Por el amor se llega a la verdad

Últimamente, en mi trabajo como mediador de conflictos, he percibido una tendencia a destacar la cuestión de la "verdad". Por supuesto, todo conflicto está enraizado en la cuestión de la "verdad" -lo que convierte a una situación en difícil en primer lugar es que las partes sostienen en sus mentes imágenes diferentes de lo que ocurre y lo que significa-. Las partes encuadran estas como las cuestiones de la "verdad".

Pero la mayor parte de las cuestiones no se refieren realmente a la "verdad" -al menos de la forma en la

que solemos pensarlo-. Como regla de experiencia, ambas partes están de acuerdo en los hechos básicos de la situación. En lo que están en desacuerdo es en qué hechos importan, cuáles son los más relevantes, qué deberíamos hacer sobre tales hechos. 

Hace un par de años, sin embargo, comencé a ver situaciones que no eran simplemente una cuestión de perspectiva sobre la interpretación y relevancia relativa de los hechos, sino desacuerdos sobre los hechos mismos. Comencé a escuchar relatos no solo de compañeros de trabajo y de congregación, sino también de amigos de larga duración y de queridos familiares incapaces de encontrar fuentes de información que ambas partes consideren confiables. Estaba siendo testigo de las primeras señales de una clase de pandemia diferente -una pandemia de la conspiración-.

Ahora las preguntas sobre teorías alternativas o conspiranoicas llegan en casi cualquier taller sobre tratamiento de conflictos que imparto: Qanon, los orígenes de la Covid-19, la seguridad de las vacunas, la agresión a Ucrania, las elecciones "robadas" en Estados Unidos, el objetivo de las 5G. A veces, hasta la "Sociedad de la Tierra Plana" hace su aparición.

Lo que vincula estas narraciones diversas es el común desprecio por datos fácticos ampliamente disponibles y un énfasis extremo en datos que supuestamente faltan o que son naturalmente limitados. Los teóricos de la conspiración creen en su propia capacidad para discernir la información y establecer conexiones que otros no pueden ver, mientras que sus contrapartes se sienten enfadados y exhaustos en la mera perspectiva de intentar otra conversación que irá -según su experiencia previa- absolutamente a ningún sitio.

La situación me alarma no solo como mediadora de conflictos, sino también como teóloga y miembro de la facultad del Instituto Aquino de Teología, donde nos fundamentamos en todo lo dominico, especialmente por supuesto el pensamiento de Tomás de Aquino. En el silencio de la noche a veces me parece escuchar a Santo Tomás como si quisiera alertarnos a todos de los peligros de este fenómeno y de la necesidad de alguna forma de respuesta coordinada, no solo como sociedad, sino como Iglesia. Creo que vería el pensamiento conspiranoico no solo como un motivo de preocupación social -correspondiente a la salud de nuestra vida en común los unos con los otros- sino en términos de fe.

Es de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino de la que se deriva la clásica definición de diccionario de la palabra verdad como "adecuación del intelecto a la cosa". Dicho con mayor sencillez, la verdad es tener una representación del mundo en tu cabeza que se corresponda con cómo es realmente el mundo. A diferencia de algunas tradiciones espirituales orientales, el cristianismo occidental entiende el mundo como existente en sí mismo, separado de nuestras mentes e independiente de lo que pensemos sobre él. O el clima mundial está cambiando o no lo está haciendo, pero que la temperatura global esté creciendo es independiente de que me lo crea. O Joe Biden ganó las elecciones o lo hizo Donald Trump, pero creer una cosa u otra no cambia el número de votos de cada candidato.

Nuestras creencias importan, sin embargo, porque motivan nuestras acciones. Es nuestro mejor interés asegurarnos de que nuestras mentes se alineen con la realidad, o nuestras elecciones serán muy pobres. Podré no creer en la gravedad, por ejemplo, pero si salto por la ventana de mi apartamento, me voy a estampar contra el suelo a la misma velocidad que uno que sí crea. No es la realidad la que corre peligro. Soy yo.

Muchas teorías de la conspiración parecen bastante inocuas. ¿De verdad algo va a ir mal porque no me crea que el Apolo aterrizó en la luna? ¿Se va a remover Elvis Presley en su tumba si me creo que sigue vivo? ¿Por qué preocuparse? Por dos razones. En primer lugar -en un plano teológico- como cristianos, reverenciamos la "verdad" y la "realidad definitiva" como nombres de Dios y cada vez que tenemos una imagen en nuestra mente que sea menos verdadera de lo que podría ser -aunque sea sobre la suerte de un cantante- también estamos un paso más lejos de Dios de lo que podríamos estarlo. El pensamiento conspiranoico tiene consecuencias espirituales, incluso aunque sean sutiles.

