Ser abuelo es contemplar la perfección de los hijos de Dios

El papa Francisco ha anunciado un Día Mundial de los Abuelos y de las Personas Mayores para celebrar su importancia en nuestras vidas. La primera celebración es el 25 de julio, luego cada año el cuarto domingo de julio, festividad de San Joaquín y Santa Ana, los abuelos de Jesús.

Amo ser abuelo. Lo que más amo es que no tengo que hacer nada. No tengo que enseñar o predicar a mis nietos, ni regañarles. Sus padres lo harán. Lo único que tengo que hacer es "ver como crecen las flores del jardín" (Mateo 6:28) y contemplarles como son, perfectos hijos de Dios. "Nada se les añade, nada se les quita. Dios trabaja para que esas personas le admiren" (Eclesiastés 3:14). Ser abuelo es estar en admirada contemplación. Es ver a nuestros seres queridos como Dios les ve. Es saber que ellos "son y serán siempre exactamente como fueron creados. El amor, la alegría y la paz habitan en ti porque Dios los puso allí" (Curso sobre milagros). No necesitan ser arreglados.

Conocer la verdad de su ser es abrir los ojos de sus almas para que ellos se puedan ver a sí mismos. ¿Qué podría ser más beneficioso? Ni siquiera una beca en la Universidad de Notre Dame.

Cuando contemplamos a nuestros nietos como lo hace Dios, tiene lugar otra alquimia de gracia. Vemos a nuestros hijos adultos como ellos también son, almas perfectas creadas a imagen y semejanza del Amor. "Él toma los corderos en Sus brazos y los pone cerca de Su corazón" (Isaías 40:11). Sin embargo, ¡qué duro luchamos para guiarlos por el camino recto, para enseñarles la fe que se nos enseñó, solo que mejor, para educarles en las reglas del juego con las que pudiesen navegar con confianza por este mundo insano! Teníamos miedo de cometer errores. Pensábamos que teníamos que ser padres perfectos para que ellos pudiesen convertirse en buenos adultos, incluso mientras les asegurábamos, una y otra vez, que eran buenos y que no había nadie perfecto.

Los padres lo intentan tanto. Recuerdo cuando nuestro primer hijo, Chris, era un bebé y gateaba por la casa explorando el nuevo mundo, y yo me arrastraba junto a él. Si Chris se acercaba demasiado a un enchufe eléctrico, le cogía por su pequeño piececito. "No, no, peligro, peligro". Si se acercaba demasiado al horno, le decía: "Caliente, caliente, cuidado, cuidado", incluso si estaba frío. El pobre niño nunca pudo tocar un microondas hasta que estuvo en la universidad. Afortunadamente, Chris nació con buen corazón y nunca me lo reprochó.

Es mucho más fácil ser abuelo. Contemplas con admiración, estás listo para saltar si hace falta, pero rara vez lo haces porque puedes ver que Dios está al mando.

Por supuesto, es divertido ser padre, pero es rematadamente divertido ser abuelo. Nuestro hijo más


joven, Jeff, que es un padre espléndido, vive en Atlanta con nuestros nietos Jackson y Joe, ahora de diez años. Cuando estuve allí hace unos años, los niños decidieron poner algo de pelo en mi calva cabeza. Diseñaron una peluca a partir de hilos rosas y violetas y la trenzaron a mi cabello. Lo rizaron y peinaron hasta que quedaron satisfechos de que el abuelo Mike parecía una estrella de cine. La operación completa les llevó más de una hora. Quedé tan impresionado por el cuidado que desarrollaron y la diversión que tuvieron que les prometí llevarlo todo el camino a casa aquella tarde, incluido el vuelo a Nueva York y luego a Connecticut. Durante las seis horas que duró aquel viaje, la gente me miraba como si fuese un bobo que no pasase el corte para aparecer en una película de Marvel. Mi cabeza olía como si hubiese sudado durante días sin lavarme. Las azafatas me preguntaron varias veces si estaba seguro de no necesitar una bebida. ¿Los cuchicheos y maledicencias a mi espalda me molestaron? No. Lo estaba haciendo por Jackson y Joe. Fue divertido.

Ser abuelo no siempre es divertido. La enfermedad, la muerte, el divorcio o una adicción pueden poner contra las cuerdas a una familia. Algunos abuelos también tienen que ser padres. Todos conocemos a abuelos que no se pueden retirar porque tienen que trabajar para sostener a sus nietos, y a veces a sus hijos adultos. Es fácil ser un abuelo cuando no tienes que hacer nada más que ver a los nietos crecer. Es pura fidelidad ser al mismo tiempo abuelo y padre.

Tal vez lo más difícil, sean cuales sean los escupitajos que nos lance la vida, sea vernos a nosotros mismos como vemos a nuestros nietos: como los hijos perfectos de Dios. Es fácil ver la mano de Dios en un bebé que agarra nuestro dedo o escuchar la voz del Espíritu en un niño de diez años que se ríe alegremente. No es tan fácil aceptar la verdad de que nosotros también somos buenos. Venimos al mundo como pasajeros de un viaje de muchos miles de años y es nuestra labor como padres y abuelos cambiar su itinerario para las futuras generaciones.

Tampoco conlleva ningún esfuerzo amar y apreciar al nieto adulto que nos visita cuando estamos enfermos y que pasa un tiempo con nosotros. Salvo que nuestros padres y abuelos nos diesen un ticket exprés a la práctica de la amabilidad y la gratitud, no es fácil, sin embargo, amarnos o apreciarnos a nosotros mismos. Cuando Jesús dijo "Sed perfectos, como vuestro Padre del Cielo es perfecto" (Mateo 5:48), no creo que nos estuviese mandando convertirnos en algo que no somos. Nos estaba despertando a ver y actuar como de verdad somos. Ver y ser son uno.

El 25 de julio, los católicos celebraremos a los ancianos que ayudan a iluminar el camino de los jóvenes. Y nosotros, los abuelos, expresaremos gratitud por el don de nuestros nietos. Después de todo, ellos nos dan el mismo don que nosotros les damos: la alegría de saber que estamos en una delicia sin adulterar. Lo único que tendrán que hacer será mirarnos y lo sabrán: Somos maravillosos. Incluso cuando estamos calvos -y especialmente cuando tenemos un pelo de hilos rosas y violetas-.

Por Michael Leach. Traducido del National Catholic Reporter

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