¿Este pensamiento viene de Dios o solo de mi cabeza? (I)

Hace no mucho tiempo una mujer vino a pedirme dirección espiritual. Como hacen la mayoría de directores espirituales, comenzamos trazando algunas directrices: con qué frecuencia encontrarnos, en qué tiempos, qué dirección seguir.

Entonces pregunte qué esperaba de la dirección espiritual. La primera cosa que dijo fue: "Quiero ayuda para comprender lo que procede de Dios y lo que procede" -apuntó a su cabeza- "simplemente de aquí".

Como percibía esta mujer, no todo lo que se cruza por tu cabeza procede directamente de Dios. Por supuesto que toda oración está mediada por nuestras conciencias, pero cuando pregunto "¿Qué procede de Dios y qué procede de mí?", la mayoría sabe de lo que estoy hablando. Hay una diferencia entre la voz de Dios y nuestra voz.


Digamos que estás rezando a partir de la lectura de la multiplicación de los panes y de los peces, el relato del Evangelio en el que Jesús alimenta a una inmensa multitud con solo unos pocos panes y peces. Llegas a la expresión "panes y peces" y la palabra "pez" te impacta. Recuerdas esa mala comida que tuviste la semana pasada en un restaurante de comida marina. Todavía no estás seguro de si la comida estaba envenenada, pero definitivamente aquel salmón estaba en mal estado. Tu mente se desplaza a ese instante y te prometes no volver nunca más a aquel restaurante.

Después de un rato piensas, ¿Qué me está diciendo Dios aquí? ¿No se supone que debo seguir a Jesús? ¿Seguir a Jesús de alguna forma me va a hacer enfermar?

Te respondería que probablemente esto es simplemente algo que se ha cruzado en tu mente y que probablemente no haya en ello ningún mensaje profundo. Es, lo más probablemente, una distracción.

Ahora imagina que estás rezando a partir de esa misma página, y te viene algo diferente. Tienes un deseo de sentarte y comer con Jesús. No simplemente por hambre física, sino por el deseo de estar con Él. Te imaginas lo bueno qué sería pasar tiempo con Él, como compañero. Nunca habías pensado en lo que significaría compartir una comida con Jesús, y entonces te llega el recuerdo de comer con tu querido abuelo cuando eras más joven. Él era siempre tan amable y te escuchaba con tanta atención, como si fueses la única persona en el mundo, incluso aunque eras solo un niño. Tu abuelo te hacía sentir especial y querido. Le ves como una figura de verdadera sabiduría.

Extrañamente, comienzas a pensar en Jesús de la misma forma que lo haces con tu abuelo -alguien con quien querrías pasar tiempo, alguien que te ama-.

Este segundo recuerdo parece diferente al primero, ¿no? Entonces, ¿qué los distingue? ¿Cómo puedo discernir qué procede de Dios y qué procede de mí? ¿Qué es una distracción y qué no lo es? O quizás sea mejor plantearse sencillamente: ¿A qué debería prestar atención?

Dejadme ser claro: no existe una forma única de discernir tales cosas y lo que ofrezco aquí son solo unas pocas preguntas que formularse en estas situaciones, que he encontrado útiles en mi propia vida y al ayudar a otros.

Primero: ¿Está implicado el espíritu maligno?

Volvamos a tu pensamiento sobre aquel pescado en malas condiciones. Si te produce ansiedad, inquieta tu espíritu o te aleja de la oración, tal vez no sea simplemente una distracción, sino lo que San Ignacio de Loyola llama el "espíritu maligno", un impulso que te aleja de Dios y que impide tu progreso espiritual.

Este caso, el espíritu maligno está intentando alejarte de Dios o, más exactamente, el espíritu maligno está utilizando tal distracción para alejarte de Dios. Lo último que el espíritu maligno desea es que te acerques a Dios. Incluso utilizar un pescado puede servir para sus propósitos. De la misma manera, tú podrías comenzar a pensar en seguir a Jesús y entonces comenzar a pensar: "Si Le sigo, probablemente tendré que trabajar con los pobres y entonces caeré enfermo. Como cuando me comí aquel pez." Claramente, eso tampoco procede de Dios.

En general, el espíritu maligno intenta moverte hacia objetivos malvados o, inicialmente, hacia un sentimiento de desesperanza y desesperación. Como escribe San Ignacio en sus Ejercicios Espirituales, en una buena persona el espíritu maligno busca "causar una ansiedad creciente, entristecer y levantar obstáculos. De esta forma los engaña con falsas razones dirigidas a evitar su progreso".

Una forma sencilla de comprender esto es que, si estás sintiendo desesperanza, desesperación o inutilidad, esto no procede de Dios porque, como comprendió Ignacio, tales sentimientos conducen a evitar el progreso en la vida.

