Para no desesperar ante la pandemia

Todos estamos hartos de la pandemia y cansados de oír hablar de la covid. Cuando pongo cada mañana la radio, la NPR (en la que ahora pienso como "radio nacional de la pandemia"), la primera palabra que escucho es siempre "coronavirus", "covid" o "pandemia". Es duro escaparse. Así que voy a abreviar al respecto.

Tampoco voy a intentar edulcorar nada ni a hablar demasiado sobre "rayos de luz". La pandemia es una realidad terrible que todos nosotros debemos afrontar y una que no parece que vaya a terminarse en tiempos próximos. Es, por momentos, amenazadora, enloquecedora, molesta, deprimente o irritante. Además de los evidentes retos de salud que supone -especialmente a los inmunodeprimidos y a los trabajadores en primera línea- es algo emocionalmente brutal.

Pero no es algo desesperanzado. He encontrado en mi propia vida, y al acompañar a otros, unas pocas ideas procedentes de la espiritualidad cristiana que me han ayudado a evitar la desesperanza. Aquí hay cinco:

1.- Sé inteligente.

El punto más importante tal vez no suene especialmente espiritual, pero es este: Vacúnate y, si puedes,


ponte el refuerzo. Ponte la mascarilla. Mantén las distancias
sociales en público. Evita grandes concentraciones de personas en interiores, especialmente cuando hay olas y, si te has infectado con la Covid-19, cueste lo que cueste quédate en casa.

Como dije, esto parecen ser consejos prácticos, pero en su núcleo son consejos espirituales. Lo espiritual y lo práctico habitualmente van unidos de la mano. No solo se trata de preocuparse por uno mismo y por su salud, sino también de cuidar a los demás. De reverenciar su dignidad de hijos de Dios y hermanos nuestros. Como ha dicho el papa Francisco, vacunarse es un "acto de amor". Para hablar con la contundencia que el papa no se puede permitir: la vida no va solo sobre ti. Tenemos que comenzar con este punto, porque te ayudará y ayudará a los demás a sobrevivir.

Cuidarse a uno mismo, principio del cuidado de los demás, también puede significar hablar con un psicólogo, con un director espiritual o con un amigo de confianza para ayudarte a dirigir tu camino durante la pandemia. No hay nada malo en pedir ayuda. En el Evangelio, los personajes lo hacen constantemente.

2.- Ten esperanza.

San Ignacio de Loyola, el fundador de los jesuitas, a menudo hablaba sobre el "buen espíritu" y el "mal espíritu", que podemos definir ampliamente como los impulsos que nos mueven hacia Dios y aquellos que nos alejan de Dios. Y a aquellos que intentamos desarrollar buenas vidas, decía San Ignacio, el buen espíritu nos animará, nos consolará y nos levantará. El espíritu que no procede de Dios, en cambio, nos desanimará, nos humillará y nos causará "ansiedad carcomiente". ¿Hay una expresión mejor para lo que todos estamos sintiendo los últimos dos años?

Este es el consejo que he utilizado más frecuentemente durante la pandemia -para mí mismo y ofreciéndoselo a otros-: la esperanza procede de Dios, la desesperación no. Siempre que escuches, en tu cabeza o a otras personas, voces que dicen: "No hay esperanza", "no puedo con esto" o "estamos perdidos", reconoce que ese pensamiento no viene de Dios. En un momento de la pandemia, un amigo me dijo: "Esto nos va a matar a todos", lo que le dije que definitivamente no era un pensamiento inspirado por Dios. En cambio, escucha las voces que dicen: "Siempre hay esperanza", "no estoy solo", "puedo con esto". Sigue la esperanza, no la desesperación.

3.- Sé compasivo.

En los últimos dos años, he tenido que guardar cuarentena varias veces en mi comunidad jesuita, como resultado de que algún miembro de la comunidad había dado positivo por coronavirus. No es sorprendente en una casa de doce hombres. Y, por lo tanto, me he sentido a menudo, como muchas personas, incapaz de ayudar a otros. Pero siempre hay algo que podemos hacer para intentar ayudar al estado emocional de alguien, ya que no a su estado viral.

