Tenemos que hablar (y escuchar)

Son estos unos tiempos desafiantes. No solo está dividido nuestro país; también lo está nuestra Iglesia. Tales tiempos resultan especialmente desafiantes para los periodistas, predicadores, maestros y otros comunicadores católicos que deben trabajar y servir en este mundo. ¿Cómo se habla a una nación dividida, a una Iglesia dividida? ¿Cómo se sanan esas divisiones?

Las divisiones en nuestro país han sido evidentes durante el último año. Tales divisiones no van a desaparecer mágicamente. Nuestras divisiones son profundas en cuestiones como el racismo, la desigualdad económica, la educación, los valores culturales y los estilos de vida. Hay barreras entre jóvenes y mayores, entre hombres y mujeres, entre el medio rural y el urbano. No escuchamos la misma música ni recibimos las mismas noticias. Si bien nuestro pluralismo es una de nuestras mayores fortalezas, también es un reto que debemos saber gestionar si queremos preservar la unidad.

De igual manera, nuestra Iglesia está dividida. Tenemos una notable diversidad étnica, con personas en cada parroquia procedentes de Europa, América Latina, África e incluso Asia. Es al mismo tiempo una bendición y un desafío.

El escándalo de los abusos sexuales también ha causado una ruptura en la Iglesia, con los laicos justamente indignados con los graves errores de la jerarquía en el pasado para tratar adecuadamente con los malos sacerdotes. Muchos también están molestos con la jerarquía por sus afirmaciones políticas o por la negativa a permitir la ordenación de mujeres.

Nuestra Iglesia también está tan políticamente dividida como la propia nación. Hay católicos que enfatizan la enseñanza próvida de la Iglesia por encima de todas las cosas; hay católicos que enfatizan las enseñanzas de la Iglesia sobre la justicia y el cuidado de la creación. Algunos católicos se sienten más cómodos con los conservadores "evangélicos" que con sus hermanos católicos, mientras que otros se sienten más cómodos con los "progresistas" anglicanos o luteranos que con sus hermanos católicos. 

Hay católicos que pretenden que la Iglesia cambie el mundo, mientras que otros solo buscan un lugar tranquilo en el que rezar y ser consolados.

No son solo los laicos los que están divididos: también lo están los sacerdotes y los obispos. Vemos a obispos discutiendo con otros en público. Mientras tanto, nuestras parroquias se dirigen de formas muy diversas por los distintos pastores. En consecuencia, muchas personas votan con sus pies (o con sus coches) el lugar al que asistir a misa. Ya no van a la parroquia más cercana: van a la parroquia en la que se sienten en casa con el sacerdote y la comunidad. Y muchos, aunque dicen seguir siendo católicos, simplemente no van a ninguna parroquia. Muchos otros se han marchado completamente de la Iglesia Católica.

¿Qué hemos de hacer los comunicadores ante estas divisiones? La primera tarea de un comunicador es escuchar. Escuchar es un ministerio tan importante como predicar. Debemos escuchar antes de hablar o escribir. La primera lección en comunicación es "conoce a tu audiencia". ¿Cuáles son sus preocupaciones, qué les mueve, qué aman, qué acontecimientos y personas han conformado sus vidas? ¿Cuáles son sus preguntas?

Cuando era un joven sacerdote, mi parroquia tenía un grupo de oración que rezaba y dialogaba sobre las lecturas de la Escritura del siguiente domingo. Los participantes no tenían ninguna sofisticación teológica, pero sus pensamientos y reflexiones me ayudaban cuando me sentaba a preparar mi homilía. Podía hablar de sus preocupaciones porque había escuchado primero.

Los periodistas también deben escuchar a sus fuentes para comprender verdaderamente lo que están diciendo, para saber citarles de forma apropiada y justa. Si los periodistas no consiguen empatizar con el sujeto entrevistado, es que no están formulando las preguntas correctas. A mediados de los años ochenta, cuando estaba escribiendo mi libro Arzobispos: Dentro de la estructura de poder de la Iglesia Católica Americana, descubrí que todos los arzobispos que entrevisté tenían algo digno de ser escuchado que decir, algo que merecía la pena citar -incluso los arzobispos con los que mantenía desacuerdos teológicos y pastorales-. Si formulamos las preguntas correctas y escuchamos, tendremos el privilegio de ver en el alma de nuestros entrevistados.

