Que no haya más guerra

Hemos recibido con preocupación la noticia de que la reciente serie de conversaciones entre Rusia y


occidente no ha conducido a un acuerdo. En sus discursos, los líderes de muchos países apuntan a la presión creciente de Rusia sobre Ucrania, mientras concentra armamento y tropas masivas en su frontera. La ocupación de Donbás y Crimea ha mostrado que la Federación Rusa -en su violación de la soberanía nacional e integridad territorial de Ucrania- desprecia las normas vinculantes del Derecho Internacional. La situación actual representa un gran peligro para los países de Europa central y del este y para el entero continente europeo, que podría destruir el progreso realizado hasta ahora por muchas generaciones en la construcción de un orden pacífico y de la unidad en Europa.

Los regímenes totalitarios del siglo veinte condujeron al mundo a la experiencia trágica de la guerra y del terror político mientras ignoraban la autoridad de Dios. En el nombre de ideologías falsas, pueblos enteros fueron condenados a la aniquilación, se vulneró el respeto a la dignidad humana y la esencia del ejercicio del poder político fue reducida a la mera violencia.

Hoy, también, queremos dejar claro que toda guerra es una tragedia y que nunca puede ser un medio adecuado de arreglar un conflicto internacional. Nunca lo ha sido y nunca será una solución adecuada porque genera conflictos nuevos y más graves. Cuando estalla la guerra, se convierte en una "carnicería sin sentido", un "riesgo sin retorno", destruyendo el presente y amenazando el futuro de los pueblos. "Por medio de la paz, nada se pierde, por medio de la guerra, todo se puede perder". En última instancia, la guerra siempre es un fracaso de la humanidad. Es una expresión de barbarie y una forma altamente ineficaz de resolver desacuerdos. El papa Pablo VI, en su discurso a la sesión de 1978 de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Desarme, llamó a la guerra "un modo de regular las relaciones entre los Estados supremamente irracional y moralmente inaceptable".

"Cada acto bélico dirigido a la destrucción indiscriminada de ciudades enteras o de grandes áreas con sus habitantes es un crimen contra Dios y contra el hombre, que merece condena firme e inequívoca" (Gaudium et Spes, 80).

"Las acciones deliberadamente contrarias al Derecho de las naciones y a sus principios universales son crímenes, como lo son las órdenes de ejecutar tales acciones. La obediencia ciega no es suficiente para excusar a quienes las realizan. Por lo tanto, el exterminio de un pueblo, nación o minoría étnica debe ser condenado como un pecado mortal. Uno está moralmente obligado a resistir las órdenes de cometer genocidio" (Catecismo de la Iglesia Católica, 2313).

Hoy, la búsqueda de alternativas a la guerra para resolver conflictos internacionales se ha convertido en una necesidad urgente, ya que el aterrador poder de los medios de destrucción masiva está ahora en manos incluso de potencias medianas y pequeñas, y los lazos cada vez más fuertes entre los pueblos del mundo entero hacen difícil, si no imposible, limitar los efectos de cualquier conflicto. Por lo tanto, aprendiendo de la experiencia de las anteriores generaciones, llamamos a aquellos en el poder a frenar las hostilidades. Llamamos a los líderes a cesar inmediatamente en el camino de los ultimátum y de la utilización de otros países como monedas de cambio. Las diferencias en los intereses deben resolverse no por medio de las armas, sino de los acuerdos. La comunidad internacional debería unirse en solidaridad y apoyar activamente a las sociedades amenazadas de todas las formas posibles.

En nuestro nombre y en el de nuestras comunidades, recordamos que "La promoción de la paz en el mundo es una parte integral de la misión de la Iglesia de continuar la obra de redención de Cristo en la Tierra". De hecho, la Iglesia es, en Cristo, un "sacramento o señal e instrumento de paz en el mundo y por el mundo". La promoción de la verdadera paz es una expresión de la fe cristiana en el amor que Dios tiene por cada ser humano. Desde una fe liberadora en el amor de Dios, emerge una nueva visión del mundo y una nueva forma de acercarse a los demás, ya sea "el otro" un individuo o un pueblo entero. Es una fe que transforma y renueva la vida, inspirada por la paz que Cristo deja a Sus discípulos. La cultura judeocristiana se funda en los valores de la fe, la esperanza y el amor, así como de la verdad, la belleza y la bondad, sin los que no puede haber y no habrá un futuro de paz duradera. La presente situación exige a los cristianos de tradición oriental y occidental que asuman su plena responsabilidad por el presente y futuro de nuestro continente y que estén preparados para realizar sacrificios en defensa de las comunidades a las que pertenecen.

Invitamos, por tanto, a todos, a unirse en oración común. "¡Dios de nuestros padres, grande y misericordioso! Señor de la vida y de la paz, Padre de todos los pueblos. Tu voluntad es la paz, no la angustia. Condena las guerras y abole el orgullo de los violentos. Tú enviaste a Tu Hijo Jesucristo para proclamar la paz a aquellos que están cerca y a aquellos que están lejos y para unir a los pueblos de todas las razas y a todas las generaciones en una única familia.

Escucha el clamor de Tus hijos, la angustiada petición de toda la humanidad. Que no haya más guerra -una aventura maligna de la que no hay retorno-. Que no haya más guerra -un torbellino de violencia y destrucción-. Concede que la guerra que amenaza a Tus criaturas en el cielo, en la tierra y en el mar cese.

Con María, madre de Jesús y madre nuestra, Te imploramos: habla a los corazones de los responsables del destino de las naciones. Destruye la lógica de la venganza y de la represalia y concede, por medio del Espíritu Santo, soluciones innovadoras que sean generosas y nobles, en diálogo y escucha paciente -soluciones más fructíferas que la guerra violenta-".

Padre, concede a nuestro tiempo días de paz. Que no haya más guerra. Amén" (San Juan Pablo II)

Arzobispo Mayor Sviatoslav Shevchuk, cabeza de la Iglesia Grecocatólica Ucraniana

Arzobispo Stanislaw Gadecki, presidente de la Conferencia Episcopal Polaca

Arzobispo Myeczislaw Mockzycki, presidente en funciones de la Conferencia de Obispos Católicos de Ucrania

Arzobispo Eugeniusz Popowikz, metropolita de Wrzemyszl- Varsovia de la Iglesia Grecocatólica en Polonia

Obispo Nil Luszczak, administrador apostólico de la Eparquía Grecocatólica de Mukachevo

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