La tentación de Pedro. Satanás: una Iglesia de fuerza y de poder

Por Xabier Pikaza. Publicado en Religión Digital

Este pasaje plantea el destino y despliegue de la Iglesia primitiva, que se enfrenta ante la gran alternativa: (a) Conseguir el Reino a través de un tipo de poder militar o social, espiritual o económico (b) O dar la vida por el Reino, es decir, instaurarlo de un modo gratuito, regalando (perdiendo la propia vida en el interno).   


Este pasaje retoma un elemento de la relación entre Jesús y Pedro, pero no habla de Pedro como persona individual, propia del pasado, sino del Pedro que (según Mateo) es signo de la estructura y organización de la Iglesia.   

‒ Pedro (un tipo de Iglesia) supone que, siendo Mesías, Jesús ha de subir a Jerusalén al estilo de David y de los reyes del mundo, para triunfar en la ciudad de las promesas, instaurando el Reino en claves de poder (evidentemente al servicio de los oprimidos del pueblo, y en algún sentido de todos los necesitados), pero desde el poder, esto es, desde arriba. Quiere ser Piedra Gloriosa, base de un edificio de victoria, sin riesgo de sufrimiento, sin entrega de la vida.

‒ Pero, en contra de Pedro, Jesús decide subir a Jerusalén en un gesto de amor arriesgado, no para triunfar de un modo regio, sino para entregar Su vida a favor de los demás, dispuesto a perderlo todo (aunque no como masoquista, que quiere  que le maten).

‒ Al corregir a Jesús, este Pedro papal en el mal sentido de la palabra aparece como Satán (tentador) para Jesús… es decir como skándalon, es decir, como piedra que hace caer al caminante o que destruye todo el edificio. Entendido en este perspectiva, este pasaje eleva la mayor de todas las críticas posibles en contra de un Pedro establecido en clave de poder sobre la colina del Vaticano; un Pedro que puede ser bueno, incluso muy bueno, pero en clave de poder. Resulta escandaloso que un tipo de Iglesia (con buenísima voluntad) no se haya dado cuenta de ello. 

Propuesta de Jesús. El Hijo de Hombre tiene que ir Jerusalén (16, 21).

Éste es su descubrimiento, la experiencia que define de ahora en adelante el evangelio. Jesús no es masoquista: no ha venido a sufrir por sufrir, ni a morir por morir, sino a extender el reino. Pero su misma fidelidad a la misión de Dios le lleva a subir a Jerusalén, dejándolo todo, sin dinero, sin ejército, a fin de dar Su vida por el Reino (es decir, por los demás, en compañía con los expulsados y pobres, los asesinados). Éste es su gran descubrimiento, el secreto mesiánico.

En esa línea, tras haber aceptado la confesión de Simón (¡Tú eres el Cristo!) y de responderle diciendo  que esa confesión es la la roca firme de la Iglesia, Jesús profundiza en el tema y entiende (interpreta) su mesianismo (tarea de Reino) en una línea de entrega (hasta la muerte), como seguirá diciendo en Mt 17, 22-23; 20, 17-19).

16 21 Desde entonces, comenzó Jesús a explicar (a mostrar) a Sus discípulos que Él debía(dei)  ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser matado y resucitar al tercer día.

‒ “Dei”, la voluntad de Dios. Jesús descubre y proclama esa voluntad de Dios que se va abriendo y mostrando en su camino. No habla del Hijo del Hombre, como Mc 8, 31, sino de Sí mismo, diciendo que “Él debe” (dei auton)   ir a Jerusalén…  El tema no es el destino doloroso de una figura simbólica, como el Hijo del Hombre, sino Su proceso y tarea concreta de ser humano, de Jesús como persona. 

‒ Ir a Jerusalén. Jesús indica así  que no se trata de un sufrimiento en general (una especie de destino cósmico), sino de un sufrimiento que proviene de su “enfrentamiento” con los poderes civiles (ancianos), religiosos (sacerdotes) y legales (escribas) de la ciudad sagrada, a favor de los pobres y expulsados. De esa forma expresa la paradoja central del evangelio. Los escribas concebían a Jerusalén como “roca de cimiento” no sólo del templo, sino de todo el pueblo de Israel, e incluso del universo entero. Pues bien, la Roca de la Iglesia es la confesión de Pedro (Jesús es el Cristo)… y el destino y tarea del Cristo es dar la propia vida para que vivan los pobres, los excluidos.   