En el mensaje de este año para la Jornada Mundial de las Comunicaciones, el papa Francisco les dice a los periodistas que recorran las calles, que se encuentren con la gente cara a cara: "pasar tiempo con la gente, escuchar sus historias y confrontar la realidad, que siempre nos sorprende de alguna manera".

Escuchar no solo es útil para ayudarnos a comunicar mejor: es en sí mismo un arte sanador. Escuchar es una señal de respeto por aquellos que son despreciados y excluidos. Muchos de quienes se encuentran alienados en nuestro país y en nuestra Iglesia se consideran faltados al respeto. Sienten que a nadie le importan. 

Así les pasa a las víctimas del racismo cuando las personas blancas minusvaloran sus preocupaciones diciendo: "Pero todo es mucho mejor ahora de lo que fue". Les pasa a los trabajadores despedidos cuando se les dice: "Simplemente muévete a donde haya trabajo". Les pasa a las mujeres que preguntan por qué no pueden ser sacerdotes. Les pasa a los hombres y mujeres homosexuales que quieren saber por qué no pueden estar con aquel a quien aman. Les pasa a los inmigrantes indocumentados y sus hijos que temen la deportación. Les pasa a las víctimas de abusos de todo tipo cuando escuchan con demasiada frecuencia: "Aguántate".

Pero también les pasa a otros que formulan otras preguntas sobre cuestiones nucleares: Si hacemos caso a los anteriores, ¿no estaremos adaptándonos demasiado al mundo y olvidando la verdadera voluntad de Dios? ¿Estaremos crucificando de nuevo a Cristo al grito de la multitud? ¿No estamos ignorando la naturaleza humana? ¿Por qué tienen que cambiar las cosas? ¿Por qué estáis causando confusión, abriendo debates donde la respuesta de la tradición es más que clara? ¿Por qué no puedo ir a una misa en latín? ¿Qué hace ese transexual en el baño de mujeres?

Los políticos inteligentes, los sacerdotes inteligentes y los comunicadores inteligentes conocen la importancia de escuchar. Después de escuchar, es más probable que te escuchen a ti. Los expertos les han dicho repetidamente a los obispos que una de las mejores cosas que pueden hacer por las víctimas de abusos es escucharlas. Necesitan ser oídas. Necesitan contar su historia. Necesitan ser escuchadas.

Escuchar es algo divino. Dios se pasa la mayor parte de Su tiempo escuchando nuestras oraciones. Rezar sana porque hablamos y Dios escucha y luego Dios habla y nosotros escuchamos.

Cuando, después de escuchar, por fin hablemos, tenemos que separar hechos de opiniones. Periodísticamente, hablamos de separar noticias de opinión. Cuando era más joven, había una clara separación en el periódico entre la sección de noticias y la página editorial. Ya no la hay.

Dos cosas han destruido el negocio informativo: internet, con la que los medios obtuvieron ingresos publicitarios de "noticias" patrocinadas, y Rupert Murdoch, que con Fox News derribó el muro que separaba las noticias de la opinión. Cuando Fox News vio que su audiencia crecía, CNN y MSNBC siguieron rápidamente su ejemplo.

En los viejos tiempos, la opinión era un pequeño postre en el periódico después de una comida suculenta de datos y noticias. Hoy, las noticias y los hechos son siervos de la opinión. Nos tomamos el postre sin habernos alimentado de hechos. Y, en consecuencia, todo el país tiene disparado el azúcar. No es sorprendente que estemos sobreexcitados.

Al mismo tiempo, no deberíamos tener miedo a la diversidad de opiniones, si se expresan con sinceridad y respeto. Entre 1998 y 2005, cuando era editor jefe de América, me metí en problemas porque a algunos en el Vaticano y entre los obispos de Estados Unidos no les gustaban algunas de las opiniones que publicábamos. Siempre tuvimos artículos desde los dos puntos de vista sobre cualquier asunto, pero eso no importaba. Solo querían que se expresase su opinión.

La teología y la práctica pastoral no pueden desarrollarse sin diálogo y debate. Tenemos que aprender a expresar el mensaje cristiano de una forma que sea comprensible en el siglo XXI. No lo haremos con lenguaje del siglo XIII.

Así como San Agustín y Santo Tomás de Aquino tomaron el pensamiento intelectual que en su tiempo se creía más avanzado, ya fuese el neoplatonismo o el aristotelismo, y lo utilizaron para explicar la fe a su generación, así también nosotros debemos utilizar el pensamiento de nuestro tiempo para explicar la fe a quienes viven en el siglo XXI.

