De Elohim a YHWH

"¿Cómo lo sabes tú?". Dependiendo de donde se ponga el énfasis (en tú, cómo o sabes) y de la modulación esa pregunta podría formar parte de una competición de gritos entre gritos de nueve años o ser una pregunta de desarrollo en un examen de doctorado. En algún momento, la mayoría de nosotros tendremos que afrontar tal pregunta, especialmente al tomar una decisión clave o al formarnos la opinión sobre una materia importante. La materia puede ser profundamente seria, como en ¿Cómo sé si debería casarme con él? o ¿Cómo sé si creer en Dios tiene sentido? Estas últimas preguntas son mucho más importantes que cualquiera de las que nos puedan formular en un examen.

Hoy, escuchamos un relato sobre la lucha de Abraham con estas preguntas. ¿Cómo podía saber si o por qué Dios quería realmente que sacrificase a Isaac? Hay una clave oculta en el lenguaje del relato. Cuando se abre la escena, escuchamos que Dios pone a Abraham a prueba, diciéndole que ofrezca a su hijo en sacrificio. Aquí, el nombre hebreo de Dios es Elohim, una palabra semítica común para "los dioses".

Más adelante en el relato, escuchamos que el mensajero "del Señor" llamó a Abraham y evitó que tomase la vida de Isaac. Desde este momento, "Señor" es el nombre de Dios. "Señor" se refiere al nombre divino escrito como YHWH, el nombre que Dios reveló a Moisés, el nombre tan sagrado que los fieles judíos se niegan a pronunciarlo.

Hay un mundo de diferencia entre los dos conceptos de Dios aquí. Elohim se refiere a los "dioses" que exigen una obediencia ciega, no importa el sufrimiento que provoque. Se creía en esos dioses como gobernantes absolutos, a menudo caprichosos, a veces como tiranos cuya ira debía ser calmada. Abraham pensaba de esa manera sobre Dios y aceptó la exigencia de sacrificar a su querido hijo único. Abraham temía a Elohim como un Dios egocéntrico y temible que priorizaba la autoridad y la obediencia sobre el amor.

Aunque el relato llama nuestra atención sobre la relación entre Abraham e Isaac y sobre la intervención de último minuto, su verdadero significado es la conversión de la comprensión que Abraham tiene de Dios. El Señor que paró a Abraham cuando iba a matar a su hijo era YHWH. El Señor fue el que entró en una alianza con Abraham y le prometió descendencia. El Señor apreció el deseo de Abraham de ser obediente, pero acudió a enseñarle que, en lugar de sacrificios, el Señor simplemente desea relaciones de amor con todas las criaturas hechas a imagen divina. Este es el Dios creador que da vida en abundancia, del comienzo hasta el fin.

El Señor que evitó que Abraham completase su holocausto es el Dios que Jesús conocía y que llamaba Abba. El encuentro de Abraham con el Señor fue un momento de revelación. Anteriormente, a pesar de sus encuentros con Dios, Abraham se relacionaba con Él desde su propia teología, desde conceptos humanos que veían a Dios como la humanidad, solo que elevada al grado superlativo. La revelación en el Monte Moria introduce a Abraham a un Señor que no cabe en las categorías humanas; al Señor que lo haría todo para atraer a la humanidad a la vida en la imagen divina.

El Dios que Abraham comenzó a conocer en el Monte Moria el es Dios que, como nos dice Pablo, se encarnó en Jesús e intercede por nosotros. Abraham concebía a Dios como uno que necesitaba de intercesores y sacrificios para aceptarnos. El Dios que encontró, el Dios de Jesús, es el Dios que solo quiere conducirnos a la vida en Él. Esto invierte el concepto de intercesión. En lugar de enviar a Jesús para rogar a Dios que nos acepte a nosotros, criaturas débiles, el Señor se hizo carne en Jesús para interceder ante nosotros, invitándonos a vivir como si el amor fuese lo único que importase.

Esto es lo que los discípulos comenzaron a comprender en el monte de la transfiguración. Por un breve


momento, percibieron que Jesús era el mensajero definitivo de Dios, la culminación de todo en su tradición: el Dios que les creó por amor y que solo quiere amor. Como Abraham, no pudieron asumir todas las implicaciones de inmediato. En esa montaña percibieron una verdad que no encajaba en sus categorías, que no cabía en sus tiendas. Por eso la voz divina les dijo que escuchasen y Jesús les dijo que no hablasen -al menos, todavía no-.

¿Cómo sabían que lo que habían visto era verdaderamente una revelación? Una señal era que lo que habían experimentado iba mucho más allá de sus expectativas más locas. Era algo verdaderamente divino.

El Dios a quien Jesús les introdujo rompió sus categorías y les invitó a dejar de pretender ser los mejores o siquiera merecedores de algo. Como les enseñó Pablo, la clave para la fe es aceptar que se es amado sin medida. Al ir comprendiendo gradualmente esto, los discípulos se hicieron capaces de ser apóstoles, de comunicar el mensaje. Y la verdadera prueba fue que, cuanto más contaban la historia, más sabían que era verdad.

Por Mary Mc Glone. Traducido del National Catholic Reporter

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