Una sociedad ludópata

¿Cuál crees que es la amenaza principal al tejido moral occidental? ¿El abuso infantil, la vagancia, el egocentrismo, el racismo, la pobreza, la codicia, el ateísmo? Mi elección es tal vez menos obvia, una fuerza sutil pero creciente que envilece las almas y desata la codicia: las apuestas y "juegos".


Esa obsesión ha crecido tenazmente, a menudo ocultamente, hasta transformarse en una fuerza que ayuda a establecer un individualismo sin empatía, un egocentrismo que puede ser visto como un componente principal en el giro de nuestro país hacia la confrontación y hacia la hostilidad a cualquier medida dirigida a reducir la brecha entre ricos y pobres y a mejorar la justicia y el bienestar social de los menos afortunados.

Entre tanto, la extensión de esta seductora vía de escape continúa a una escala galopante, acelerada últimamente por la explosión de las apuestas deportivas legales. La promesa de obtener un "verdadero golpe de gracia" te golpea en cualquier lugar al que mires.

De hecho, con sus múltiples tentáculos, incluidas las loterías locales y el juego online, las apuestas y juegos de riesgo se han introducido a la velocidad de la luz en la "normalidad" de la vida social con un impresionante sigilo y unas relaciones públicas asombrosas. No como una voraz estafa que acaba con los ahorros personales, no dando la apariencia de ricos insoportables y de vidas arruinadas, por supuesto, sino presentándose bajo el disfraz de la respetabilidad y de la diversión "limpia". Nada en absoluto de lo que preocuparse, dicen: la salvación de tus dificultades financieras está a solo un billete de lotería o un partido de fútbol. Y, además, ¿qué pasa con esas maravillosas donaciones que sus propietarios realizan a obras de caridad y con los impuestos que pagan?

La afirmación verdadera es que el juego se convierte en un "impuesto regresivo", explotando desproporcionadamente el dinero de aquellos que menos deberían poderse permitir perderlo. Las cuentas siempre salen a favor de la "casa", por mucho que el excepcional ganador se lleve todos los focos. El sueño de pelotazo financiero puede seducir sobre todo a aquellos con graves dificultades económicas que les lleven a ignorar la realidad: el sistema está amañado contra ellos.

El juego, estatal o privado, tiene siglos de historia. Desde el principio, se mercadeó con la necesidad y el azar. La mayoría de los estados desarrollaron loterías o similares en un tiempo o en otro para complementar sus presupuestos, a pesar de las objeciones de los líderes religiosos.

La Iglesia Católica ha formado parte de un amplio consenso entre las organizaciones religiosas en la oposición al daño social generado por el juego, pero tiene una visión más tolerante de las apuestas que la mayoría de las iglesias. Los bingos han sido muy frecuentes para apoyar las necesidades de la Iglesia, generando una imagen de amplia aceptabilidad de estas actividades, reforzadas por la afirmación del catecismo oficial de que los juegos de apuestas como tales no son erróneos (2413). Pero advierte de que efectos tales como el ensimismamiento, la codicia y el amor al dinero sí son pecados. Una cita atribuida a San Agustín profundiza en tales males: "Satán inventó los juegos de azar".

Tal oposición creció durante e inmediatamente después de los despertares religiosos del siglo XIX, lo que produjo una gran reducción en las operaciones de juego. Su popularidad crecía y bajaba en diferentes regiones a lo largo del siglo XX, pero el momento determinante fue la fundación de la lotería estatal de New Hampshire en 1964. Aunque pueda parecer extraño que el punto de arranque de la gran expansión del juego se encuentre en un estado que hunde sus raíces en el pietismo puritano de Nueva Inglaterra, este estado se encontraba entre los más tacaños y menos dispuestos a apoyar servicios sociales y educativos. New Hampshire no quería tener ni IRPF ni IVA (N. del t.: utilizo los equivalentes españoles para mayor facilidad de comprensión) pero estaba ansioso para que los "voluntarios" cubriesen sus gastos -lo que visto desde fuera, se parecía irónicamente a las odiadas limosnas-. Hasta entonces, el juego se toleraba como algo socialmente marginal y que contaba con una considerable desaprobación.

De niño en un barrio de Massachussetts, escuchaba ataques sobre los males familiares y sociales atribuidos al juego desde los púlpitos de la iglesia, considerando que el juego partía del impulso lamentable de "conseguir algo por nada" y de quitar dinero duramente ganado por las familias de clase trabajadora en lo que se describía como una estrategia corrupta y predatoria -aprovechándose de la dura vida de la gente pobre-.