Términos como transubstanciación no tienen mucho significado si no comprendes la metafísica aristotélica. Decir que la homosexualidad es "intrínsecamente desordenada" significa una cosa para un filósofo tomista y otra completamente distinta para un psicólogo moderno.

Con el papa Francisco, las cosas han cambiado. En el primer sínodo de los obispos de su pontificado, animó a los participantes a hablar libremente, incluso en desacuerdo con él. Citó el ejemplo de San Pablo, que se confrontó con San Pedro en Jerusalén, cuando los primeros discípulos discutían si los conversos al cristianismo debían ser circuncidados y si debían seguir las leyes dietéticas judías. Afortunadamente, Pablo convenció a Pedro y Santiago y lo demás es historia.

Si Pedro y Pablo podían discutir, si el papa Francisco puede acoger el desacuerdo, entonces como católicos debemos aprender a tratar con las diferencias de opinión como lo hace una familia en la que el amor sigue reinando por encima de los desacuerdos, no como lo hacen los políticos.

Por último, como comunicadores debemos decir la verdad. Esta exhortación no debería ser necesaria, por obvia, para un cristiano, pero sabemos que la verdad ha sido a veces suprimida por la Iglesia, especialmente en lo referido a los abusos sexuales por miembros del clero. El recientemente publicado Informe McCarrick nos muestra a obispos mintiendo incluso al Vaticano.

El miedo a escandalizar a los fieles era la excusa para mentirles, pero ha resultado que a los fieles les escandaliza más el encubrimiento. El miedo a las condenas a indemnización llevó a los obispos y sus cancillerías a vetar toda información sobre los abusos, pero esos vetos se tradujeron en demandas para incrementar las indemnizaciones. Medios como en National Catholic Reporter que intentaron exponer el escándalo fueron condenados por intentar destruir a la Iglesia Católica, pero los clérigos al cargo de la Iglesia fueron los que más hicieron por destruirla. La credibilidad de la Iglesia se vio severamente afectada por las mentiras y encubrimientos. Como dicen en Washington, el encubrimiento es peor que el crimen.

Como católicos, debemos creer sinceramente que "la verdad os hará libres". Decir la verdad también puede significar hablar como los profetas bíblicos, desafiando a las personas con hechos y opiniones que no quieren escuchar. ¿Pero cómo transmitir a la gente hechos y opiniones que no quieren escuchar?

En su mensaje de la Jornada Mundial de las Comunicaciones, el papa Francisco pregunta quién informará a la gente sobre la falta de tratamiento para la Covid-19 en los pueblos marcados por la pobreza de Asia, América Latina y África: "Las diferencias sociales y económicas dictan el orden de distribución de las vacunas contra la Covid, con los pobres siempre al final de la fila", escribe. "El derecho a la atención sanitaria universal se afirma como principio, pero se le priva de cualquier efecto real".

Incluso en el mundo desarrollado, se lamenta, "la tragedia social de las familias que se dirigen rápidamente a la pobreza permanece generalmente escondida; personas que ya no sienten vergüenza de esperar en fila para que una organización caritativa les proporcione un paquete de comida no son noticia".

Ser un comunicador católico es una vocación que requiere escucha, conocimiento de la diferencia entre hecho y opinión, estar abierto a una diversidad de opiniones, decir la verdad, valentía y humildad. Debes tener el valor de decirle a tu interlocutor que está equivocado mientras conservas la humildad de saber que tú también puedes estarlo. Como el profeta, el comunicador debe "consolar a los afligidos y afligir a los acomodados".

El ministerio de comunicar es parte del ministerio de la Palabra. A veces exige una palabra desafiante; otras veces exige una palabra de consuelo. Isaías y Jesús sabían combinar ambas. Solo podemos rezar para que sepamos seguir sus pasos.

El papa Francisco concluía su mensaje del Día Mundial de las Comunicaciones 2021 con una oración:

Señor, enséñanos a movernos más allá de nosotros mismos, buscando la verdad. Enséñanos a ir y ver, enséñanos a escuchar, a no entretenernos en prejuicios o trazar conclusiones odiosas.

Enséñanos a ir donde nadie más irá, a tomarnos el tiempo necesario para comprender, a prestar atención a lo esencial, a no distraernos con lo superfluo, a distinguir las apariencias engañosas de la verdad.

Danos la gracia de reconocer Tus moradas en este mundo y la honestidad necesaria para decir a los demás lo que hemos visto.

Por Thomas Reese, SJ. Traducido de America Magazine

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