Ama: vacúnate en cuanto te toque

La vacuna del coronavirus está por fin aquí. No en dosis suficientes, y su puesta en marcha no está exenta de confusiones y dificultades logísticas, pero hay personas recibiendo la primera dosis. Ya vemos a algunos profesionales médicos y sociosanitarios y a algunos políticos compartiendo fotos siendo vacunados.

Aunque es importante que los líderes piensen en quién y cuándo podrá vacunarse, la decisión que afrontamos la mayoría de nosotros es: "¿Debería ponerme la vacuna cuando llegue mi turno?" La Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, en su comunicado de la semana pasada, calificó adecuadamente vacunarse como un "acto de caridad". Otras conferencias episcopales están emitiendo comunicados similares. También es un acto de solidaridad.

Vacunarse no solo reduce las posibilidades de infectar a otro -algo que incluso las personas aparentemente sanas pueden hacer fácil e inadvertidamente- sino que también envía una señal pública importante a las personas que pertenecen a poblaciones de riesgo de que estamos haciendo lo que podemos para mantenerles seguros: ancianos, presos, pobres, profesionales sanitarios y trabajadores esenciales. "Vacunarse con seguridad contra la Covid-19", dice el comunicado de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, "debería ser considerado como un acto de amor al prójimo y parte de nuestra responsabilidad moral por el bien común".


Fueron especialmente reconfortantes las noticias procedentes de la archidiócesis de Miami el miércoles pasado según las cuales el arzobispo Thomas Wenski se convirtió en el primer obispo en recibir la vacuna. "Quería mostrar hoy, ante todo, que tenemos confianza en la vacuna y que no tenemos ningún reparo ético sobre la vacuna", dijo el arzobispo Wenski. "Espero que mi paso anime a otros a ponerse la vacuna tan pronto como esté disponible para ellos". Esto es especialmente importante porque un pequeño número de dirigentes eclesiales han sembrado confusión lanzando opiniones contrarias a las directrices episcopales y vaticanas según las cuales las vacunas pueden y deben recibirse.

La afirmación del arzobispo Wenski también apunta a una realidad preocupante que el mundo afronta en los próximos seis meses: para que la vacuna ponga fin a la epidemia -para que podamos reabrir sin restricciones nuestras iglesias, escuelas y centros de trabajo- una parte significativa de la población debe recibirla. Pero muchos son renuentes a hacerlo, las encuestas todavía nos hablan de buena parte de la población que pretende evitar ser vacunada. Pero como A. David Paltiel, profesor de salud pública de la Universidad de Yale, le dijo al New York Times, "las vacunas no salvan vidas. Los programas de vacunación salvan vidas".

La Congregación para la Doctrina de la Fe fue un paso más allá el 21 de diciembre, cuando declaró que es moralmente aceptable recibir vacunas contra la Covid-19 en cuyo desarrollo o investigación se incluyan líneas celulares procedentes de fetos abortados cuando no haya otra alternativa disponible. También ha sido esta la postura de la Academia Pontificia para la Vida respecto de la vacuna que se le pone a los niños para evitar la rubeola, las paperas y el sarampión, obtenida por medios similares.

Más aún, aunque el documento afirma que "la razón práctica hace evidente que la vacunación no es, como regla general, una obligación moral y debe, por tanto, ser voluntaria", los autores también expresan que "desde el punto de vista ético, la moralidad de una vacunación depende no solo del deber de proteger la propia salud, sino también del deber de proteger el bien común. En ausencia de otros medios para parar o evitar la pandemia, el bien común recomendaría la vacunación, especialmente para proteger a los más débiles y expuestos".

No es solo una cuestión de ideas personales. En Estados Unidos, las encuestas muestran un alto porcentaje de población renuente a vacunarse entre los adultos negros, lo que podría deberse a una larga historia de profesionales médicos proporcionándoles una atención de menor calidad o incluso utilizándolos para tratamientos experimentales sin su consentimiento.

Por su parte, la Congregación para la Doctrina de la Fe optó por no entrar en la cuestión de "la seguridad y eficacia de las vacunas, aunque es éticamente relevante y necesaria". La desconfianza en las afirmaciones de los gobiernos de que la vacuna es segura y no tendrá efectos secundarios es una razón prominente. Tras esa desconfianza se esconde una creciente falta de confianza a lo largo de la sociedad: en los otros, en los expertos, en los medios, en las instituciones. Esta desconfianza probablemente se quedará entre nosotros cuando la pandemia se haya ido.

Entonces, ¿qué podemos hacer para incrementar la confianza en la vacuna -y por lo tanto elevar su efectividad-? Si bien tenemos la obligación de escuchar las preguntas de la gente sobre las vacunas y responder con caridad y compasión, también es verdad que advertir de las falsas informaciones es una obra espiritual de misericordia.

Seguramente nos beneficiaremos si todos nuestros líderes nacionales y locales -obispos y sacerdotes entre ellos- son cristalinamente claros sobre la seguridad de las vacunas y sobre que recibirlas es un acto de caridad y de solidaridad.

Editorial traducido de America Magazine

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