‒ De forma que será matado, pero resucitará al tercer día. Jesús descubre el carácter mortal de Su decisión (subir a Jerusalén). No dice quiénes son los causantes directos de su muerte (¿sanedritas, romanos…?), pero insiste en Su conflicto con la ciudad sagrada, añadiendo que “al tercer día” resucitará. No después de tres días, como en Mc 9, 31, sino al tercer día, como afirma la fórmula tradicional de la Escritura, entendiendo ese día como tiempo de culminación (muerte, transformación). Jesús confirma así que Su entrega y muerte está al servicio de la llegada del Reino, es decir, de la resurrección; el Reino no llega como poder sobre los otros, sino como don de vida por los otros,  a favor de los excluidos y condenados del mundo.

Respuesta de Pedro, reproche de Jesús (16, 22-23).

 Pedro ha dicho que Jesús es Cristo, Hijo de Dios… y Jesús le ha respondido que eso se lo ha revelado Su Padre, para añadir que él (Jesús) ha de morir en Jerusalén.   Pues bien, desde su nueva situación, Pedro se cree capacitado para increpar a Jesús, marcándole su dirección, no por simple miedo, sino porque él tiene otra propuesta mesiánica, que no incluye la Cruz.

Desde su propuesta radical de entrega de la vida, Jesús le contesta ratificando su camino mesiánico, y diciéndole que ser Roca de su Iglesia significa estar dispuesto a iniciar con los demás un camino de entrega generosa de la vida.  Jesús le ha llamado Petros/piedra y le ha vinculado a la Petra/roca de Su comunidad mesiánica, tras haberle encargado (con otros) la tarea de la pesca escatológica (cf. 4, 18-22). Es normal que Pedro piense y hable como representante de una Iglesia de Poder, corrigiendo a Jesús y ofreciéndole su propia visión, en una línea tradicional de triunfo mesiánico:

16 22 Y Pedro, tomándole aparte, se puso a increparle diciendo: ¡Dios no lo permita, Señor! Eso no puede pasarte. 23 Pero Él (Jesús), volviéndose a Pedro, le dijo: Apártate de mí, Satanás, eres Escándalo para mí, porque no piensas las cosas de Dios, sino las de los hombres.

Como representante de una tradición que espera al mesías triunfal (y como adelantado y anuncio de papado poderoso vaticano), este Pedro/piedra de escándalo se cree obligado a corregir a Jesús, dándole una lección de realismo. Pues bien, Jesús le responde diciendo que él defiende las cosas de los hombres (no las de Dios). Pedro ha realizado una buena confesión (¡eres el Cristo, Hijo de Dios: 16, 16); y Jesús le responde que será roca de cimiento de la iglesia… y sin embargo ahora le llama Satanás, esto es, Diablo de 4, 1-11, un Escándalo (aquel que hace caer) para Jesús:    

− Pedro(16, 22). Ha proclamado la buena confesión (¡Jesús es el Cristo!) y por fidelidad a ella (pero entendida en clave de hombre, no de Dios) él rechaza ahora con dureza el camino de entrega y muerte de Jesús: ¡Dios no lo quiera, Señor! Le llama Kyrios, Señor, en terminología de veneración cúltica (como los falsos profetas de 7, 22)… Le llama Kyrios, pero no cree en Él (en lo que Él, Jesús, le dice), y así quiere imponerle su camino, un mesianismo del éxito, un gran Vaticano, la mayor iglesia del mundo, apelando a Dios, casi con un juramentohileôs soi, (Dios) se apiade de ti, Dios….no lo quiera. Utilizando grandes palabras, por la “razón de Dios”, Pedro desea triunfar. Es evidente que no tiene miedo a la muerte en sentido externo; tiene miedo de perder el poder.

− Jesús(16, 23). Él había declarado que Simón Pedro era por su confesión la Roca de la Iglesia, cimiento firme de ella. Pero ahora le rechaza, llamándole Satanás y pidiéndole que se aparte de su lado (cf. 4, 10), pues se ha vuelto para él una piedra de escándalo, un escándalo. Pedro ha querido aprovechar de esa manera su pretendida “autoridad” sobre Jesús (a quien llama Kyrios), para apartarle de Su camino: Jesús no puede morir, no puede fracasar…

Pedro quiere que Jesús sea autoridad triunfante, en el mayor de todos los templos. Pero no está dispuesto a permitir que el proyecto mesiánico triunfante de  Jesús fracase, de que le rechace la autoridad judía…, que tenga que morir sin haber cumplido su promesa de Reino victorioso en este mundo.