También hay que tener cuidado con el lenguaje "universal" que suele ser característico de la desesperación, especialmente cuando se une a afirmaciones negativas sobre ti mismo. En cualquier momento en el que te encuentres diciendo cosas como "Nada va a mejorar", "Todo el mundo me odia", "Nadie me quiere", "Todo me sale mal" o "Nunca podré cambiar", es una señal de la presencia del espíritu maligno. Date cuenta cuando utilices estas expresiones universales e intenta no escucharlas. En cambio, escribe Ignacio, el "buen espíritu", el espíritu que conduce a Dios, es el que actúa así: "Es característico del buen espíritu levantar el ánimo y la fortaleza, el consuelo, la inspiración y la tranquilidad. Vuelve las cosas más fáciles y elimina todos los obstáculos, para que la persona progrese en la buena dirección".

Se reconoce al espíritu maligno en el sentimiento de desesperación; al buen espíritu en el de esperanza. Cuando estás intentando discernir lo que procede y lo que no procede de Dios, este es un buen punto de arranque.

Dejadme dar un ejemplo de mi propia vida. Durante algún tiempo como joven luché con un complejo, suave, de hipocondría. No era algo que me debilitase, pero me hacía enfatizar demasiado los problemas físicos y ser demasiado temeroso de caer enfermo; en el proceso me hacía centrarme en mi propio bienestar de una forma egoísta.

Hace unos veinte años tuve que someterme a una cirugía, que me trajo una oleada de emociones y cierta hipocondría -y ciertos pensamientos universales: "Esto es lo peor de la historia". "Siempre me pongo enfermo". "Nunca voy a ser capaz de superar esto".

Pero también sentí una llamada en dirección contraria: hacia una mayor libertad, hacia un dejar ir mi ego que siempre me hacía centrarme en mí, hacia la esperanza.

En medio de todo esto, fui a ver a mi director espiritual. Así que se lo formulé en forma de pregunta. "Es una nueva experiencia", le dije, "de sentir libertad y esperanza frente a la enfermedad. Y al mismo tiempo me siento impulsado de vuelta hacia los sentimientos de desesperación. Y eso parece ser el mal espíritu. Pero los sentimientos más pensados, conscientes, positivos, esperanzados, incluso aunque son nuevos, parecen proceder de Dios. Es algo nuevo en mi vida, pero me estoy preguntando: ¿Es esto el buen espíritu?"

Él prácticamente saltó de su silla y gritó: "¡Sí!". Cuando sientas desesperación, no la escuchas; cuando percibas esperanza, síguela.

Segundo: ¿Tiene sentido?

Si estoy rezando durante un tiempo difícil de mi vida y espontáneamente recuerdo otro momento en el que Dios estuvo conmigo durante mis luchas, tal vez pueda ver en esa memoria el deseo de Dios de que confíe. O tal vez venga a mi memoria un lugar que me sugiera una gran calma y relajación. Esta es una forma que Dios tiene de aliviarnos.

En cambio, si estoy rezando durante un tiempo difícil y me acuerdo de ese email que olvidé contestar, el pensamiento probablemente no proceda de Dios. En el contexto de lo que estoy rezando, no encaja. 

Recuerda, quieres saber si tiene sentido. ¿Tiene sentido que Dios se dirija a mi para invitarme a confiar? Sí, eso parece tener sentido, o al menos encaja con lo que está sucediendo en mi vida en este momento. ¿Tiene sentido que durante un tiempo de oración sobre algo serio Dios me recuerde que conteste mis emails? Probablemente, no.

Tercero: ¿Conduce a un incremento del amor y la caridad?

Este estándar procede del Evangelio de Mateo, en el que Jesús dice: "Por sus frutos los conoceréis". La voz de Dios puede ser distinguida por Sus efectos. Si seguir este impulso conduce a un incremento de la caridad y del amor, entonces muy probablemente procede de Dios.

Digamos que estás rezando sobre algo que no te gusta. Tal vez estés pidiendo a Dios ayuda sobre cómo tratar con esa persona. De repente te indignas con algo que te ha hecho. Oh, cómo me gustaría darle un puñetazo en la cara, piensas.

Vinita Hampton Wright, autora de Días de una amistad profundizadora, ofrece una forma de comprender esos sentimientos. Probablemente te des cuenta de que, incluso cuando tienes tales sentimientos mientras rezas, Dios no te está moviendo a darle un puñetazo en la cara a esa persona. Entonces, pasas de aquel deseo inicial al pensamiento sobre cómo puedes confrontarte con él por alguna falta suya que te vuelve loco. Tal vez incluso reces sobre lo que le dirías sobre su falta -para descargarte de tu impaciencia y dejar claro que la culpa es suya-. Esto parece tener sentido, así que tal vez te veas tentado a creer que Dios está detrás. 

"Pero reflexionando más cuidadosamente", explica Vinita, "te das cuenta de que la confrontación tal vez sea lo suficientemente satisfactoria para ti pero probablemente no incremente tu amor por esa persona ni tampoco le ayude a esa persona a cambiar a mejor -así que, no aumenta el amor ni la caridad-."

Si una acción no conduce -de alguna manera, en algún lugar y persona- a un incremento en el amor y en la caridad, el ímpetu probablemente no proceda de Dios. 

Por James Martin, SJ. Traducido de America Magazine

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