¡Viva la "Iglesia institucional"!

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No es infrecuente que alguien critique a la "Iglesia institucional", por ejemplo, recientemente Jim Purcell, un querido amigo. Hablando sobre una reciente "sesión de escucha sinodal", escribió: "Realice o no la Iglesia institucional los cambios a los que la llamamos, los participantes estamos profundamente comprometidos a continuar en un camino de fe orientado por el Evangelio". No creo que pase un mes sin que alguien se refiera de una forma crítica a la "Iglesia institucional". Yo mismo lo he hecho.

Hoy, sin embargo, es tiempo de brindar por la Iglesia institucional. La efusión de apoyo a los refugiados ucranianos que huyen de la guerra ha sido notable en todos los sentidos, pero en ninguno más que en la ausencia de campos de refugiados. Las imágenes de televisión no muestran la hilera de tiendas en más que precarias condiciones que hemos aprendido a esperar cerca de las zonas de guerra. Como ha dicho el cardenal Sean O`Malley de Boston en su blog semanal "Lo bello es que, a diferencia de otras situaciones en las que los refugiados han terminado en campamentos improvisados, el pueblo polaco está acogiendo a los refugiados ucranianos en sus propios hogares. Es algo extraordinario de ver".

Una parte de esto es espontáneo, o está organizado por entidades que se extienden sobre la hasta ahora pacífica frontera entre dos vecinos cordiales, pero una gran parte de la movilización para ayudar a los refugiados ucranianos se está organizando por medio de la muy institucional Iglesia Católica de Polonia. A fecha quince de marzo, según la Conferencia de Superiores Religiosas Femeninas Polacas, 18.000 refugiados estaban recibiendo ayuda en 924 conventos a lo largo del país. Algunas de estas religiosas estaban acogiendo a niños con necesidades especiales.

Chris Herlinger, mi colega del Global Sister Report, acudió a Polonia y escribió sobre algunas de las formas en las que las instituciones de la Iglesia están ayudando a los refugiados ucranianos. Una de las personas a las que entrevistó fue el jesuita Fray Wojciech Mikulski, director del Centro Europeo para las


Comunicaciones y la Cultura, en Varsovia. El centro habitualmente acoge conferencias y retiros pero ahora está comprometido en la ayuda a los refugiados. Recientemente albergó a cuarenta estudiantes sordos que huían de la violencia. Ese centro tiene una página web en la que puedes aprender sobre su trabajo ayudando a los refugiados, ver algunas fotografías de los refugiados en el centro y ayudar mediante una donación.

Conocí a Mikulski hace algunos años porque ayudé a organizar un seminario sobre doctrina social católica cada mes de septiembre en este Centro, aunque los dos últimos años se suspendió debido a la pandemia. Envié el artículo de Herlinger a los teólogos que han participado en los seminarios, uno de los cuales se puso a continuación en contacto con Mikulski para hacerle saber que su comunidad en Gran Bretaña estaba preparada para recibir a algunos refugiados y coordinar su transporte. En el vasto mar del sufrimiento humano, tales esfuerzos pueden parecer minúsculos, pero no les parecen tan pequeños a las personas que son ayudadas y acogidas.

Mi amigo teólogo británico podría haber conocido de muchas maneras a un teólogo jesuita polaco, pero la forma en la que lo conoció fue en un seminario financiado por el Comité de Ayuda a la Iglesia en la Europa Central y del Este, de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos. Pocos periodistas han sido más críticos que yo con el trabajo de la conferencia episcopal, pero he participado en el trabajo de este concreto comité y ellos hacen un trabajo maravilloso ayudando a las Iglesias de esa parte del mundo a ponerse en pie después de décadas de opresión soviética y en medio de la persistente pobreza. El hecho de que redes como esta estuviesen en funcionamiento ha permitido a la Iglesia universal acudir a la ayuda de los refugiados con rapidez y eficacia.

Es solo un ejemplo. Sin las instituciones y las organizaciones de la Iglesia Universal, ¿podría llegar, al menos con un mínimo de eficacia, nuestra caridad a países empobrecidos de los que, en muchos casos, apenas hemos oído hablar? De hecho, ¿podríamos mantener las acciones de solidaridad y apoyo a los pobres y marginados siquiera en el ámbito local, sin parroquias e instituciones diocesanas que las organizaran, coordinaran y financiaran, uniendo su experiencia de décadas, sus conocimientos, sus capacidades logísticas y administrativas al impulso solidario?

Con todo, hay razones más profundas que las simplemente operativas por las que la expresión "Iglesia institucional", utilizada de una forma peyorativa, no funciona. Sin una organización estable y permanente que transmitiera la fe, sencillamente no nos habría llegado. Jesús y Su Evangelio serían, en el mejor de los casos, conocidos por algún historiador muy especializado en la Palestina del siglo I. 

La Iglesia es institucional porque los seres humanos creamos instituciones. Pero, más allá, la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y si nuestra gran y distintiva creencia es la Encarnación de Dios en Cristo que continúa presente en la historia humana, necesariamente debemos encarnar nuestra fe. En este mundo, Cristo necesita que nuestras manos sean Sus manos cuando ha de sanar a Su Pueblo.

Hoy, de una forma notable, esas manos son manos polacas, eslovacas, húngaras, rumanas y moldavas. Para muchos de los que están ofreciendo socorro, la inspiración procede de una fe que les ha enseñado la parábola del buen samaritano. Para muchos, la forma de encarnar y de expresar la solidaridad es por medio de las estructuras e instituciones, de lo local a lo mundial, de sus fes, católica, ortodoxa, protestante, judía.

Las heridas de la humanidad son también las heridas de Jesús y esto no es una metáfora. Como dijo mi gran héroe, monseñor Lorenzo Albacete, si las heridas de la humanidad sufriente no fuesen verdaderamente las heridas de Cristo, entonces se habría producido una des- encarnación.

¿Yo y otros denunciaremos los errores e injusticias de la "Iglesia institucional" en el futuro? Por supuesto. Todos, no solo personal sino también estructuralmente, estamos llamados a la conversión, y las estructuras de la Iglesia no son una excepción. Todos los bautizados hemos sido constituidos en profetas, obligados a promover esa conversión denunciando las injusticias que se siguen cometiendo. Como me dijo Purcell, "He llegado a comprender que no son cuatro las marcas que caracterizan a la Iglesia sino ocho: una y dividida, santa y pecadora, católica y excluyente, apostólica e infiel (a la tradición apostólica)".

Es otra forma de decir que la Iglesia es plenamente humana además de plenamente divina. Dios nunca trae división, pecado, exclusión o infidelidad. Eso lo ponemos nosotros.

Nosotros, los católicos, podemos, y en determinados momentos debemos, distinguir la "Iglesia institucional" de la Iglesia de nuestras esperanzas y sueños. ¿Acaso esa segunda Iglesia, aquella a la que aspiramos, no será también una "Iglesia institucional"? Cuando llegue el Apocalipsis y cesen los sacramentos, entonces y solo entonces nuestra Iglesia quedará purificada de su pecaminosidad humana. Hay una razón por la que comenzamos la misa con el "Yo, pecador".

En el tiempo hasta entonces, y este es un tiempo muy duro en Ucrania, ¡Viva la Iglesia institucional y el trabajo heroico que está haciendo para ayudar a los refugiados!

Por Michael Sean Winters. Traducido del National Catholic Reporter

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