Ésta es la gran paradoja. Jesús ha presentado la confesión de fe de Pedro como Roca, fundamento de la Iglesia (16, 18). Pues bien, ahora le llama escándalo, piedra de tropiezo, un simple Petros/Pedro, guijarro del camino, en el que Jesús puede tropezar y caerse. Este Pedro es ahora para Jesús aquel que impide que los hombres puedan creen en el Mesías Cristo.

El verdadero enemigo de Jesús no es Pilato, ni Caifás (a quienes Jesús no llama Satanás). El enemigo primero de Jesús es un tipo de Pedro, aunque en otro sentido, pueda presentarse por su confesión como Roca y portador de las llaves de la Iglesia.           

Pedro quiere el mando, pues sólo con mando puede conseguirse el Reino, y para ello tiene que pactar de alguna forma con los poderosos del mundo; por eso no puede permitir que Jesús sea condenado y ajusticiado en Jerusalén, sino todo lo contrario. Pues bien, en contra de eso, Jesús no subirá a Jerusalén para tomar el mando, sino para ofrecer Su vida:

‒ Por un lado está Pedro, que busca una autoridad que parece buena (limpia, legal), para realizar así unos cambios a favor de los hombres, en línea de justicia, pero bajo su mando, un gesto que para Jesús es un “escándalo” (piedra de tropiezo), pues significa aceptar el poder de ancianos-sacerdotes-escribas. En principio, Pedro no quiere poder, para oprimir a los demás, sino para ayudarles, pues cree que sólo con poder se puede organizar el mundo y resolver sus problemas. Pero Jesús rechaza su propuesta, llamándole Satanás, pues va en la línea del Diablo de las tentaciones (4, 1-11), diciéndole que es un escándalon   para Él, una piedra de tropiezo, un mal petros, que pone en riesgo el edificio de la Iglesia, lo contrario de la “petra” (16,18:) que debía sustentarla (cf. Rom 9, 33; 1 Per 2, 8). 

‒ Por otro está Jesús, que no apela al poder, en la línea de los ancianos-sacerdotes-escribas, sino que supera todo poder, convirtiéndose a sí mismo y convirtiendo así su vida en petra o roca que sostiene el edificio de una Iglesia, conforma a la confesión de Pedro. El mismo Jesús, piedra/lithon desechada por los arquitectos (cf. 21, 42) es la piedra angular…

En contra de Pedro, Jesús no quiere (no puede) tomar el poder en la línea de los ancianos-sacerdotes-escribas, ni siquiera para hacer el bien (como quisieron muchos celosos antiguos y modernos), porque el poder, una vez tomado, se vuelve imposición y debe defenderse con violencia. La estrategia de de Pedro  pertenecía a las cosas de los hombres, que Jesús quiso superar en la antítesis (5, 21-48), subiendo a Jerusalén, para ofrecer con su vida la buena noticia de Dios, que es amor y que triunfa precisamente como amor (palabra creadora, perdón, superación del juicio).

Eso significa que el Reino de Dios no se conquista con una buena guerra (victoria de los justos), ni con una buena democracia (voluntad de poder de la mayoría), sino que se identifica con el ofrecimiento de la vida a favor de los demás, no por sacrificio, sino por despliegue de amor. El reino de Dios no se expresa construyendo un Vaticano, el mayor signo de poder simbólico de mundo, la mayor inversión mesiánica de capital… sino dando la vida.

Frente a la autoridad del poder (que quiere Pedro) para cambiar así las cosas, eleva Jesús la riqueza y autoridad de Su vida, dispuesto a quedar en manos de los “poderosos” de Jerusalén, que aparecen descritos aquí desde la perspectiva del Sanedrín judío (sacerdotes, escribas, ancianos).  

‒ Estrategia de Pedro. Se funda en una determinada interpretación de la Escritura y resulta humanamente más viable, en línea del dominio mesiánico. Pero, a juicio de Jesús, ella está en la línea de las cosas de los hombres que se centran en el hecho de tomar el “poder religioso” para transformar así, desde arriba, el desorden actual de la realidad), pero no responde a la novedad más profunda del Reino, sino a la lógica de los macabeos y de sus sucesores (1-2 Mac), asumida por los sacerdotes de Jerusalén.

