Dios no es un infiltrado

¿En qué piensas cuando piensas en la Navidad?

Algunos piensan en una fiesta de cumpleaños para el niño Jesús. Otros piensan en el inicio de una vida breve orientada hacia el calvario desde sus inicios.

Sin embargo, sugiero que los cristianos haríamos bien en revisar nuestros pensamientos esta Navidad y destinar algún tiempo a reflexionar sobre la humanidad de Dios.


Como muchos antiguos pensadores helenísticos, algunos lectores de hoy se irritarán con la yuxtaposición, tan juntas, de las palabras "humanidad" y "Dios", como si tal expresión supusiese un insulto al Divino. Sin embargo, la humanidad de Dios es precisamente la escandalosa verdad teológica que los cristianos celebramos cada 25 de diciembre. Es solo que algunos de nosotros hemos crecido en una formación religiosa que pasaba rápidamente sobre la plena humanidad de Jesús para favorecer una visión potencialmente más atractiva, pero indeseadamente herética, según la cual Dios solo estaba de alguna manera pretendiendo ser humano -una especie de "jefe infiltrado" divino- pero no experimentó toda la complejidad de la vida humana.

Además de para derrotar la tentación de abrazar el docetismo en estas navidades, pasar algún tiempo reflexionando sobre la humanidad de Dios en toda la vida de Jesucristo también puede ayudarnos a apreciar mejor la solidaridad de Dios con nuestras experiencias, incluidas aquellas de extremo sufrimiento, fragilidad y pérdida. Dios sabe lo que significa ser humano porque, como conmemoramos en Navidad, Dios verdaderamente se hizo humano.

Creo que una de las mejores guías para reflexionar sobre la humanidad de Dios es un tratado espiritual no demasiado bien conocido de San Buenaventura, el teólogo franciscano medieval y doctor de la Iglesia. Uno de los teólogos más influyentes y prolíficos del siglo XIII, Buenaventura compuso un breve texto titulado El árbol de vida alrededor del 1260.

Utilizando la imagen de un árbol con doce ramas, cada una de las cuales soporta un "fruto espiritual" compuesta de cuatro partes (cada parte una escena de la vida de Jesús en el Nuevo Testamento), Buenaventura presenta 48 relatos breves con títulos simples como "Jesús presentado a los magos" o "Jesús negado por los suyos". En cada relato, son centrales las ricas descripciones que ofrece Buenaventura, seguidas por su invitación directa al lector para iniciar su imaginación colocándose a sí mismo en la escena descrita, considerando lo que significaría ser uno de los personajes, meditar como un testigo presencial de los hechos o vislumbrar cuál debió ser la experiencia de Jesús en aquel momento.

A algunos lectores esto les puede sonar en gran medida a "espiritualidad ignaciana", porque Buenaventura desarrolló esta aproximación a la oración meditativa que Ignacio de Loyola y sus seguidores popularizarían siglos después. Como explicó el teólogo de la Universidad de Fordham Ewert Cousins en su introducción al texto, "El árbol de vida de Buenaventura es en muchos aspectos un precedente de la meditación ignaciana, tanto en su carácter subjetivo como en sus técnicas". Añadió, "desde cierto punto de vista, los Ejercicios ignacianos pueden ser vistos como una iniciación a la visión contemplativa que propone Buenaventura".

Una meditación particularmente adecuada para Navidad es la titulada "Jesús nacido de María". Deteniéndose en detalles de los Evangelios, Buenaventura reflexiona: "Aunque era grande y rico, se hizo pequeño y pobre por nosotros. Eligió nacer lejos de casa en un establo, ser envuelto en pañales, ser alimentado por leche virginal y descansar en un pesebre entre un buey y una mula".

