo desconocido-. Nos están invitando no solo a comer y beber en presencia de otros, sino a entrar en un mutuo intercambio transformador. Como Francisco dice: "La vida, con todas sus confrontaciones, es el arte del encuentro". Nosotros, como pueblo cristiano, deberíamos ser apasionados sobre encontrarnos con otros, encontrar puntos de contacto, construir puentes, planear proyectos que incluyan a todos". Francisco nos dice que esa puede ser nuestra aspiración y estilo de vida. Jesús la llama la resurrección de los justos.

Por Mary McGlone. Traducido del National Catholic Reporter

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