Adviento, tiempo de santos deseos

"El adviento trata sobre el deseo", solía decir un viejo jesuita en nuestra comunidad cuando noviembre se acercaba a su final. Y siempre que lo decía, yo pensaba "¿qué?".


Pero gradualmente fui viendo la luz. Los cristianos desean la venida de Cristo en sus vidas de nuevas maneras, un deseo que es fortalecido durante el Adviento. Las hermosas lecturas del libro de Isaías, que escuchamos durante el Adviento, describen cómo incluso la tierra anhela la presencia de Dios. Las maravillosas "antífonas de la O", cantadas en cada oración vespertina y en cada proclamación del Evangelio durante el final del Adviento, nos hablan de Cristo como "el rey de las naciones y Su deseo". Las lecturas del Evangelio en las próximas semanas nos presentan a Juan el Bautista proclamando la esperanza del pueblo de Israel en un mesías. María y José esperan el próximo nacimiento de un hijo. Mi amigo estaba en lo cierto. El adviento gira en torno al deseo.

Pero hay un problema: el deseo tiene mala reputación en algunos círculos religiosos. Cuando algunos escuchan el término solo piensan en dos cosas: en el deseo sexual o en querencias materiales, ambas condenadas por algunos líderes religiosos de cortas miras. El primero es uno de los grandes dones de Dios a la humanidad; sin él la especie humana dejaría de existir. El segundo forma parte de nuestro deseo natural de una vida digna -con comida, vivienda y ropa-.

El deseo también puede ser difícil de aceptar para algunos en su vida espiritual. Uno de mis libros favoritos sobre la espiritualidad ignaciana es Los ejercicios espirituales reclamados, escrito por Katherine Dyckman, Mary Garvin y Elizabeth Liebert, tres mujeres religiosas. En su texto clásico, los Ejercicios Espirituales, San Ignacio de Loyola repetidamente recomienda rezar por "lo que quiero y deseo". Por ejemplo, una relación más próxima con Dios. O una gracia particular durante un período de meditación. Las tres autoras afirman astutamente que esta dinámica puede presentar obstáculos para algunas mujeres. "Las mujeres a menudo pueden sentir que prestar atención a sus deseos es de alguna manera egoísta y que no deberían honrar sus deseos si han de ser verdaderamente generosas con Dios". Las autoras animan fuertemente a las mujeres a resistir tal tendencia y a "percibir" y "nombrar" sus deseos. A reclamarlos como propios.

¿Por qué tanto énfasis en el deseo? Porque el deseo es una de las maneras claves desde las que Dios nos habla, tanto en Adviento como el resto del año. Nuestros santos deseos son dones de Dios.

Los santos deseos son distintos de los caprichos superficiales, como "quiero un nuevo smartphone" o "quiero una oficina más grande". Estoy hablando en cambio de nuestros anhelos más profundos, aquellos que conforman nuestras vidas: los deseos que nos ayudan a conocer en quienes hemos de convertirnos y qué hemos de hacer. Nuestros anhelos más profundos nos ayudan a conocer los deseos de Dios para nosotros, y cuánto desea Dios estar con nosotros. Y Dios, creo, nos anima a "percibir" y "nombrar" esos deseos, de la misma forma que Jesús anima a Bartimeo, el ciego del Evangelio, a articular su deseo. "¿Qué quieres que haga por ti?", le preguntó al hombre ciego sentado en el camino. "Señor, quiero ver", dijo Bartimeo.

¿Por qué formuló Jesús a Bartimeo una pregunta aparentemente idiota? Después de todo, ¡Jesús sabía que aquel hombre estaba ciego! Por una razón: Jesús pudo haber querido ofrecerle la libertad de pedir, dar al hombre la dignidad de la elección, en vez de simplemente curarle de entrada. Por otra: Jesús sabía que reconocer nuestros deseos significa reconocer los deseos de Dios para nosotros. Jesús tal vez preguntó a Bartimeo lo que quería porque nuestros anhelos nos ayudan a aprender algo sobre quienes somos. Es tan liberador decir: "Esto es lo que deseo en la vida". Nombrar nuestros deseos también nos puede ayudar a ser más agradecidos cuando se cumplen nuestras esperanzas.

Expresar nuestros deseos nos conduce a una relación más próxima con Dios. No nombrarlos es levantar una barrera. Sería como tener un amigo que consideras íntimo y no revelarle nunca tus pensamientos más delicados. Permanecería una distancia con tu amigo. Cuando le contamos a Dios nuestros deseos, nuestra relación con Dios se profundiza.

El deseo es también una forma principal de que las personas descubran quienes son y lo que están llamadas a hacer. En el ejemplo más obvio, dos personas sienten el deseo sexual, emocional y espiritual la una por la otra y así descubren su vocación al amor. Una persona siente una atracción por convertirse en médico, o en abogado, o en maestro y así descubre su vocación. El deseo nos ayuda a encontrar nuestro camino. Pero primero tenemos que conocerlo.

Los anhelos más profundos de nuestro corazón son nuestros santos deseos. No solo deseos de sanación física, como pidió Bartimeo (y como piden tantos hoy), sin también de cambio, de crecimiento, de una vida más plena. Y nuestros deseos más profundos, esos que nos conducen a convertirnos en quienes somos, son los deseos de Dios para nosotros. Son la manera en la que Dios te habla directamente, una manera en la que, como dijo San Ignacio de Loyola, "el Creador trata directamente con la criatura". También es una de las vías por las que Dios hace cumplir Sus propios sueños para el mundo, llamando a las personas a ciertas tareas.

El deseo juega un papel enorme en la vida de un jesuita. Como novicios, se nos enseña que es importante darnos cuenta de nuestros anhelos profundos. Un joven jesuita que sueña con trabajar con los pobres y marginados, o con estudiar la Escritura, o con trabajar como director de retiros, será animado a prestar atención a sus deseos. De la misma manera, los superiores jesuitas reverencian tales deseos cuando toman decisiones sobre donde destinar a un jesuita en particular.

A veces en la vida, te encontrarás con que te falta el deseo de algo que querrías desear. Digamos que estás viviendo una vida cómoda con escaso contacto con los pobres. Tu podrías decir: "Sé que se supone que debería querer vivir con más sencillez y trabajar con los pobres, pero no tengo ningún deseo de hacerlo". Quizás sepas que deberías querer ser más amoroso, más generoso, más perdonador, pero de hecho no lo deseas. ¿Cómo puedes rezar por ello con honestidad?

En respuesta, Ignacio te respondería: "¿Tienes al menos el deseo de desear?" Incluso si no lo quieres, ¿quieres quererlo? ¿Desearías ser la clase de persona que quiere esto? Incluso esto puede ser visto como una invitación de Dios. Hay una invitación expectante de Dios incluso en las trazas más sutiles de deseo.

El deseo es una parte clave de la espiritualidad cristiana porque el deseo es una forma clave de que la voz de Dios se escuche en nuestras vidas. Y nuestro deseo más profundo, plantado en nosotros, en nuestro deseo de Adviento por la venida de Cristo, el deseo de las naciones.

Por James Martin, SJ. Traducido de America Magazine

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