‒ Estrategia de Jesús. No quiere ni busca el poder para instaurar el Reino, pues le basta la Palabra, es decir, el amor que se ofrece y expande a partir de los pobres. De esa forma Él actúa en la línea de las cosas de Dios, como había formulado ya Mc 8, 33. Al actuar de esa manera, Jesús no sabe de antemano la forma en que el Reino vendrá, pero sabe que no puede instaurarlo tomando el poder para ello, y de esa forma indica que Él quedará en manos de los “hombres”, es decir, de las autoridades sociales y religiosas de su pueblo.

El mismo Pedro/piedra, a quien Jesús ha querido hacer Roca firme, con llaves para abrir el Reino a todos los pueblos, sigue siendo aquí un guijarro, un obstáculo (escándalo) de Satanás, pues no comprende todavía que para abrir el Reino a todos los pueblos hay que estar dispuesto a ser negado y rechazado por los representantes del poder. Por eso, cuando habla de subir a Jerusalén y ser rechazado, Jesús no está hablando sólo de sí mismo, sino del destino de Pedro y de sus discípulos, que han de estar dispuestos a subir con él, siendo negados… Jesús ha rechazado a Pedro, llamándole Satán/Escándalo, diciéndole que se aparte pero al mismo tiempo le mantiene de algún modo a su lado (detrás de él, opiso mou), para que se convierta y aprenda su camino. Esta conversión de Pedro constituye un argumento fundamental del evangelio de Mateo.

Reafirmación de Jesús y conclusión (16, 24-27).

En este momento, la doctrina de Jesús ya no dirige de un modo general a todos (como en Mc 8, 34), sino sólo a los que quieran ser Sus discípulos:

16 24 Entonces dijo a Sus discípulos: Si alguien quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. 25 Pues quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por Mí la encontrará. 26 ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? 27 Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de Su Padre con sus ángeles, y entonces responderá a cada uno según su conducta.

Estas palabras, tomadas básicamente de Marcos 8, 34‒9, 1, reflejan la experiencia primordial de Jesús que entrega su vida por el reino, gratuitamente, porque Él quiere. La forma de invertir de verdad en Reino es dar la vida, no construir un edificio de seguridad, como quiere Pedro.

Jesús acaba de rechazar así a Pedro/Satán, diciéndole ¡apártate…! Pues bien, invirtiendo esa palabra, conforme a la mayor paradoja del Evangelio, Jesús ofrece nuevamente a Pedro Su camino, y con él a todos los que quieran ir tras él, compartiendo su destino, es decir, siguiéndole.

Frente a la norma del mundo, que consiste en salvar la propia vida/alma, utilizando a los demás, en lucha de poder, Jesús eleva el principio mesiánico más alto, la experiencia de “ser Dios” en forma humana,  que consiste en perder (regalar) la propia vida por los demás (por el proyecto de Dios que es Jesús),  es decir, por su Reino. Este es el tema clave de la “inversión” mesiánica, formulada en el himno originario (prepaulino) de Flp 2, 6‒11.

Este evangelio de la entrega mesiánica, que Mateo ha situado tras la confesión de Pedro, constituye un elemento clave de la revelación de Dios , formulada de un modo paradójico (¡negarse a sí mismo!), en perspectiva de conflicto social (¡tomar la cruz!), en claro gesto de anticipación histórica de la crucifixión.

Éste no es un argumento nuevo, pues se encuentra ya evocado al final de las bienaventuranzas (cf. 5, 10-12) y en la segunda parte del Sermón misionero de Mateo (10, 16-42), pero aquí se concretiza al identificar a Jesús (=la causa de Jesús) con Su evangelio, de forma que es lo mismo perder la vida “por Jesús” que perderla “por Su reino”, es decir, por el mensaje de las bienaventuranzas, por la curación de los enfermos, por la salvación de los pobres. Esta palabra y propuesta de Jesús se inscribe en el contexto del mandamiento fundamental de amar a Dios y al prójimo (22, 39).