Tras centrarse en la fragilidad del recién nacido, Buenaventura se dirige al lector para invitarnos a situarnos en la escena:

Por tanto, ahora, alma mía, abraza ese pesebre divino; junta tus labios para besar los pies del niño. Entonces en tu mente acude al encuentro de los pastores, maravíllate al recibir a los ángeles, únete a la melodía celestial, cantando con toda tu voz y tu corazón: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.

La ternura de la instrucción y la atención a los más pequeños detalles del afecto humano -besar los pies del niño- muestran la ternura instintiva que cualquier padre o abuelo conoce al recibir a un niño recién nacido. Sí, el niño Jesús es literalmente adorable, pero lo que no se pierde en la reflexión de Buenaventura es la verdadera vulnerabilidad y dependencia de Emmanuel, del Dios con nosotros.

A lo largo de El árbol de vida, Buenaventura recorre la vida pública de Jesús, invitándonos a lo largo del camino a hacer una pausa y habitar en cada momento presentado. Regularmente dirige la atención del lector con instrucciones meditativas orientadoras, como "no des la espalda ahora", "recibe al niño en tus brazos", "hazte compañero", "atiende ahora" o "respira con paz ahora", entre otras.

Pero, aunque son maravillosas las meditaciones del Evangelio y la dirección espiritual sobre la vida de Jesús que Buenaventura ofrece, me encuentro pensando sobre la mayor parte de la vida de Jesús que no se narra en los Evangelios, lo que los académicos suelen llamar Su "vida oculta" antes de iniciar Su ministerio público.

¿Cómo fueron aquellas largas noches, días, meses y años para María, José, Jesús y Su familia extendida? ¿Qué sentía Jesús cuando tenía un resfriado o una pesadez de estómago? Cuando huyeron como refugiados, escapando de la amenaza de la violencia política desatada por Herodes, ¿Percibía el bebé Jesús el miedo y la incertidumbre de sus padres? ¿Se despertaba José por la noche, aterrorizado por cómo protegería y garantizaría la subsistencia de su familia? ¿Cuáles eran las dudas y los miedos de María? ¿Intentó ocultárselos a su niño para intentar protegerle de las duras realidades del mundo como hacen muchos padres? Y cuando, según la leyenda, José falleció siendo Jesús un niño, ¿qué significó para María ser madre soltera en aquella sociedad?

¿Cómo sonaba la risa de Jesús y qué le hacía gracia? ¿Qué dejaba Su corazón conmovido y qué le hacía llorar? ¿Cuál fue Su experiencia de crecer, de que aumentasen los problemas, de las molestias de la pubertad y de la transformación en adulto? Mucho antes de tener discípulos, ¿quiénes fueron sus amigos y cómo eran? ¿Experimentó un enamoramiento adolescente?

¿Cómo era el trabajo de Jesús? ¿Cómo era Él? ¿Qué pensaba en los años, meses y días antes de Su bautismo en el Jordán, del milagro de Caná o de pronunciarse sobre el cumplimiento de las palabras proféticas de Isaías en la sinagoga de Nazaret?

¿Quién era Jesús antes de convertirse en ese Jesús?

Para apreciar plenamente el significado de lo que celebramos en Navidad, son esta la clase de preguntas que deberíamos pasar algún tiempo formulándonos, rezando y considerando. Al hacerlo, llegaremos a una apreciación más completa de la maravillosa acción inspiradora de Dios que nos amó tanto que quiso que no hubiese barreras entre Creador y criatura: Dios se "vació de Sí mismo" (Filipenses 2:7) para arriesgar toda la vulnerabilidad de la condición humana sin reservas.

En esta extraña Navidad en medio de una pandemia, que nos ha obligado, a toda la familia humana, a recordar nuestra propia fragilidad y finitud, entremos más profundamente en el misterio de un Dios que también conoce lo que significan la fragilidad y la finitud. En esos momentos tan humanos de alegría y de esperanza, de tristeza y de sufrimiento, Dios comprende plenamente y está con nosotros en medio de todo ello.

Por Daniel Horan. Traducido del National Catholic Reporter

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