Permaneced en mi amor y daréis frutos en abundancia (III)

Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Día 3

Colosenses 3, 12-17. Vístete de compasión 

Sois elegidos de Dios; Él os ha consagrado y os ha otorgado Su amor. Sed, pues, profundamente compasivos, benignos, humildes, pacientes y comprensivos. Soportaos mutuamente y, así como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros, cuando alguno tenga quejas contra otro. Y, por encima de todo, practicad el amor que todo lo vuelve perfecto. Que la paz de Cristo reine en vuestras vidas; a ella os ha llamado Dios para formar un solo cuerpo. Y sed agradecidos. Que el mensaje de Cristo os llene con toda Su riqueza y sabiduría para que seáis maestros y consejeros los unos de los otros, cantando a Dios salmos, himnos y canciones inspiradas con un corazón profundamente agradecido. En fin, cuanto hagáis o digáis, hacedlo todo en nombre de Jesús, el Señor, dando gracias a Dios Padre por medio de Él. 

Juan 13, 1-15; 34-35. Amaos los unos a los otros 


Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de dejar este mundo para ir al Padre y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, llevó Su amor hasta el fin. 

Se habían puesto a cenar y el diablo había metido ya en la cabeza de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de traicionar a Jesús. Con plena conciencia de haber venido de Dios y de que ahora volvía a Él, y perfecto conocedor de la plena autoridad que el Padre Le había dado, Jesús interrumpió la cena, se quitó el manto, tomó una toalla y se la ciñó a la cintura. Después echó agua en una palangana y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura. Cuando le llegó la vez a Simón Pedro, este le dijo: «Señor, ¿vas a lavarme los pies tú a mí?». Jesús le contestó: «Lo que estoy haciendo, no puedes comprenderlo ahora; llegará el tiempo en que lo entiendas». Pedro insistió: «Jamás permitiré que me laves los pies». Jesús le respondió: «Si no me dejas que te lave, no podrás seguir contándote entre los míos». Le dijo entonces Simón Pedro: «Señor, no solo los pies; lávame también las manos y la cabeza». Pero Jesús le replicó: «El que se ha bañado y está completamente limpio, solo necesita lavarse los pies. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos». Jesús sabía muy bien quién iba a traicionarlo; por eso añadió: «No todos estáis limpios». Una vez que terminó de lavarles los pies, se puso de nuevo el manto, volvió a sentarse a la mesa y les preguntó: «¿Comprendéis lo que acabo de hacer con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón, porque efectivamente lo soy. Pues bien, si Yo, vuestro Maestro y Señor, os he lavado los pies, lo mismo debéis hacer vosotros unos con otros. 

Os he dado ejemplo para que os portéis como Yo me he portado con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: Amaos unos a otros; como Yo os he amado, así también amaos los unos a los otros. Vuestro amor mutuo será el distintivo por el que todo el mundo os reconocerá como discípulos Míos». 

Meditación 

En la víspera de Su muerte, Jesús se arrodilló para lavar los pies de Sus discípulos. Sabía la dificultad de vivir juntos y la importancia del perdón y del servicio mutuo. «A menos que te lave», le dijo a Pedro, «no tienes nada que compartir conmigo». 

Pedro aceptó que Jesús se pusiera a sus pies; fue lavado y tocado por la humildad y ternura de Cristo. Más tarde seguiría el ejemplo de Jesús y serviría a la comunidad de los fieles de la Iglesia primitiva. 

Jesús desea que la vida y el amor fluyan a través de nosotros como la savia a través de la vid, para que las comunidades cristianas sean un solo cuerpo. Pero tanto hoy, como en el pasado, no es fácil vivir juntos. A menudo nos enfrentamos a nuestras propias limitaciones. A veces no amamos lo suficiente a quienes están cerca de nosotros en la comunidad, la parroquia o la familia. Hay momentos en los que nuestras relaciones se rompen por completo. 

Cristo nos llama a revestirnos de compasión, y nos ofrece siempre nuevas oportunidades de comenzar. Tomar conciencia de que somos amados por Dios nos mueve a aceptarnos mutuamente con nuestras virtudes y defectos. Es entonces cuando reconocemos la presencia de Cristo en medio de nuestras vidas. 

Desde tu pequeñez, ¿eres artífice de reconciliación en la comunión del amor, que es el Cuerpo de Cristo, Su Iglesia? ¡Alégrate! Estás sostenido por la comunidad. Ya no estás solo, en todas las cosas avanzas junto con tus hermanos y hermanas. Con ellos, estás llamado a vivir la parábola de la comunidad. 

Las fuentes de Taizé (2000), pp. 48-49

Oración de los fieles 

Respondiendo al mandato del Señor de amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado (cf. Jn 15, 12b), oremos ahora confiadamente a Dios nuestro Padre, para que nos ayude a dar un testimonio creíble de lo que hemos recibido como una gracia.

 — Para que sea el mandamiento nuevo del amor el que guíe las relaciones y los diálogos entre los representantes de las Iglesias en el camino de la unidad. Roguemos al Señor. 

— Para que los cristianos de cualquier denominación se sientan miembros del único Cuerpo de Cristo, y comprendan que Cristo no puede estar dividido. Roguemos al Señor. 

— Para que cada día vayamos superando entre los cristianos el lenguaje de la intolerancia, de los prejuicios, del sectarismo y la incomprensión. Roguemos al Señor. 

— Para que el Señor acoja en su reino a quienes han perdido la vida durante la pandemia, consuele a sus familiares y renueve la vocación de servicio de quienes cuidan a los enfermos y luchan por erradicar la enfermedad. Roguemos al Señor. 

— Para que nuestras Iglesias se esfuercen cada vez más por proteger y cuidar a los miembros más débiles del Cuerpo de Cristo, especialmente los niños, jóvenes, ancianos, enfermos, pobres, inmigrantes y desahuciados. Roguemos al Señor. 

Oh, Dios, que sabes que la vida del hombre está sujeta a tanta necesidad: escucha las preces de los que te suplican y cumple los anhelos de los que ponen en ti toda su esperanza. Por Jesucristo, nuestro Señor.

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