La iniciativa de New Hampshire comenzó a hacer girar la comprensión del fenómeno, hacia la aceptación de una táctica todavía entendida ampliamente como turbia, pero atractiva como una rápida fuente de ingresos que podía reducir los impuestos de los propios ciudadanos. En cualquier caso, la aceptación cada vez mayor de esta fórmula llevó a la multiplicación de loterías estatales similares, con los boletos ganadores anunciados en televisión. La proliferación de apuestas ha convertido a expresiones como "cuando gane la lotería" en parte de nuestro lenguaje y ha llevado a que ahora tendamos a reírnos recordando las advertencias morales de mi infancia. La compra de décimos de lotería, ir una noche al casino, pasarse por la "casa de apuestas", hacer "click" en un juego de cartas por Internet, entre otras, se han convertido en rutinas normales, prácticamente sin estigma social alguno. Es la forma en la que elegimos vivir ahora. Casinos y casas de apuestas, en apariencia rígidamente separados aunque en realidad solo pequeñas diferencias técnicas los distingan, proliferan por todo el país.

El meteórico ascenso de las apuestas ha continuado, desplazando el fenómeno hasta el centro de atención. Entre las mayores transformaciones se encuentra el advenimiento de las apuestas deportivas legales y generalizadas. Las retransmisiones deportivas en radio y televisión y los anuncios en pantallas grandes y personales nos lanzan una incesante diversidad de posibilidades de apostar sobre todo, desde los puntos que obtendrá un golfista hasta los penaltis que marcará un jugador de hockey. Predeciblemente, la respuesta ha sido generosa entre los millones de personas que viven y mueren por el deporte.

Un abuelo que conozco me contó que, durante un partido de baloncesto de instituto al que asistió, su nieto recién graduado se pasó la mayor parte del tiempo en su iphone decidiendo a qué apostar su dinero en una plataforma de apuestas de baloncesto. Apostó quién ganaría pero, según le dijo, había otras 132 apuestas, sobre cuestiones como cuantos puntos marcaría un determinado jugador en el segundo cuarto.

Aunque las apuestas deportivas tienen una historia sórdida de escándalos de manipulación de los resultados deportivos, la precaución ha dejado paso rápidamente a la expectativa de enriquecimiento personal. Los problemas no se perciben desde la emoción de una barra llena de gente apostando mientras reciben imágenes en vídeo de partidos en vivo y tienen fácil acceso a los empleados del juego. El sonido del dinero puede hacer que algún jugador deje pasar intencionadamente una oportunidad de marcar, pero a quién le importa.

Las apuestas deportivas resultan especialmente atractivas para jóvenes jugadores que conservan una lealtad feroz hacia el equipo de su ciudad. Como otros jugadores, están dispuestos a tomar el asunto en sus propias manos para su propio beneficio.

Hace décadas, las apuestas eran un fenómeno ocasional. Ahora nos envuelven, consumiendo la vida de una audiencia mucho más amplia, alimentada por anuncios de vídeo y audio, en televisión, radio, Internet o por la calle, a veces incluso pagados por el gobierno. Es posible quedar inmerso en apuestas 24 horas al día.

El lado tenebroso de esta frenética locura del azar, una adicción demoledora, es considerada generalmente como un precio real pero pequeño de "hacer negocios". Muchos jugadores apuntan a los beneficios que, según los anuncios, generan las apuestas y juegos de azar, los ingresos fiscales generados para la educación y la atención a las personas mayores.

Un estudio riguroso, "Ingresos estatales del juego", publicado en 2016, dibuja resultados mucho más modestos de esos pretendidos retornos fiscales. Eso sí, añade que "la industria del juego es un poderoso contribuyente de políticos y partidos políticos y juega un papel determinante en los procesos políticos".

Hasta donde puedo detectar, el daño a la comunidad rara vez se considera, si es que se considera alguna vez. Al fin y al cabo, prácticamente nunca unos estudios controlados por las empresas van a cuestionar sus frutos podridos.

El impacto más profundo de esta profusión de "entretenimiento" azaroso es el control mental, la idea tan prevalente en nuestra cultura, de que uno mismo tiene el control, de que todos los bienes de los que dispone son para sí mismo y que debe protegerlos contra aquellos que quieren quitárselos, aunque sea para redistribuirlo con los que menos tienen. Así llegamos a una completa soledad, aunque rodeados de "adversarios" y damos pie a una nación de personas aisladas con escasa conexión personal, dominadas por la falsa ilusión de la autosuficiencia y por la triste verdad de que el otro es "el enemigo".

Por Ken Briggs. Traducido del National Catholic Reporter

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