El Cristo de las colas del hambre

La fiesta de hoy se celebra bajo el título, nada comedido, de la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. A lo largo de la historia, los cristianos han producido una amplia variedad de imágenes de Cristo como Rey. Está el Jesús supermusculoso, parecido a Apolo, de Miguel Ángel que eleva a los benditos y desprecia a los condenados. Los iconos ortodoxos generalmente representan un salvador más serio que acogedor y muchas imágenes populares presentan a un Jesús coronado y resplandeciente en ropajes reales o sacerdotales.

La mayoría de estas imágenes se presentan en marcado contraste con el Evangelio de hoy. En la parábola de hoy, Jesús nos ofrece la imagen de un pastor que separa las ovejas de las cabras, una tarea poco exigente tradicionalmente encargada a los niños o personas mayores. Pero en este caso, tiene una importancia capital, al ilustrar la división eterna creada entre aquellos que se descubren en la compañía de los amados de Dios y aquellos que no encuentran lugar entre ellos.

Los personajes que aparecen es esta última parábola del Evangelio de Mateo bien podrían representar a todos aquellos con los que Jesús entró en relación durante Su ministerio. Irónicamente, ninguna de las personas representadas como ovejas y cabras anticipó esta clase de juicio. Ninguno había reconocido conscientemente a Cristo en los demás, especialmente no le habían reconocido entre aquellos que necesitaban ayuda.

Entre las atónitas "cabras", podríamos encontrar a líderes que censuraron a Jesús por sanar en sábado o por confraternizar con personas de dudosa reputación. Allí, también, encontraríamos a personas como el rico que se enorgullecía de cumplir todas las leyes, pero que al final prefirió su propia fortuna en vez de unirse al grupo de Jesús. Entre las sorprendidas ovejas, podríamos descubrir a la mujer que no permitió a Jesús marcharse sin asistirla por extranjera, o el centurión que rogó en nombre de su siervo. Con ellos, encontraríamos a los discípulos, cuyas debilidades eran evidentes, pero que siguieron intentando ser fieles y servir como lo hizo Jesús -incluso hasta el punto de estar dispuestos a invitar a una multitud de miles a compartir sus escasas rebanadas de pan-.

Necesitamos recordar la clave: ni las "ovejas" ni las "cabras" adivinaron los criterios que determinarían su suerte. Si se les hubiese aconsejado que se preparasen para afrontar el juicio de Dios, muchos de ellos habrían revisado si habían cumplido con los mandamientos que comienzan por "No". Los discípulos habrían revisado si realmente lo habían dejado todo para predicar el Evangelio. Algunos cristianos de tiempos posteriores llegaron a creer que su examen final mediría si habían mantenido la ortodoxia doctrinal o litúrgica o si habían cumplido con los mandatos morales (léase sexuales) de la Iglesia. Pero nada de eso "cayó" en el examen final que les puso Jesús. 

En tiempos modernos, el catecismo de Baltimore nos dice bastante claramente lo que busca el Hijo del Hombre. En respuesta a la pregunta de por qué Dios creó la humanidad, respondemos que fuimos creados para "conocer, amar y servir a Dios en este mundo". ¿Pero cómo conocemos a Dios, mucho más difícil, cómo amamos y servimos a Dios?


La parábola de hoy nos cuenta que el Hijo del Hombre, Jesucristo, el Rey del Universo, eligió de una vez y para siempre entrar en solidaridad e identificarse con los más bajos de este mundo. Tal vez sea tiempo de relegar a los museos la Capilla Sixtina, los iconos impresionantes y los retratos de un redentor de la realeza. Si queremos respetar el autorretrato de Jesús, haríamos mejor en contemplar el "Cristo de las colas del hambre" de Fritz Eichenberg, un grabado en blanco y negro de un Cristo ligeramente encorvado, racialmente indistinto, identificado entre los hombres y mujeres míseros con los que espera nada más que por cómo Su presencia se irradia en ellos. Este grabado ilustra la intención de Cristo de identificarse con los miserables. Mientras que la humanidad tiende a imaginarse lo divino como la máxima expresión de la magnificiencia, Jesús nos dice que busquemos a Dios en lo más bajo de las escalas del poder y del prestigio.

Jesús no nos contó esta parábola para coaccionarnos a ser caritativos por miedo. Tal motivación nos habría dejado atrapados en nuestro egoísmo, incluso aunque aliviásemos el sufrimiento de otros. Jesús sabía que los encuentros genuinos con los pobres agrandan el corazón y la visión de los donantes. La solidaridad nos hace a todos más humanos.

Cristo nos invita a conocerle en relación con Sus amados pobres. Cuando nos enamoramos de Cristo en el pobre y del pobre en Cristo, inevitablemente queremos servirle en y con los pobres.

Esta fiesta resume la ironía evangélica de los primeros y los últimos, de perder la vida y encontrarla. Una forma de resumirla resume el catecismo de Baltimore con el papa Francisco y dice que aquellos que deciden conocer, amar y servir a Cristo, el Rey del Universo, terminarán oliendo como Sus ovejas. Felizmente incluso después.

Por Mary Mc Glone. Traducido del National Catholic Reporter

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