¿Dónde vive Dios?

Conduciendo de una parte de la ciudad hasta otra con condiciones de vivienda tan terriblemente diferentes que incluso una niña de siete años se sentía terriblemente triste al respecto, mi sobrina me preguntó: "Entonces, ¿dónde vive Dios?" "En tu corazón", no iba a convencerla. Hablar sobre el cielo a esta niña que había visto vuelos espaciales y que ya sabía sobre la evolución no iba a funcionar. (Sobre la evolución, ella era escéptica, porque, si la evolución era real, ¿por qué no se estaban convirtiendo en personas los monos del zoo? ¡Absurdo!). Pero la historia de la Navidad captó su imaginación y le dio contexto para comprender que existe una infinita variedad de respuestas a su pregunta.


Desde los tiempos del Éxodo hasta los días de Salomón, se había creído que el Dios de Israel moraba en una tienda entre el pueblo. Los israelitas en camino encontraban la gloria de Dios en la nube que flotaba sobre aquel espacio móvil. Cuando David alcanzó la cima de su poder, quiso construir un templo que localizara permanentemente la morada hasta entonces móvil y nada majestuosa de Dios. Utilizando un lenguaje piadoso, David estaba orquestando un cambio profundo en la vida religiosa de Israel. Para el pueblo, un templo magnífico representaba un bello lugar para la oración y el encuentro con Dios. También sería un lugar de exhibición, un testimonio de la riqueza y el poder del rey que lo construyese. El templo aseguraría el papel de Jerusalén como la capital de la nación, unificando el poder político y el religioso. Y ahí está el problema.

Cuando David le dijo a Natán que había decidido construir una morada permanente para Dios, el profeta se mostró de acuerdo sin dudarlo. Pero en menos de 24 horas, Dios rectificó la situación. La crítica de Dios era bastante clara, diciendo en efecto: ¿Quieres acogerme tú a Mí en una casa que tú construirías? ¿Recuerdas quién te ha convertido en quien tú eres? Te protegí desde los pastos hasta el campo de batalla; saqué a tus ancestros de Egipto; soy Yo el que te ha acogido a ti aquí. He hecho esto por Mi Pueblo y seguiré estando con ellos. Prometo libremente darte un futuro por las generaciones que vengan, pero tú no puedes contenerme en un palacio o santuario, ni guardarme bajo el control de un sacerdocio".

El problema del plan de David, se diese cuenta o no, es que un templo habitualmente se convierte en un intento de domesticar a Dios. El Dios de Israel continuamente se revela como un Dios de las sorpresas, el Dios que, a diferencia de otros "dioses" menores, creó gratuita y únicamente por amor. El mismo nombre del Dios de Israel es un misterio insondable. Este es el Dios que asegura a las personas de todo tiempo: "Tan altos como los cielos están sobre la tierra, así de altos están Mis pensamientos sobre vuestros pensamientos". A lo largo de su historia, Israel escucharía a Dios criticar el templo y sus prácticas mucho más que aprobarlas. Salomón, el hijo de David que comenzó bien pidiendo sabiduría, terminó no solo construyendo el templo, sino perdiéndose en su propia búsqueda de poder y placer.

La primera lectura de hoy y la historia de Israel nos sugieren que no encontraremos a Dios atrapado en el templo de nadie. Entonces, ¿dónde encontraremos a Emmanuel, a la autorrevelación de Dios? El Evangelio de hoy apunta en una nueva dirección.

Lucas abre esta parte de su relato casi como si estuviese dando indicaciones sobre la iluminación para montar el escenario de un teatro o película. Primero, los focos brillan sobre toda la Tierra, entonces se van estrechando lentamente sobre Galilea, sobre Nazaret, y sobre las personas que rodean a una joven mujer.

Por fin, dejan en el primer plano a María. Ahora el diálogo reduce la infinita distancia entre el cielo y Galilea, llevando a María a darse cuenta de que el cielo está en su humilde puerta y que se le pide abrir para dar a Dios espacio con el que hacerse presente como nunca antes. Plenamente consciente de que ella es incapaz, por sí sola, de obrar tal cosa, ofrece su ser, el único sacrificio que Dios desea. Sus palabras: "He aquí la esclava del Señor", resonarían en la oración de su mismo hijo, en las dos peticiones: "Venga Tu reino", "hágase Tu voluntad".

El misterio de la Anunciación responde a la pregunta de mi sobrina. Haríamos bien en buscar la morada de Dios en los márgenes de lo aparentemente importante. Mientras la gente construye lujosos tabernáculos y los llena de oro, polifonía e incienso, las apariciones más conmovedoras de Dios no han tenido lugar en el templo de Jerusalén, en Roma o en Washington, sino en Nazaret y en Belén, o en el monte de las ejecuciones fuera de la ciudad, o en mesas en las que personas sencillas se reúnen para orar.

Por absurdo que algunos lo juzguen, Dios habita no donde las personas construyen basílicas para reflejar su propia gloria, sino donde las personas dejan espacio en sus vidas para acoger epifanías inesperadas. Dios nunca dejará de habitar entre aquellos que rezan con María y dicen: "He aquí la esclava del Señor".

Por Mary Mc Glone. Traducido del National Catholic Reporter

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