¿Sería justa una intervención occidental para parar la guerra en Ucrania?

La situación en Ucrania todavía es confusa, pero ha quedado claro desde los primeros momentos de la agresión que no era una "operación militar limitada", como la llamó el presidente ruso Vladimir Putin, sino una completa invasión. Cuando escribo esto el jueves, las tropas rusas están intentando superar a un ejército ucraniano claramente inferior, tras lo que el camino a Kiev quedará expedito.


La indignidad de las mentiras procedentes del Kremlin traiciona sus malvadas pretensiones. Quien sirve al príncipe de las mentiras no puede sino servirse de ellas. Putin llamó a la "desnazificación" de Ucrania. Resucitar la acusación de complicidad con los nazis de algunos ucranianos durante la Segunda Guerra Mundial no va a engañar a nadie. En primer lugar, porque una generación de rusos y de ucranianos han estudiado la hambruna provocada que Stalin perpetró en Ucrania, convirtiéndola en un campo fértil para cualquiera que pareciera liberarle de su tiranía. ¿Todavía resuenan estos fraudes históricos? La obscenidad moral específica de utilizar ese fraude en la actualidad se revela en el hecho de que el actual presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, es judío.

Los sufrimientos del pueblo de Ucrania y de sus compatriotas que viven en el exterior es enorme. Mi colega, el corresponsal en el Vaticano Christopher White, informó ayer sobre los puntos de vista de los ucranianos en Roma. He estado enviando correos electrónicos en las últimas semanas a amigos de Ucrania, comprometiéndoles mis oraciones por la paz, oraciones que ahora lo son en primer lugar por su seguridad.

La guerra crea un dilema complicado para Joe Biden y para la OTAN. Ucrania no pertenece a la OTAN y el presidente ha prometido no intervenir militarmente. Las sanciones llevan tiempo, pero las tropas rusas están en marcha. Mucho se ha escrito hoy sobre las opciones de occidente, en cualquier medio que uno elija consultar. Todos deberíamos pronunciar una oración por los líderes mundiales que han intentado durante tanto tiempo evitar esta guerra y que ahora están intentando encontrar formas para limitarla.

Los cristianos experimentamos un dilema diferente. El pasado otoño, el papa Francisco se unió a la Comunidad de San Egidio en su Encuentro por la Paz en Roma. El discurso del Santo Padre reflexionó sobre la ambivalencia de la tradición moral católica sobre la guerra.

El papa rezó para que Dios "desmilitarice el corazón humano", una bella frase que habla de la tradición católica de la no-violencia. "Corre tras la paz", nos dicen los Salmos. "La paz sea con vosotros", es lo primero que nos dijo Jesús tras resucitar. 

También dijo: "No debemos ser espectadores indiferentes. Por el contrario, debemos empatizar con aquellos que comparten nuestra humanidad, sus aspiraciones, sus luchas y sus fragilidades".

Este es el dilema: ¿Qué significa la empatía con el pueblo de Ucrania en este momento, en el que el corazón de Putin se muestra inmune a las oraciones por la paz? ¿Es realista esperar que un hombre que trafica con mentiras moralmente obscenas para justificar sus propios actos de agresión vaya a conmoverse por consideraciones morales en absoluto?

Es de este dilema que nació la antigua doctrina de la guerra justa. Es una doctrina rica, compleja y llena de factores, pero en su núcleo extrapola de la convicción moral de que una persona tiene derecho a defenderse a sí misma los parámetros morales por los que un pueblo puede defenderse a sí mismo. Jesús no vino a traer "la paz del mundo", la pax romana de la sumisión al poder injusto, sino la Suya, fundada en la justicia del Reino y en la que el que quiera ser primero debe ser servidor de todos. Aunque hablase de poner la otra mejilla, un gesto que bien interpretado tiene más de denuncia irónica que de sumisión, como quien responde a los tanques con flores, rechazó la violencia de los soldados romanos: "Si no he hablado mal, ¿por qué me pegas?". La doctrina ha sido muy abusada, incluso para justificar guerras preventivas tan injustificables como la de Irak, pero su seriedad moral es lo mejor que podemos encontrar en estos momentos en los que el mal del mundo nos fuerza a cálculos morales difíciles, morales y ambivalentes.

El testimonio cristiano de la no-violencia también puede ser abusado. No debería utilizarse para encubrir la indiferencia ante los sufrimientos del pueblo ucraniano. Los Estados Unidos y la OTAN tienen la capacidad de parar la agresión rusa, incluso aunque no estén ligados por ningún tratado a ayudar a Ucrania. Tampoco el buen samaritano estaba obligado por ningún contrato a socorrer al hombre herido. La decisión de no emplear tal poder probablemente sea correcta. La intervención podría empeorar más las cosas. Pero no nos enorgullezcamos demasiado de nosotros mismos por abstenernos de esta lucha cuando será solo el pueblo de Ucrania el que pague el precio. Puede perdonarse que encuentren nuestra preocupación por la integridad moral de poco consuelo.

El comunicado del presidente de la Universidad de Notre Dame, Fray John Jenkins, captura este dilema moral y espiritual. "Ahora, más que nunca, nuestros amigos de Ucrania necesitan de sanación y esperanza", dijo Jenkins. 

Algunas personas pueden minusvalorar estos comunicados como las ofertas de "pensamientos y oraciones" después de una tragedia, pero la afirmación de Jenkins no es débil. Es ambivalente, reflejando el reto que la tradición cristiana afronta cuando llega la guerra. Parece impropio de clérigos defender la guerra, pero se puede perdonar al pueblo de Ucrania que no aprecie las promesas de oraciones cuando nos han dicho que lo que necesitan son misiles tierra- aire.

Confieso que no sé lo que haría si estuviese en los zapatos del presidente. Podemos esperar que las sanciones hagan tanto daño a Putin y a quienes les rodean que su régimen se vuelva atrás o incluso pierda el poder. Nuestra fe y la historia sostienen la esperanza: los regímenes vacíos de moralidad acaban colapsando y desapareciendo. Sin embargo, pueden durar mucho tiempo hasta derrumbarse. Antes de que llegue su derrumbe, pueden causar mucho mal.

En medio de tan enorme mal, una cosa está clara: los seres humanos siempre necesitaremos un salvador. Buscamos el progreso, intentamos construir la paz lo mejor que podemos. Ojala algún día podamos decir, sin mas matices ni desarrollos, que no hay lugar para la guerra y denunciar sin más toda intervención militar como inmoral. Para ello debemos rezar, educar, concienciarnos, construir instituciones y normas internacionales, poner freno a las tentaciones nacionalistas en el alma de cada uno de nosotros. Entonces seremos bienaventurados. Pero, entre tanto, hay mal en este mundo y solo la gracia de Dios puede conquistarlo. Que Él tenga misericordia de todos nosotros.

Por Michael Sean Winters. Traducido del National Catholic Reporter


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