Sé honesto con Dios

Los tres pilares espirituales de la Cuaresma son la oración, el ayuno y la limosna. La mayoría de nosotros intentamos dejar algo durante el tiempo litúrgico que precede a la Pascua y también procuramos ser más generosos. Pero, ¿Cuántos de nosotros pensamos que este sea el tiempo para comenzar o incrementar nuestra oración diaria? Con esto en mente, centrémonos en algo importante: ser honestos con Dios.

Permitir a Dios conocerte es esencial en tu relación con Dios. Dejarte conocer en esta relación significa, más o menos, lo mismo que en cualquier relación: debes hablar sobre tu vida, compartir tus sentimientos y revelarte abiertamente. La honestidad es una parte importante de este proceso. La honestidad es un elemento esencial de la oración.

En su libro Dios y tú, el jesuita Fray William Barry sugiere que pensemos en lo que sucede en una


relación cuando no eres honesto. Habitualmente, la relación se va volviendo fría, distante y formal. Si estás evitando algo desagradable, la relación se convierte en puro protocolo social. Al final, la relación muere. Lo mismo ocurre con la oración. Si estás diciendo lo que crees que deberías decirle a Dios en lugar de lo que quieres decir, entonces la relación se volverá fría, distante y formal. La honestidad en la oración, como en la vida, es importante.

¿Cómo puedes ser honesto con Dios en la oración? La forma más sencilla tal vez sea imaginarte a Dios delante tuya. Puedes imaginarte a Dios o a Jesús sentado en una silla enfrente tuyo, a tu lado en el sofá o de cualquier otra manera. Entonces simplemente habla, mentalmente o en alto, de una forma familiar, sobre tu vida.

Dios ya lo sabe todo sobre tu vida, mejor que tú. Sin embargo, tu apertura y tu voluntario compartir son una parte importante de tu vida espiritual. De nuevo, compararlo con una amistad humana es algo instructivo. Digamos que tu padre ha muerto. Los buenos amigos, y cualquier persona con dos dedos de frente, ya se imaginarán que estás muy triste y probablemente no necesitan que se les diga que la pérdida te resulta muy grave. Pero aun así se lo dirás, ¿o no? Y ellos escucharán.

La honestidad con Dios significa compartirlo todo con Dios, no simplemente la gratitud y la alabanza, o peticiones que pienses que son apropiadas para la oración. La honestidad significa compartir cosas que puedas considerar inapropiadas para una conversación con Dios. Ser honesto puede ser difícil.

La ira es un ejemplo de algo que podríamos evitar llevar a la oración. La decepción, que es parte de la condición humana, a menudo conduce a la ira. Por eso, la ira también es una señal de que estás vivo. Y todos nosotros podemos enfadarnos por un buen número de razones: un diagnóstico médico amenazador, la pérdida de un trabajo, un conflicto familiar, un golpe financiero terrible o la ruptura de una relación.

Dios puede tratar con tu ira, no importa cómo queme. Dios ha estado tratando con personas iracundas desde que el ser humano comenzó a rezar. Lee, por ejemplo, el Libro de Job en el Antiguo Testamento -allí Job carga contra Dios por causar su dolorosa situación-. Habitualmente se ve a Job como un hombre paciente y al comienzo del libro lo es. Pero al final incluso Job pierde su paciencia y comienza a maldecir el día en el que nació. "Odio mi vida", dice. "Haré declaración libre de mi queja, hablaré de la acritud de mi alma".

"La gran tradición de la oración en el Antiguo Testamento, en los salmos, en Job, en las lamentaciones de los profetas", escribió el teólogo alemán Johann Baptist Metz en La valentía de rezar, "deja claro que el lenguaje de la oración no excluye ni se cierra a la experiencia del sufrimiento y del desamparo".

La ira, la tristeza, la frustración, la decepción y la acritud en la oración tienen una larga historia. ¿Por qué no deberías permitirte expresar también tales sentimientos? El padre Barry reconoce francamente estas situaciones y ofrece este consejo: "Todo lo que puedo hacer es animarte a hablar directamente con Dios si tienes preguntas sobre los caminos de Dios, de amigo a amigo, incluso si la ira es la única emoción que puedes expresar".

Hace unos pocos años, le dije a mi director espiritual que estaba tan enfadado con Dios que había utilizado una obscenidad en la oración. Estaba tan frustrado porque Dios parecía no estar haciendo nada para ayudarme que una noche levanté el puño y grité "¡Joder, ayúdame, Dios!". A algún lector tal vez le choque que un sacerdote utilice un lenguaje así, especialmente en oración.

Pensaba que mi director espiritual, un jesuita sabio y amable llamado Damián, me lo reprocharía. En cambio, me dijo: "¡Esa sí que es una buena oración!". Pensé que estaba bromeando. Pero siguió: "Es una buena oración porque es honesta. Dios quiere tu honestidad, Jim".

Ser honesto me hizo darme cuenta de que Dios sabía exactamente como me sentía. ¿Alguna vez has tenido la experiencia de confiar algo a un amigo y sentirte aliviado? Sentí que Dios ahora podía acompañarme mejor, simplemente como lo haría un buen amigo, ante quien no tenemos que mostrarnos diplomáticos sino expresarnos sin tapujos. Dicho más exactamente, ahora estaba preparado para permitir a Dios acompañarme.

Decirlo en voz alta también abrió el camino a Su Palabra y mi escucha, poniéndome cara a cara con mi ingratitud. Sí, había un gran problema en mi vida, pero también estaban sucediendo varias cosas maravillosas al mismo tiempo. Era como un adolescente que le dice a sus padres "¡Os odio!", porque le habían pedido que se vaya a la cama a una hora razonable, que tire la basura o que apague sus videojuegos. Escucharme a mi mismo hablando -gritando- así me reveló un aspecto infantil de mi relación con Dios, uno que tanto quería dejar atrás. Al final, fue un recordatorio de con cuanta frecuencia dejamos a Dios de lado cuando más Le necesitamos.

Por lo tanto, ¡fue una buena oración!

Por James Martin, SJ. Traducido del National Catholic Reporter

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