Pero concedo que esta gran preocupación teológica puede resultar un tanto esotérica. Por eso, me permito nombrar las consecuencias más inmediatamente preocupantes: a lo largo de la historia, muchas teorías de la conspiración que tal vez parecían irrelevantes al principio han conducido a consecuencias horrendas. El oscuro libro de 1905 "Protocolo de los sabios de Sión" afirmaba la existencia de una conspiración judía para dominar el mundo. Tres décadas más tarde lo estaban utilizando los nazis para justificar el genocidio del pueblo judío. La negación de la existencia del SIDA en los años ochenta por el gobierno de Sudáfrica contribuyó a cientos de miles de muertes innecesarias. Las actuales campañas de desinformación sobre las vacunas contra la Covid-19 también han contribuido a muertes innecesarias. El muy real impacto de las teorías de la conspiración las convierte no solo en problemáticas espiritualmente sino también en inmorales.

Aquino afirmaría que si estamos genuinamente confundidos por la información y creemos que es verdad lo que no lo es, no cometemos pecado. Estamos, sencillamente, en el muy desafortunado estado de error. Pero si sabemos que una información es ficticia y sin embargo afirmamos su verdad, estaremos mintiendo y en pecado. Es más, si otros han intentado hacernos salir de nuestro error y nos negamos a recibir más información adecuada cuando podríamos hacerlo como criaturas dotadas de razón, seremos culpables del pecado de "ignorancia vencible" -un término del pasado que seguramente necesita ser desempolvado y recuperado-.

Como Iglesia debemos tratar el pensamiento conspiranoico con el mismo vigor que otras cuestiones morales significativas de nuestro tiempo, como la inmigración, el aborto, el racismo o el tráfico de personas. El papa Francisco confrontó regularmente la desinformación sobre la vacuna contra la Covid-19 en su predicación  el año pasado. Y en sus mensajes anuales por el Día Mundial de las Comunicaciones ha sido consistentemente fuerte en levantar la voz de alarma sobre las "fake news", especialmente en los medios y en las redes sociales.

Las parroquias y las diócesis deberían estar haciendo mucho más para tomarse el pensamiento conspiranoico como una crisis moral. Las posibilidades incluyen artículos en las hojas parroquiales o diocesanas, predicación desde el púlpito, oportunidades para la formación de los fieles en la alfabetización mediática, estudios sobre libros o debates sobre películas en las que se vean los efectos de las mentiras. Tratar este asunto requerirá esfuerzos coordinados y sostenidos como una comunidad dedicada a la verdad. Es más de lo que cualquiera de nosotros puede hacer individualmente. Y sin embargo, al mismo tiempo, cada uno de nosotros tiene hambre de descubrir cómo tratar efectivamente con la situación en nuestras propias situaciones personales.

Entonces, ¿qué podemos hacer como personas que están comprometidas con la verdad y, al mismo tiempo, con el amor al prójimo? Unas pocas ideas desde el ámbito del estudio de los conflictos pueden ayudar, incluso aunque no produzcan las inmediatas soluciones que esperamos.

En primer lugar, reconoce que el pensamiento conspiranoico no es algo exclusivo de la derecha ni de la izquierda, de los jóvenes ni de los viejos. No es exclusivo ni excluye a los miembros de ninguna raza ni religión, clase socioeconómica, ni siquiera nivel de educación. Como académica, sé que estoy tentada a tener en excesiva estima mi propia capacidad para discernir información y para percibir tendencias y conexiones que otros no pueden ver. Darse cuenta de que el deseo de "saber" comparte una delgada línea con el deseo de "estar en el grupo escogido de los que saben" nos puede dar una mayor empatía. La verdad no es algo fácil de discernir y, aunque desde una mentalidad tomista no existe tal cosa como los "hechos alternativos", casi siempre va a haber una cosa que se llama "hechos adicionales". Ninguno de nosotros tiene todavía una mente perfectamente alineada con la realidad. Así que deberíamos reconocer que el objetivo de la verdad es una lucha y un camino universal.

En segundo lugar, considera el objetivo de tu conversación. Generalmente participamos en conversaciones sobre teorías de la conspiración con el objetivo de cambiar la mente de la otra persona y ayudarle a "ver la luz". Sin embargo, si solo consideramos como conversaciones exitosas aquellas que resultan en que otros cambien su punto de vista, muy probablemente fracasaremos y nos frustraremos. Deberíamos en cambio asumir objetivos más manejables.

¿Qué podemos realistamente alcanzar en una conversación? Siempre podemos aprender más sobre lo que el otro cree. Podemos formular preguntas sobre su punto de vista, no con la intención de convertirnos a ella, sino con la de comprender por qué ese relato es convincente para él. A veces me imagino en el papel de periodista, haciendo preguntas para asegurarnos de que tenemos su relato lo suficientemente claro como para poder resumírselo y que nos diga: "Sí, me has escuchado".

