Shalom, la palabra de perdón de Jesús

Tomás "el dubitativo". El discípulo cuyo apodo le definirá para siempre -y todo fundamentado en una única frase-.

¿Alguna vez te has preguntado por qué Tomás no estaba con los otros aquella primera noche pascual?


Un grupo -no sabemos cómo de grande- de mujeres y hombres, discípulos de Jesús, el asesinado, se había reunido, en medio del miedo y la confusión por el acontecimiento más aterrador de sus vidas. ¿Cerraron las puertas antes de que llegase Tomás? ¿Estaba demasiado triste o enfadado o avergonzado para reunirse con ellos? Obviamente, no se había apartado completamente del grupo porque poco después alguien le dijo que Jesús se había aparecido en medio de ellos.

Tal vez alguien fue a buscar a Tomás precisamente por lo que Jesús hizo aquella noche. Jesús había aparecido en su miedo y en su ocultación, les bendijo con la paz y entonces les reveló el mayor poder del universo: el amor que crea el perdón.

Lo asombroso del perdón es que transforma positivamente los efectos del pasado. Las personas incapaces de perdonarse o recibir el perdón de otros puede quedar atada para siempre a la piedra de sus errores y pecados pasados, quedando definidas por su peor momento. En el perdón, quedan liberadas para reconfigurar (otra palabra para redimir) lo que ha sido destructivo en sus vidas.

Cuando Jesús se convierte en parte del grupo reunido en escondite, simplemente dice: "Shalom, paz". Shalom es una palabra interior. Quiere decir: "No tengo miedo de ti y no tengo nada contra ti". Una antigua enseñanza judía sostiene que shalom-paz es "la única vasija que Dios encontró capaz de contener una bendición". La palabra es también un nombre de Dios.

Shalom fue la primera palabra de Jesús a Sus amigos después de lo que había sufrido. La paz de Jesús recreó Su relación con todos y cada uno de los discípulos reunidos. En ciertos sentidos, fue tan impresionante como la resurrección misma. Fue idéntica a Su resurrección porque expresa la realidad de que el poder del amor no puede ser derrotado. Shalom, la palabra de perdón de Jesús, confirió redención.

Por alguna razón, aquellos que encontraron a Tomás no fueron capaces de comunicarle todo el mensaje. Lo hicieron lo suficientemente bien como para conseguir que se uniera a ellos una semana después, pero todavía no había asimilado suficientemente la transformación que había comenzado entre sus amigos -y en la historia del universo-.

En realidad, los otros discípulos tampoco lo habían pillado del todo: una semana después de la Resurrección seguían estando detrás de unas puertas cerradas. Una vez más, Jesús apareció entre ellos. De nuevo, Jesús les dijo "Shalom".

Entonces, volviéndose a Tomás, Jesús les invitó, a todos, a afrontar sus dudas, al decir: "Tócame. No soy un fantasma. Llevo las cicatrices del abandono y del rechazo. Paz. Tócame y conoce la paz".

Con aquello, Tomás atisbó lo que ninguno de ellos había comprendido. Tomás miró las manos heridas de Jesús, hurgó en ellas y dijo: "¡Señor mío y Dios mío!".

Tomás atisbó la verdad aterradora y maravillosamente escandalosa: Jesús revela que Dios no está exento del sufrimiento. Tomás se dio cuenta de que el perdón de Dios expresa un amor tan vulnerable como el de los seres humanos y más poderoso que el mal.

El relato de la Resurrección no habría estado completo sin Tomás. Él fue el que no se quedó en una "abstracta contemplación", él tenía que comprobar el significado profundo de lo que se le revelaba. Tomás fue el que necesitaba pruebas de que los efectos del mal, horrendos como son, no son omnipotentes. Tomás fue aquel cuya fe no era un sí facilón y por esa misma razón era inquebrantable. 

Si no fuese por Tomás, tal vez pensaríamos en el perdón superficialmente, como si fuese lo mismo que el olvido o que la enmienda. Si no fuese por Tomás, tal vez no comprenderíamos plenamente que Dios nos perdona en una vulnerabilidad libremente elegida. Pero con Tomás nos damos cuenta de que el Dios que sufrió y que sigue sufriendo en las víctimas del mundo nos invita a una transformación que cambie la historia.

Tomás nos recuerda que afrontar honestamente nuestras dudas nos puede abrir a una fe mayor. La valentía que Tomás demostró al dudar permitió a Cristo Resucitado revelar el rostro de Dios de una forma nueva y más plena. El relato de Tomás también demuestra que la resurrección de Cristo nos libera para perdonar y ser perdonados.

Celebremos y emulemos a Tomás como patrón de una fe grande y valiente.

Por Mary McGlone. Traducido del National Catholic Reporter

Comentarios

Entradas populares