Crecer como Iglesia hacia la fraternidad universal

Orientaciones sobre la pastoral migratoria intercultural publicadas por el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral

Prólogo

Las presentes Orientaciones Pastorales recogen propuestas pertinentes al ámbito del ministerio pastoral intercultural y traducen de forma concreta mi invitación sugerida en la Encíclica Fratelli tuttia desarrollar una cultura del encuentro. Invito a retomar la imagen del poliedro, que “representa una sociedad donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente (…). Porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible.” (FT, 215)

“Todos estamos en la misma barca”, llamados a un compromiso hacia la fraternidad universal. Para


los católicos, esto se traduce en ser cada vez más fieles a nuestro ser católicos. Como escribí en el Mensaje para la 107a Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, “en el encuentro con la diversidad de los extranjeros, de los migrantes, de los refugiados y en el diálogo intercultural que puede surgir, se nos da la oportunidad de crecer como Iglesia, de enriquecernos mutuamente.”

En los momentos de mayor crisis, como ahora por la pandemia y las guerras que estamos presenciando, los nacionalismos cerrados y agresivos (FT, 11) y el individualismo radical (FT, 105) resquebrajan o dividen el nosotros, tanto en el mundo como dentro de la Iglesia. Y el precio más elevado lo pagan quienes más fácilmente pueden convertirse en los otros: los extranjeros, los migrantes, los marginados, que habitan las periferias existenciales. Estas propuestas proponen precisamente un nosotros cada vez más grande, referido tanto a la comunidad humana como a la Iglesia.

“Los fieles católicos estamos llamados a comprometernos, cada uno a partir de la comunidad en la que vive, para que la Iglesia sea siempre más inclusiva.” Estas Orientaciones Pastorales nos invitan a ampliar la forma en que experimentamos ser Iglesia. Nos impulsan a ver la tragedia del desarraigo prolongado y a acoger, proteger, integrar y promover a nuestros hermanos y hermanas y a crear oportunidades para cooperar hacia la comunión. Nos ofrecen vivir un nuevo Pentecostés en nuestros barrios y parroquias, tomando conciencia de la riqueza de su espiritualidad y de sus vibrantes tradiciones litúrgicas.

Se trata también de una oportunidad para vivir una Iglesia auténticamente sinodal, en camino, no asentada, nunca satisfecha, sino de una Iglesia que “no hace distinción entre autóctonos y extranjeros, entre residentes y huéspedes”, pues todos somos peregrinos en esta tierra.

Estamos llamados a soñar juntos. No debemos tener miedo de “soñar juntos como una sola humanidad, como compañeros del mismo viaje, como hijos e hijas de esta misma tierra que es nuestra casa común, todos hermanos y hermanas” (FT, 8). Estas propuestas nos invitan a empezar este sueño desde nuestra realidad concreta, expandiéndose como una tienda hacia los confines de la tierra, integrando a nuestros hermanos y hermanas migrantes y refugiados, construyendo juntos el Reino de Dios en fraternidad y universalidad.

El Señor Jesús nos dice que cada ocasión de encuentro con una persona refugiada o migrante es una oportunidad para encontrarnos con Él mismo (cf. Mt25:35). Su Espíritu nos hace capaces de abrazar a todos para crear comunión en la diversidad, armonizando las diferencias sin nunca imponer una uniformidad que despersonaliza, y en esta alegría del encuentro, las comunidades católicas están invitadas a crecer y a reconocer la vida nueva que los migrantes traen consigo.

Papa Francisco

Introducción

“Es indispensable prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos. Los migrantes (desplazados, refugiados) me plantean un desafío particular por ser Pastor de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos. Por ello, exhorto a los países a una generosa apertura, que en lugar de temer la destrucción de la identidad local sea capaz de crear nuevas síntesis culturales. [...]”(EG 210)

Tomamos cada vez mayor conciencia del reto que supone para el mundo trabajar conjuntamente para responder a las necesidades y defender los derechos humanos fundamentales de las personas afectadas por el desplazamiento forzado, tanto internamente, como a través de las propias fronteras. En la actualidad, la Iglesia católica está llamada a encontrar una nueva forma de enfocarlas relaciones humanas. El punto de partida es reconocer que somos fratelli tutti, todos hermanos y hermanas.

Tal como se recoge en el mensaje de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado de 2021, nos enfrentamos como Iglesia a dos grandes retos, que al mismo tiempo representan una oportunidad y constituyen una misión, tanto ad intra como ad extra.

El reto ad intra tiene que ver con la manera de vivir la catolicidad de nuestra fe: una Iglesia que sea capaz de incluir a todos y reconocer que cada persona bautizada en la Iglesia católica es miembro de pleno derecho, dondequiera que esté. Para ello es necesario aceptar la llegada de católicos que proceden de diferentes partes del mundo e integrarlos en las comunidades locales, como ciudadanos y miembros que gozan de la misma igualdad de trato, como afirma claramente san Pablo: “ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2,19). Todos los católicos tienen derecho a que se les reconozca su plena pertenencia a la Iglesia, que debe entenderse como una ciudadanía activa. Esto significa ser responsables, participar en la vida de la Iglesia, animar la liturgia y estar presentes en aquellas comunidades que conservan sus propias expresiones religiosas y culturales. El primer paso es, por tanto, hacer espacio, ensanchar el espacio de la tienda para que se pueda incluir a todos, sin divisiones o separaciones por clases, donde todos puedan preservar las diferencias que enriquecen a la comunidad, según el modelo de la Trinidad: la unidad de Dios en quien existen tres Personas.

El reto ad extrase refiere a la manera de ser una Iglesia verdaderamente misionera: salir al encuentro de los necesitados, los descartados, los marginados, los oprimidos... que estamos llamados a reconocer y a cuidar, puesto que esto es un mandamiento del Señor. Y a través de la caridad y el amor, animar la conversión del corazón, sobre todo entre quienes se encuentran fuera de la Iglesia, ya sea por elección propia o porque nunca han escuchado el mensaje salvífico de Jesucristo. Ésta es una llamada a ser una Iglesia inclusiva, en la que cada ser humano recibe el mensaje de salvación en Jesucristo.

La expresión visible de la vida de la Iglesia en determinadas comunidades debe reflejar la diversidad de sus miembros. Los recién llegados representan un desafío para nosotros, pues con su presencia nos obligan a replantearnos nuestro modelo de parroquia. No debe seguir el modelo de pueblo en el que todos se conocen y se considera a los recién llegados como una nueva incorporación desde el exterior, sino que debe ser una Iglesia en movimiento, siempre con las puertas abiertas para acoger al otro. No se trata de una asimilación, más bien de un enriquecimiento y de un camino hacia la transformación de todos los miembros de la comunidad, puesto que quienes llegan a un país no deben sentirse ciudadanos de segunda clase, sino parte de la comunidad, un “nosotros” único como miembros de pleno derecho de la Iglesia.

Las Orientaciones sobre la Pastoral Migratoria Intercultural tienen como objetivo ofrecer sugerencias y orientaciones concretas para una acción que puede articularse mediante cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. Con estos verbos el Santo Padre sintetizó el compromiso de la Iglesia Católica hacia todos los que viven en las periferias existenciales, pues “no se trata de dejar caer desde arriba programas de asistencia social sino de recorrer juntos un camino a través de estas cuatro acciones, para construir ciudades y países que, al tiempo que conservan sus respectivas identidades culturales y religiosas, estén abiertos a las diferencias y sepan cómo valorarlas en nombre de la fraternidad humana”.

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