Esto es importante porque, si las personas raramente cambian sus mentes sobre sus convicciones, jamás lo harán si se sienten despreciados o burlados. Las personas que sienten que no son tomadas en serio probablemente se refuercen y radicalicen en su forma de pensar, no se moderarán.

Otra forma de ayudar a las personas a ser respetadas y escuchadas es reconocer sus sentimientos. Reconocer los sentimientos no es, de nuevo, lo mismo que estar de acuerdo con la historia de la otra persona sino darse cuenta que detrás de ideas enloquecidas a menudo se esconden fuertes emociones de miedo, de ansiedad, incluso de desesperación.

Por ejemplo, podemos decir "Parece que de verdad te preocupa que vacunarte pueda afectar a tu capacidad de tener hijos en el futuro" o "Veo que tienes un gran miedo sobre el futuro de nuestro país: que se convierta en un lugar en el que tu voz no cuente".

Incluso si no podemos, por amor a la verdad, compartir su relato, a menudo compartimos sus sentimientos, y esto puede proporcionar un punto de conexión: "Yo, también, siento mucha ansiedad ahora. Yo, también, deseo que nuestros hijos -incluidos los que vengan en el futuro- estén sanos. Yo también quiero que nuestro país tenga un futuro".

Encontrar un punto de partida compartido a nivel de la emoción también puede proporcionar un puente emocional para compartir nuestra propia perspectiva. A veces podría ayudar identificar brevemente por qué su teoría no te convence. Por ejemplo, "He aquí lo que he estado escuchando y que me ha convencido más" o "Pienso que lo que me ha persuadido para pensar de forma diversa es". Al mismo tiempo, no ayuda encerrarse en una "batalla de datos y hechos" porque es ahí donde probablemente la conversación va a encallar. Posibles giros para que la conversación siga siendo constructiva incluyen:

Invitar a la humildad intelectual y a la reflexión sobre las fuentes de información: "Ni tu ni yo somos científicos/ médicos/ expertos y no vamos a ser capaces de resolver esta cuestión por nosotros mismos. Lo mejor que podemos hacer es asegurarnos de que hemos comprobado la calidad de las fuentes que estamos utilizando para informar nuestras perspectivas. He estado obteniendo mi información de (...) y porque (...)".

Nombrar tus propios sentimientos sobre la conversación misma y sobre el impacto que la conversación esta teniendo en vuestra relación: "Estoy frustrado porque estamos teniendo la misma conversación una y otra vez y no está cambiando ninguna de nuestras mentes pero parece que está dañando nuestra amistad. Estoy preocupado porque me preocupo por ti y por nuestra familia. Me da miedo que nuestras diferencias en esta materia se estén convirtiendo en una herida que no seamos capaces de sanar".

Invitar a estrategias para mover hacia delante vuestra relación: "Sé que hemos caminado en círculos sobre este asunto y a menos que surja alguna información nueva de gran importancia probablemente no ayude seguir discutiendo. Tal vez la cuestión más grande es cómo pretendemos seguir siendo hermanos mientras pensamos de forma tan diversa sobre este asunto. ¿Qué compromisos podemos tomarnos los unos a los otros?

Un compromiso con la verdad es fundamental a nuestras vidas como cristianos. Somos testigos de esto si intentamos asegurarnos siempre de que nuestras propias mentes se alineen con la realidad. Al mismo tiempo, somos testigos de nuestro compromiso con la verdad en la forma en la que elegimos "ser verdad" unos a otros incluso en situaciones marcadas por la falta de verdad. A veces necesitamos trazar límites en qué conversaciones estamos dispuestos a tener repetidamente. Durante una pandemia, necesitamos mantener distancia física unos de otros por seguridad.

Pero también podemos trabajar por mantener abiertos puentes de cuidado unos a otros -hablando sobre otros temas, participando en actividades comunes cuando hablar no funcione, donando, realizando actos de servicio unos a otros-. Aunque tal vez no sean tan conocidos como sus enseñanzas sobre la verdad, los comentarios de Aquino sobre la piedad -o lo que le debemos a nuestros "paisanos"- tal vez sean relevantes en estos momentos duros: Nuestra devoción religiosa por la verdad no puede borrar nuestra devoción unos por otros. 

Y, esperemos, nuestra devoción unos por otros harán posible aquello de lo que todos nuestros rigurosos debates no son capaces. Tomás nos recuerda que solo Dios puede conducir la mente de una persona hacia una verdad mayor. Solo por el don de la gracia cualquier persona alcanza la conversión. Pero cuando trabajamos juntos para construir un círculo de compasión y preocupación alrededor de personas con pensamiento conspiranoico, estamos trabajando como los ojos, la boca, las manos y los pies de Dios. Y, tal vez no inmediatamente, pero finalmente, la verdad prevalecerá.

Por Ann Garrido. Traducido del National Catholic Reporter

Comentarios

Entradas populares