Una comunidad de amor siempre en expansión

Se necesita toda la tribu para educar a un niño. Es una asunción sutil, implícita en el relato por Lucas de la primera vez que Jesús entró en el templo. Cuando Lucas cuenta la historia, presenta a José, María y a todo Israel como parte del escenario cuando Jesús entró por primera vez en lo que llamaría la casa de Su Padre.

Aunque Lucas tiene cuidado en insistir en que la familia fue allí para cumplir con la ley, tan pronto


como llegaron sus razones rituales quedaron de lado mientras el pueblo elegido, bajo la apariencia de dos ancianos, daba un paso al frente. Así como Isabel y Zacarías, los padres del bautista, habían simbolizado a Sara y Abraham, Ana y Simeón nos recuerdan la historia de Hanna que llevó a su hijo Samuel a Elías el templo donde mujeres santas contemplaron la escena.

Estos detalles sitúan al niño Jesús en el centro de la historia de Su propio pueblo. El pueblo en que se crio y maduró se remontaba 2.000 años a la alianza de Dios con Abraham. Jesús pertenece al pueblo elegido por ley, por herencia y por recapitular en Sí mismo su historia.

Hay una belleza singular y un importante tema evangélico reflejado en el hecho de que si la entrada de Jesús en el templo simbolizaba Su membresía en el Pueblo de Dios, las personas que le reconocieron y le dieron la bienvenida eran simples ancianos. El templo seguramente estaba abarrotado de personas comunes como Simeón y Ana junto con autoridades como sacerdotes, escribas, fariseos y otros funcionarios. En medio de todos ellos, fue Simeón, un hombre sin ningún título pero de reputación intachable, quien, al sostener al niño, de alguna manera sostuvo todo aquello que había esperado.

Con sus predicciones sobre Jesús, Lucas permite a Simeón adelantar el resto del relato del Evangelio. Entonces llegó Ana, la antigua viuda que pasaba su vida en oración. Si Simeón rezaba en acción de gracias y hablaba con José y María, Ana tomó el papel de ser la primera evangelista, anunciando la presencia de Jesús a todo el que estuviese esperando redención.

Cuando contemplamos cuanto sucede en esta historia, comenzamos a darnos cuenta de que la Fiesta de la Sagrada Familia no trata realmente sobre una familia nuclear con dos padres y un hijo único, sino que es una celebración de la comunidad humana. Esta historia y su simbolismo nos introduce en una red de relaciones que crece exponencialmente cuando cada uno de sus miembros originales entra en contacto con otros que expanden la Palabra a sus relaciones, y así se va repitiendo de edad en edad.

Nuestras comunidades son particularmente importantes cuando celebramos la familia en este domingo después de Navidad. Muchas familias tendrán bien recientes los recuerdos de las celebraciones navideñas y estarán todavía disfrutando los regalos que recibieron hace solo dos días. Al mismo tiempo, muchos de los nuestros no celebraron este tiempo con una familia extendida, ni con una familia nuclear intacta. Para mucho, este tiempo hurga en las heridas de matrimonios rotos, de conflictos familiares o de la pérdida de sus seres queridos. Si la Navidad es dura para ellos, la Fiesta de la Sagrada Familia les puede parecer como el día de echar sal innecesariamente en sus heridas.

Para hacer esta fiesta más accesible a todos, deberíamos poner su epicentro en el Evangelio de Lucas y celebrarla como la fiesta de nuestra comunidad de amor, siempre en expansión. Desde esa perspectiva, podremos disfrutar la sabiduría de Sirach sobre el respeto a los padres como un recordatorio de que hemos de ser agradecidos por todo aquello que hemos recibido de nuestros mayores: padres y familia extendida, maestros, personas de nuestra parroquia, nuestros ancestros en la fe.

La lectura opcional de hoy del Génesis nos invita a recordar nuestras raíces en la tradición judía y a permanecer junto a Abraham mientras se pregunta si las promesas de Dios podrían convertirse en verdaderas algún día. La alianza de Dios con Abraham comenzó la línea de historias en la que Dios cumple promesas imposibles con aquellos que le son fieles.

La carta a los colosenses ofrece una meditación sobre como construir comunidades. La idea clave es permitir que el amor sea "el vínculo de perfección" entre nosotros. Eso no significa que seamos perfectos, sino que el amor sea el vínculo más fuerte que las imperfecciones que separan a una comunidad cuando les damos demasiada importancia.

La Fiesta de la Sagrada Familia ciertamente celebra a las familias. A una escala más amplia, nos invita a desarrollar nuestra capacidad de participar en una comunidad de amor. Somos creados por Dios, a la imagen del Dios Uno y Trino al que conocemos como una comunidad de amor siempre en expansión. Como Jesús, todos tenemos la capacidad de entrar en y formar comunidades que nos hacen más humanos y más divinos.

La familia que celebramos hoy es la plena y santa familia de la humanidad, ligada a lo largo de los tiempos por el Dios que nos ama y nos da la vida -ahora y para siempre-.

Por Mary McGlone. Traducido del National Catholic Reporter

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