Si tu móvil o tu ordenador funciona, siempre puedes contactar con alguien que está más aislado o amenazado que tú. Te sorprendería saber hasta que punto una llamada de teléfono, un mensaje de texto, un correo electrónico o- cuando el cielo lo permite- una carta postal, puede ayudar a alguien a sentirse más esperanzado. También las flores son preciosas. No necesitas mucho dinero (ni estudios superiores o una formación especial) para ayudar a alguien. Tan solo hacer reír a alguien puede ser un acto de amor.

No puedes ayudar a todos, pero puedes ayudar a esa persona concreta. Recuerda que Jesús no sanó o consoló a todos en Judea o Galilea. Trató con la persona que estaba, en cada momento, enfrente de Él. Sé como Jesús.

4.- Sé monástico.

Cada vez que me levanto, puesto que ya no voy a la oficina, miro a las mismas cuatro paredes en mi relativamente pequeña habitación. Y las vistas desde mi ventana tampoco son grandes maravillas. Mi ventana da a un callejón y a varios edificios de ladrillo. Puedo ver como tres pulgadas de cielo. Y por supuesto, como la mayoría de la gente, no estoy viajando a ningún lugar en estos días. En los primeros días de la pandemia, le pregunta a una terapeuta: "¿Me voy a volver loco si nunca abandono Nueva York?". Se rio y me dijo: "Tú no te volverías loco ni aunque nunca abandonases tu habitación".

Un día me levanté, miré por la ventana y me dije: "Espera un minuto. Los monjes han hecho esto durante siglos. Y si ellos pudieron, yo puedo". Admitámoslo, pocos de nosotros vivimos en bellos monasterios con amplios jardines (tampoco yo lo hago), pero todos podemos intentar encontrar a Dios en las tareas de cada día, incluso aunque, en la superficie, parezcan aburridas. Una gran forma es notar y apreciar incluso los más pequeños momentos de gracia.

Hace unos años vi la película "En gran silencio", sobre las vidas calladas de los monjes de Le Grande Chartreuse, el monasterio cartujo en Francia, que realizaban las mismas tareas cada día. Durante décadas. En una escena, un monje sencillamente comía una pieza de fruta mientras miraba la puerta de su celda. En cierta medida, ahora todos somos monjes. Y todos nosotros, especialmente ahora, estamos llamados a encontrar intentar a Dios incluso en lo mundano. Pienso en ese hombre comiendo fruta mucho en estos días.

5.- Reza.

En los primeros días de la pandemia, un anciano jesuita de nuestra comunidad nos dijo: "Bueno, siempre hemos estado esperando tener más tiempo para rezar y ahora lo tenemos". Sé que esta realidad es muy diferente para algunos -digamos, familias con niños pequeños, en las que muchos padres sienten que tienen menos tiempo y un espacio más reducido, con los niños en casa-.

Pero, para muchas personas, una pausa en los encuentros sociales, el teletrabajo o su ausencia, la desaparición casi total de los viajes, significa que tienen más tiempo libre en casa. Como mi amigo jesuita dijo, en los tiempos antiguos a menudo decíamos: "Si tan solo tuviera más tiempo para la oración y la lectura espiritual". Ahora muchos de nosotros lo tenemos.

Por lo tanto, reza. Haz el examen cada noche. Intenta hacer más oración contemplativa antes de que comience cada día: imagínate con Jesús y cuéntale como te sientes sobre la pandemia. Ciertamente yo lo he hecho, así que probablemente no Le sorprenda cuando lo hagas. Y lee o relee algunos libros espirituales que te ayuden a encontrar a Dios más fácilmente.

Tú puedes manejar esto. La pandemia pasará. Dios está contigo. Nos veremos al otro lado de todo esto.

Por James Martin, SJ. Traducido de America Magazine

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