¿Qué tiene que ver la Anunciación con nosotros? (II)

Gabriel responde a la manera a la que Dios a menudo nos responde. Después de explicar a María que "el Espíritu Santo te cubrirá con Su manto" (que por encima de cualquier otra cosa es algo indudablemente confuso) el ángel le pide a María que busque las señales de la promesa de Dios cumpliéndose en su vida. En otras palabras, que considere la experiencia de su vida y de la de los


demás: "Sabes que tu prima Isabel está en su sexto mes de embarazo", dice. "La que llamaban estéril" ahora espera un hijo, "porque nada hay imposible para Dios.

En otras palabras, mira a tu alrededor. Mira lo que Dios puede hacer y lo que ya ha hecho en tu vida.

Frecuentemente, en la dirección espiritual, me encuentro con personas que dudan que Dios les esté acompañando durante un tiempo difícil. Tal vez han perdido su trabajo. O un amigo o un padre ha enfermado o se está haciendo mayor. O una relación ha terminado. O se han deprimido o desanimado. Incluso el devoto comienza a dudar de la presencia de Dios en su vida. Es natural.

Habitualmente lo único necesario para que recuperen la confianza es una pregunta sencilla: ¿No ha estado Dios contigo en el pasado? A menudo, se pensarán la respuesta un rato, pero terminarán respondiendo: "Sí, ahora que lo mencionas, cada vez que pensaba que no podía seguir, encontré algo o a alguien que me ayudó a continuar adelante. Verdaderamente sentí que Dios estaba justo allí conmigo".

Hace unos años publiqué un libro titulado "¿Cómo encontrar a Dios?". En él invitaba a un amplio número de colaboradores, de una gran variedad de procedencias religiosas, a responder una misma pregunta: si alguien te preguntase cómo encontrar a Dios, ¿qué le dirías? De entre todas las personas, la respuesta que encontré más sorprendente fue la del superior general de la Compañía de Jesús, un holandés llamado Peter Hans Kolvenbach. Y lo que dijo me recordó bastante la historia de María y el ángel.

Desde su oficina en Roma, el Padre Kolvenbach dijo que la pregunta le recordaba la historia de un abad muy santo que solía hablar frecuentemente a sus monjes sobre buscar, encontrar a y encontrarse con Dios. Una vez uno de sus monjes le preguntó si alguna vez se había encontrado él mismo con Dios. Después de un avergonzado silencio, el abad admitió que nunca había tenido una visión o una experiencia directa de Dios. Sin embargo, dijo, no había nada sorprendente en ello: Dios mismo le dijo a Moisés en el libro del Éxodo: "No puedes ver mi rostro". Pero Dios también le dijo a Moisés que podía ver a Dios pasar. Así que, mirando retrospectivamente sus muchos días, el abad podía ver muy claramente el "pasar de Dios" por su vida. El Padre Kolvenbach concluía su meditación de esta manera:

En este sentido, es menos una cuestión de buscar a Dios que de dejarse encontrar por Él en todas las situaciones de la vida, en las que no deja de pasar y en las que puede ser reconocido una vez que ha pasado: "Verás mi espalda".

¡Qué visión más maravillosa! Demasiadas personas piensan que la idea de "encontrar a Dios" o de "experimentar a Dios" o de "escuchar a Dios" es el territorio de los místicos o de los santos. No para mí, dicen. O esperan una experiencia inmediatamente transformadora de voces, visiones, emociones intensas. Pero, con mayor frecuencia, a Dios se le encuentra mirando retrospectivamente a tu vida, o a tu semana, o a tu día, y diciendo: "Sí, ahí estaba Dios". Encontrar a Dios es a menudo una cuestión simplemente de permanecer consciente e incluso de mirar atrás.

A menudo estamos tan imbuidos por la inquietud del momento presente que somos incapaces de mirar o ver o reconocer la presencia de Dios. Solo con el tiempo la mayoría de nosotros somos capaces de hacer memoria y comprender. Pero, cuanto mas crezcamos en santidad, más conscientes seremos de la presencia de Dios en nuestras vidas diarias. Los santos son los que siempre son conscientes de Dios -mientras recuerdan el pasado, mientras viven el presente, mientras esperan el futuro-.

Gabriel, en esencia, le dice lo mismo a María. Mira el curso de tu vida. Mira lo que Dios ha hecho. Y mira lo que Dios está haciendo. Simplemente mira a Isabel. "En sus años ancianos, ha concebido a un hijo y ya está de seis meses la que llamaban estéril".

Y cuando María reflexiona sobre lo que ve a su alrededor, sobre su propia experiencia y conocimiento de lo que le ha sucedido a Isabel, es por fin capaz de decir sí a esta extraña petición de Dios: "Hágase en mí según tu palabra".

María consiente con perfecta libertad. Como hacemos nosotros. Dios se encuentra con nosotros en multitud de maneras, a través de la naturaleza, a través de la oración, especialmente a través de los demás. Dios nos invita a unirnos a Él, a seguirle, Él nos invita a crear con Él. Pero la decisión siempre nos corresponde a nosotros. Somos libres de decir sí o no.

Con su sí, con su fiat, con su hágase, María se hace compañera del Altísimo y se capacita a sí misma para traer a Cristo al mundo. Este sí que transformó el mundo es aquel del que habló San Bernardo en uno de sus sermones sobre María: "Respondiendo con una palabra, recibió la Palabra de Dios. Hablando su propia palabra, concibió la Palabra divina. Pronunciando una palabra que pasa, abrazó la Palabra eterna".

Con nuestro propio sí a la voz de Dios en nuestras vidas también se nos pide que alimentemos la Palabra de Dios en nuestras vidas y que traigamos a Cristo al mundo -ciertamente no de la misma forma en la que lo hizo María, sino en nuestras propias situaciones-. Utilizando nuestros propios talentos y gracias estamos llamados a llevar a Cristo a la vida de los demás.

Al describir la conversación entre Gabriel y María, el Evangelio de Lucas describe perfectamente el conjunto de la vida espiritual: Dios comienza la conversación; nosotros estamos inicialmente dubitativos y temerosos; intentamos comprender la palabra de Dios en nuestra vida; Dios nos recuerda nuestra experiencia y, siendo libres de elegir, si decimos "sí" a Dios traeremos nueva vida al mundo.

Pero no es esta toda la historia. Hace unos meses estaba hablando de este pasaje con una amiga, una religiosa. Al final de nuestro diálogo dice: "Pero si estás pensando en la Anunciación como relacionada con la vida espiritual, te estás olvidando de la parte más importante de la historia". No tenía ni idea de a qué se refería.

"Entonces el ángel la dejó", se río ella. "¿No ocurre siempre así en nuestras vidas? Después de esos encuentros con Dios -como sea que ocurran en nuestras vidas- se nos deja solos para cumplir con lo que se nos ha pedido. Aunque Dios sigue estando a nuestro lado, con frecuencia parece que estamos solos. ¿Quién sabe si María se volvió a encontrar alguna vez con Dios tan claramente como lo hizo antes del nacimiento de Jesús?"

Tenía razón. Es esta la parte más dura: confiar en lo que Dios nos ha dicho. La parte de la fe. La parte de vivirla.


Por James Martin, SJ. Traducido de America Magazine

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