La Vida que nunca expira

En el cementerio solo olvidamos unas viejas lágrimas a poner al sol y secar. Se acerca el "día de los muertos", pero las mejores flores no las colocaremos en el frío mármol, sino en el altar de la vida. Mármol para los que carecen de techo y de casa, no para los que vuelan. Lo último que desean nuestros seres queridos es asirnos a esa piedra negra, a esa honda pena.


Se acerca el "día de los muertos", pero teclado en mano queremos cantar a la vida. Es, se consuma, encarna, se realiza aquello que nosotros y nosotras cantamos. Ésa es la Ley insoslayable. No existe aquello que no cantamos, que no creemos, que no alumbramos.

Los tiempos del coronavirus son también los de cantar unidos a la Vida que nunca expira. El momento del obligado perimetraje físico es el de glosar una eternidad sin límite alguno. En la hora de la angustia desbocada vamos a cantar al amor de Dios, Aquél que nunca, nunca se acaba.

El Dios de la compasión infinita no frecuenta casinos. No se entretiene a la ruleta. Esto no es un virus ciego, una lotería que a unos toca y a otros no; esto es un plan de estancia en esta escuela con un curso que ya estaba programado, con un vuelo al Hogar de pasaje ya reservado.

Dice la Sabiduría sin tiempo ni nombre que la muerte la creamos nosotros a fuerza de pensamiento, de creer en ella. Viven los seres que amamos, en otra esfera, en otra morada y luz. El mármol negro nunca impidió el aleteo de las almas. La sepultura no podía atrapar, la tierra no podía retener a quienes estaban destinados a la eternidad.

 

Koldo Aldai. Publicado en Fe Adulta

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