Así se convence a un proabortista

Crecí siendo pro-aborto. Hasta hace unos dos años, no había ninguna duda en mi cabeza de que las mujeres deberían tener el derecho a abortar embarazos no deseados. Esto no se debía a que tuviese ninguna idea particular sobre si un feto debería tener todos los derechos de una persona; en cambio, era proabortista porque era demócrata y porque el Partido Republicano me repelía.

Pensaba, y sigo haciéndolo, que las políticas republicanas hieren a los vulnerables y que la retórica de dicho partido es a menudo dañina para personas que merecen caridad y respeto. ¿Cómo alguien que se preocupa por los niños puede apoyar al partido que separa a los niños migrantes de sus padres, que atrapa a tantos niños en la pobreza y que se niega a aplicar el control de armas para protegerlos de los que disparan en colegios?

Pero entonces comencé a ir a la universidad y a tomarme mi fe más seriamente. Cuando me uní a la pastoral universitaria, empecé a interactuar con mayor frecuencia con personas provida, y me sorprendió encontrarme con que muchas de ellas me gustaban. Al principio, consideré a mis nuevos amigos como buenas personas con un gran punto ciego. Pero a medida que pasaba el tiempo, llegué a la conclusión de que esos estudiantes no eran provida a pesar de su bondad sino debido a ella.

Las prioridades de estos estudiantes iban más allá de, sencillamente, acabar con el aborto. Buscaban la


reconciliación y la justicia.
Me impresionó ver como intentaban descubrir una base común con estudiantes proabortistas volviendo las conversaciones hacia la pena de muerte. Me sorprendió escuchar que hacían voluntariado con proyectos caritativos que ayudaban a las mujeres embarazadas a obtener los recursos que necesitaban. Nunca me había imaginado que los provida pudieran ser otra cosa que mojigatos o exaltados. Pero esos estudiantes no eran ni una cosa ni la otra. Eran prácticos y amables.

Mientras luchaba con estas apreciaciones, también comencé a leer y escuchar más medios católicos. Me sorprendió encontrar llamamientos a la justicia social, al cuidado del medioambiente, a la paz, al trabajo decente, a la atención a los pobres y vulnerables, en las mismas columnas y podcast que se referían al aborto como una tragedia y un pecado. Descubrí que muchas y muchos provida son feministas y ven al aborto como uno de los medios por los que la sociedad fuerza a las mujeres a comportarse más como los hombres. Aprendí que muchos provida están incluso más indignados frente a la pobreza que yo porque reconocen que una economía injusta con demasiada frecuencia presiona a las mujeres a elegir el aborto. Leí sobre activistas provida que dedicaron su vida a ayudar a mujeres embarazadas para que no se viesen forzadas a tener un aborto.

No es que de repente me volviese ciego a los activistas antiaborto que defienden políticas extremistas, utilizan tácticas engañosas o emplean una agresividad en el límite de la violencia. Pero vi que los provida que no copan titulares, los que están en el terreno, sirven a la misión de Cristo de una forma que yo solo podía esperar hacer algún día. Demostraban una verdadera lealtad a todas las vidas y, en su devoción por los vulnerables, nos sirven de modelo sobre cómo vivir en imitación de Cristo hoy. Mis creencias proabortistas, me di cuenta, no eran ni tan compasivas ni tan reflexivas.

Como proabortista, siempre había tratado la pobreza como un hecho dado y asumía que el aborto era a veces la única respuesta a las condiciones de esa pobreza. Los provida, sin embargo, me inspiraron con una visión del mundo en el que ninguna mujer tuviese miedo de quedarse embarazada debido a sus costes o inconveniencias materiales.

Como proabortista, me había centrado en las descorazonadoras razones que dan las mujeres que eligen abortar: violaciones, la imposibilidad de proveer lo necesario para sus hijos, el trato desigual a las madres en la educación y en el trabajo. Los provida, sin embargo, me convencieron para que intentara liberar a las mujeres de esas cargas en primer lugar rectificando sus causas profundas.

Como proabortista, había donado dinero a campañas y organizaciones que trabajaban para hacer el aborto más fácilmente accesible. Los provida me enseñaron que el dinero podía destinarse no a la muerte sino a la vida, a ayudar a los miles de activistas y voluntarios que apoyan emocional y económicamente a las madres.

Como proabortista, me habría indignado ante mi afirmación de que si mis objetivos se realizaban, ni la tragedia de la pobreza sistémica ni la injusticia de nuestra cultura que penaliza a las madres se solucionarían. Los provida me ayudaron a comprender que el aborto no libera a las madres pobres, solo oculta su sufrimiento.

Estoy orgulloso de haber dejado atrás esas inconsistencias e identificarme como provida. 

Y, sin embargo, mi disgusto por la lealtad al Partido Republicano de muchos en el movimiento provida permanece, y siento simpatía por aquellos que no tienen estómago para tener trato ni cooperación alguna con ellos. Conservo la esperanza, sin embargo, de que el movimiento provida pueda afrontar sus desafíos. Creo que los aspectos políticos del movimiento provida que tanto detesto -su partidismo, sus leyes draconianas, la retórica hostil- no son necesarios al movimiento sino que lo debilitan.

El verdadero corazón del movimiento provida no es político, sino pastoral. Y es en el servicio personal, cara a cara, en el que los provida obtienen sus mayores logros y sus argumentos más persuasivos. En la compasión y el servicio dedicado, ellos viven la misión cristiana.

Por Patrick Cullinan. Traducido de America Magazine

Comentarios

Entradas populares