Esta nueva exigencia de negarse y de tomar la cruz no puede entenderse en forma sacrificial o masoquista, sino de fidelidad a uno mismo y de amor a los demás, estando dispuesto a dar la vida a los demás, gratuitamente, por generosidad, como Jesús:

‒ Principio: Quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo... (16, 24). Venir tras Jesús implica superar el egoísmo propio para afirmar desde Dios (de forma creadora) la vida de los otros. No es optar por el sufrimiento, de un modo masoquista, sino buscar el bien de los demás, siguiendo  a Jesús y abriendo con su vida un espacio de evangelio.  En ese contexto, tomar la cruz de Jesús no ha de entenderse de manera negativa (como expresión de una condena  o sacrificio impuesto), sino como afirmación personal, como opción a favor de Jesús y de la vida mesiánica.

‒ Aclaración: Pues quien quiera salvar su vida/alma ése la pierde... (16, 25). El hombre está llamado a “encontrar” su vida. No nace ya hecho, acabado, sino que debe hacerse a sí mismo, descubriendo su alma (yuch.), su vida personal. Quien quiera ganarla/conquistarla como propiedad o tesoro egoísta ése la pierde y se pierde, cerrándose en sí mismo. Por el contrario, quien esté dispuesto a perder su vida, como y por Jesús, por los otros (regalándola así, gratuitamente), ese la gana, se gana, en plano de evangelio y humanidad. El hombre es siempre un ser de gracia y solo gratuitamente (dándose/perdiéndose a sí mismo) puede hallarse. 

‒ Razonamiento: ¿Qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida/alma...?(11, 26). Alma es la vida que se recibe y ofrece gratuitamente, la hondura del ser humano, la propia identidad. Entendida de esa forma, el alma (yuch,) de cada hombre o mujer (ser humano) es más que el mundo entero y no se puede comprar ni negociar con nada, porque pertenece al misterio de Dios.  ¿Qué la vale al hombre construir todos los Vaticanos, si para ello tiene que perder el Evangelio?

Todo lo que se puede adquirir con dinero pertenece al mundo externo, como un capital que tenemos y nos tiene, en la línea de Mt 6, 24 (a no ser que se venda y regale el dinero a los pobres: 19, 21). El alma, en cambio, no se compra ni negocia, porque forma parte del misterio de Dios, revelado por Jesús. Los anti-valores que defiende el Sanedrín  e incluso  Pedro pertenecen a este mundo, en plano de plano de lucha. Uno puede ganarlos y perder su vida en ello.

‒ Profundización escatológica: “Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces responderá a cada uno según su sus obras” (16, 27). Jesús ha comenzado diciendo que debía ir a Jerusalén y morir (16, 21). Ahora ratifica su propuesta, desde la perspectiva del Hijo del Hombre que ha de venir, desvelando la verdad de cada uno (que recibirá según Sus obras). Todo lo anterior se entendía en forma antropológica, como expresión de una verdad humana. Pues bien, todo se entiende ahora en forma escatológica: Ésta es la verdad y sentido de la vida que vendrá a expresarse en la venida del Hijo del Hombre (el mismo Jesús), que responderá (apodoôsei) a cada uno, ratificando desde Dios el sentido de su vida.  

Las palabras centrales de esta sección (el que pierda su vida por Mí la encontrará”: 16, 25) muestran que la vida humana no es algo que se posee como un objeto (un tesoro externo), sino que constituye una realidad paradójica que solo se “tiene” perdiéndola, es decir, regalándola, en la línea de Jesús, un proceso vital que se parece al de un grano de trigo (una simiente) que sólo se conserva en la medida en que muere para que nazca una nueva planta, una espiga (tema de las parábolas, 13, 25-30, recreado por Jn 12, 24)[8].

Estas palabras expresan la paradoja fundamental de la existencia mesiánica, en línea de gratuidad (no de masoquismo), de resurrección (no de pura muerte). Sólo de esa forma podemos vivir en gozo intenso. Los códigos sociales dominantes suscitan cierta paz grupal, pero solo con violencia exterior (expulsión de los distintos) e interior (imposición). Jesús ha superado esas formas de violencia, quedando en manos de las jerarquías de Jerusalén, pero abriendo un espacio más amplio de vida para todos.  Su mismo ideal le sitúa en camino de muerte porque en un mundo dominado por la imposición de los más fuertes quien pretenda servir a los demás en gratuidad ha de estar dispuesto a morir por/con ellos. Pues bien, desde ese fondo, tras haberle llamado Satanás, Jesús sigue invitando a Pedro a que le siga, manteniendo la palabra dada: “Tú eres Pedro-piedra, pero sobre la roca de tu confesión de fe yo fundaré mi Iglesia” (16, 16-19)[9].  

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