Genuina contrición

¿Hay algo tan extraño en nuestro mundo moderno, tecnocrático, obsesionado por el poder como la genuina contrición?

¿Cuántas veces los personajes públicos piden disculpas "si alguien se ha sentido ofendido" por algún grave mal, cómo si la maldad fuese algo relativo a que alguien se queje? Es una disculpa sin culpa.

¿Con qué frecuencia la gente expresa eslóganes sobre los pecados del pasado, pidiendo perdón por los


males cometidos por otros y haciendo de la culpa un ídolo? La historiadora del holocausto, Eva Fleischner, reconoció el peligro de tales actitudes cuando escribió: "El sentimiento de culpa que permanece como tal es peligroso. Más pronto o más tarde, se convertirá en una carga demasiada pesada, y al final resultará en culpabilizar a la víctima. Debemos ayudar a nuestros estudiantes a transformar el sentimiento de culpa en un sentido de responsabilidad, por el presente y por el futuro". ¿Con qué frecuencia nosotros, en nuestro celo por mostrarnos sensibles hacia todos, inintencionadamente hacemos nuestra la descripción de la creencia liberal moderna que escribió H. Richard Niebuhr: "Un Dios sin ira llevó a hombres sin pecado a un Reino sin juicio por medio de los trabajos de un Cristo sin cruz"? No hay mucha necesidad de contrición en un sistema de creencias así.

El papa Francisco no tiene miedo a la genuina contrición. No le impresiona aprender que buenas personas -y ciertamente muchas de las hermanas religiosas que gestionaban los internados para personas nativas eran buenas personas- cometieron hechos terribles y pecaminosos. No le impresiona aprender que las generaciones pasadas de cristianos invocaron el nombre del Hijo de Dios encarnado, en quien no hay judío ni griego, mientras destruían efectivamente la cultura de los pueblos indígenas, y no fueron capaces de ver ninguna contradicción.

Mi colega del Global Sisters Report Dan Stockman escribió un maravilloso reportaje sobre las formas en las que diversas órdenes religiosas femeninas están tratando la historia de sus órdenes en la comisión de lo que ahora vemos claramente que fueron crímenes culturales del mayor orden.

Francisco ve que una conciencia sana de la depravación humana es condición de la genuina contrición y tal conciencia no conduce a la desesperanza, ni necesita abaratar la gracia. Marca en cambio la claridad sobre, y una profunda simpatía con, la condición humana.

Por eso, durante su visita a la curia jesuita en Roma a principios de mes, cuando se le preguntó sobre su viaje a Canadá, dijo: "Es un viaje que dicen que no es fácil. Creo que lo es". No es fácil porque los pecados fueron cometidos por otros, hace mucho tiempo. Es fácil porque el papa comprende el mal y la gracia, el trabajo del demonio y el trabajo redentor del Señor.

El papa comenzó su peregrinación en Canadá con un encuentro con los pueblos indígenas. Para ser preciso, comenzó por su muerte. En su silla de ruedas, Francisco fue llevado a un cementerio y allí inclinó su cabeza en oración. La imagen era poderosa: el papa humillado por su fragilidad física, los pueblos indígenas rezando con él, el viento soplando dónde quiere.

Luego el papa fue conducido a un estadio donde los pueblos nativos organizaron una ceremonia muy diferente a todas las que haya visto: al mismo tiempo solemne y relajada, no guionizada y evocadora, ritualista y espontánea. El papa parecía estar completamente en casa, aunque un poco cansado de sus viajes.

Cuando llegó el momento de hablar, el papa Francisco no pidió simplemente el perdón, ni se limitó a ofrecer una disculpa. El papa rogó, imploró, sollozó por el perdón y mostró una aguda contrición.

"¡He estado esperando para estar aquí y estar con vosotros! Aquí, desde este lugar asociado con memorias dolorosas, me gustaría comenzar lo que considero una peregrinación, una peregrinación penitencial", comenzó el Santo Padre. "He venido a vuestras tierras nativas para expresaros personalmente mi dolor, para implorar el perdón, la sanación y la reconciliación de Dios, para expresar mi cercanía y para rezar con vosotros y por vosotros".

Más adelante: "El lugar en el que estamos reunidos renueva en mí el profundo dolor y remordimiento que he sentido en estos pasados meses. Pienso de nuevo en las trágicas situaciones que muchos de vosotros, de vuestras familias y de vuestras comunidades habéis conocido, de lo que compartisteis conmigo sobre los sufrimientos que afrontasteis en los colegios residenciales. Son traumas que de alguna forma son reavivados cada vez que surge el tema; me doy cuenta también de que nuestro encuentro hoy aquí puede despertar viejos recuerdos y doler y que muchos de vosotros os sentiréis incómodos incluso mientras hablo".

Y, de nuevo: "Estoy aquí porque el primer paso de mi peregrinación penitencial entre vosotros es el de, de nuevo, pedir perdón, deciros una vez más que profundamente lo lamento. Siento las formas en las que, lamentablemente, muchos cristianos apoyaron la mentalidad colonizadora de los poderes que oprimieron a los pueblos indígenas. Lo siento. Pido perdón, en particular, por las formas en las que muchos miembros de las Iglesias y de las comunidades religiosas cooperaron, de las que la indiferencia no fue la menor, en proyectos de destrucción cultural y asimilación forzosa promovidos por los gobiernos de aquel tiempo, que culminaron en el sistema de escuelas residenciales".

Y, otra vez: "Aquí, hoy, estoy con vosotros para recordar el pasado, para compartir vuestro duelo, para inclinar juntos nuestras cabezas en silencio y rezar ante las tumbas. Permitamos que estos momentos de silencio nos ayuden a interiorizar nuestro dolor. Silencio. Y oración. Frente al mal, recemos al Señor del bien; frente a la muerte, recemos al Dios de la vida".

Estas no son las palabras que alguien que busque completar una lista de tareas espirituales. No son las palabras de alguien que repite a la ligera las palabras: "Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden".

Son las palabras de alguien que ha escuchado el clamor de los pobres, de alguien para quien las líneas lastimeras del Salmo 34 resuenan persistentes, irrevocables, poderosas. "Los justos claman, el Señor les escucha y les libera de todas sus aflicciones. El Señor está cerca de quienes tienen el corazón roto y salva a aquellos cuyo espíritu está quebrantado".

Luego, en la Iglesia Católica del Sagrado Corazón de los Primeros Pueblos, sentado en su silla de ruedas, el papa saludó a los miembros de la parroquia. Contemplando sus rostros cuando se acercaban a él y cuando se marchaban, recordé algo que monseñor Lorenzo Albacete una vez dijo sobre el papa Juan Pablo Segundo -que había una "densidad humana" en aquel hombre que era muy distinta a cualquier cosa que hubiese experimentado él antes-.

Francisco también ostenta ese atributo. Nada en su persona transmite siquiera una pizca de insinceridad.

Es notable que el papa esté haciendo este viaje. Podría haber dicho tan fácil, y justificablemente, que no podía viajar debido a su rodilla. Los encuentros que ha tenido con líderes indígenas en el Vaticano han dejado una huella, una huella que le obligaba a ir a Canadá.

Él no puede deshacer los males que se hicieron. Su sentido es, por citar de nuevo a Fleischner, ayudarnos a "transformar el (nuestro) sentimiento de culpa en un sentido de la responsabilidad, por el presente y el futuro". Con ese sentido de la responsabilidad, y solo entonces, la sanación puede comenzar genuinamente. Era un mensaje que necesitaba dar en persona.

Por Michael Sean Winters. Traducido del National Catholic Reporter

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