¿Tiene futuro la misa tradicional? A favor: No a la guerra litúrgica
Pongamos la información correcta: el papa Francisco no ha "prohibido el uso del latín en la Iglesia Católica Romana", como una persona recientemente me dijo. Ni siquiera ha prohibido el latín en la misa. El papa Francisco, de hecho, no ha prohibido nada. Como el corresponsal de América en el Vaticano explicó el dieciséis de julio, "el papa Francisco ha revocado la facultad concedida por su predecesor que, desde 2007, permitía a cualquier sacerdote católico del rito romano celebrar la misa tridentina". ¿Qué significa esto?
En el rito romano, existen dos formas de celebrar la Eucaristía, cada una de ellas con sus propios textos y lógica: la "forma ordinaria" y la "forma extraordinaria". La forma ordinaria es la habitual liturgia parroquial a la que todos estamos acostumbrados. En la mayoría de los lugares, la forma ordinaria de la Misa puede ser utilizada en cualquier idioma, latín incluido, y existen varias comunidades católicas en las que la forma ordinaria se pronuncia en latín. Tales comunidades no se ven afectadas por la acción papal.
La forma extraordinaria de la misa es la liturgia prescrita en el Misal Romano de 1962, que desciende del misal promulgado después del Concilio de Trento. La forma extraordinaria es celebrada principalmente en latín y contiene elementos, como el sacerdote dando la espalda al pueblo, que a los más mayores de nuestros lectores les pueden resultan familiares. San Pablo VI y San Juan Pablo II permitieron en casos tasados la celebración según la forma extraordinaria, mientras que Benedicto XVI facilitó que los sacerdotes celebrasen según este rito más antiguo. El papa Francisco ha cambiado las reglas. Ahora, los sacerdotes deben obtener la autorización de su obispo para celebrar la misa según la forma extraordinaria y, en el caso de futuros sacerdotes que se ordenen a partir de ahora, el obispo debe obtener a su vez autorización del Vaticano.
Si bien la decisión del papa Francisco ha restringido grandemente la utilización de la forma extraordinaria, no la ha abolido. La forma extraordinaria puede y seguirá siendo celebrada en aquellos lugares en los que el obispo diocesano determine que es necesario para cubrir alguna necesidad pastoral.
¿Por qué ha hecho esto el papa? Básicamente, los predecesores de Francisco creyeron que un mayor acceso a la forma extraordinaria actuaría como un instrumento de unidad eclesial. Pero el papa Francisco cree, en cambio, que en algunos lugares la forma extraordinaria se ha convertido en una fuente de división así como en un símbolo de oposición al Vaticano II. El papa tomó esta decisión después de preguntar a los obispos del mundo al respecto.
Obviamente, le tomo la palabra al papa. Está haciendo su trabajo. El primer y último deber del sucesor de San Pedro es salvaguardar la comunión eclesial. Pero, si me hubieran preguntado antes de que el papa actuase, hubiese cuestionado si tal cambio era necesario. Mi punto de vista, desde los asientos traseros de la iglesia, era que la celebración de la forma extraordinaria no estaba teniendo realmente los efectos que el papa describe, no al menos en mi rincón del mundo católico.
Por una razón, muy pocas personas asisten a misas celebradas según la forma extraordinaria. Sospecho que la mayoría de los católicos ni siquiera son conscientes de que existe la forma extraordinaria. Y la mayor parte de los relativamente pocos que he conocido que tienen devoción por esta forma de liturgia no se me han presentado como opuestos, de ninguna forma sustantiva, a las enseñanzas del Vaticano II. Y si bien el "experimento" de la forma extraordinaria ya tiene más de cuatro décadas, eso no es mucho tiempo para una Iglesia que tiene más de dos milenios.
De nuevo, el papa no es un político ni un "gurú". Es un pastor. Y tiene más y mejor información que yo.
Con todo, pienso que merece la pena advertir que la unidad en la diversidad que los permisos de los papas anteriores a la forma extraordinaria pretendía es un objetivo digno, incluso necesario. Incluso con celebraciones de la forma ordinaria hay una gran diversidad. Nunca he celebrado la misa en la forma extraordinaria, pero he concelebrado misas ordinarias de la máxima solemnidad, con el papa mismo en la Basílica de San Pedro. También he concelebrado en la Basílica del Sacre Coeur, en París, en la festividad del Sagrado Corazón, o en la Catedral de San Patricio en Navidad y en Pascua. También he celebrado la Eucaristía en iglesias bajo techos de paja en el corazón de América Latina, en prisiones o en mesas de comer en la habitación de enfermos y moribundos.
Me deja impresionado la belleza de la Eucaristía donde la encuentro. A menudo pienso: ¿No es un milagro que estemos aquí haciendo esto y no haya explotado el mundo todavía? Esa es la razón por la que las llamadas guerras litúrgicas me aburren. Por supuesto, las rúbricas y las formas -por no mencionar el simple buen gusto- importan. Pero lo que nos une es el Señor mismo, presente en la Eucaristía. Eso es suficiente para hacerla bella. Porque ya lo represente la compañía del Teatro Real o el club de teatro del instituto del barrio, Shakespeare seguirá siendo Shakespeare.
Por Matt Malone, S.J. Traducido de America Magazine
Comentarios
Publicar un comentario