Dios no es un titiritero

Una amiga mía se estaba preguntando si debería ir a casa por el Día de la Madre. Su compañera de piso estaba volviendo de fuera de la ciudad, donde había asistido a un funeral, y estaba preocupada por la posibilidad de llevar el coronavirus a la casa de sus padres.

"Podría irme ahora, antes de que mi compañera de piso regrese", dijo. "Y entonces podría quedarme toda la semana. De verdad quiero ser una buena hija".

Pero sabía por experiencias pasadas que permanecer una semana entera con sus padres no era bueno emocionalmente para ella. Quería honrar a sus padres, pero no quería ir a casa por un tiempo tan largo.

"Ojalá supiese qué es lo correcto", dijo.

Otra amiga mía está embarazada y tiene un hijo de dos años. Ella y su marido están teniendo un momento difícil intentando decidir las fronteras adecuadas que trazar con sus padres, que quieren estar tan presentes en este momento con ella y con su nieto y no se muestran preocupados por contraer el virus. Mi amiga está luchando con el miedo de ser la responsable de que enfermen.

"Por otro lado", me dice, "no quiero vivir en el miedo. Sé lo importante que ver a Jack es para mis padres". ¿Qué es lo correcto?

Muchos están afrontando decisiones similares, divididos entre el intento de hacer lo correcto y el miedo de elegir el camino erróneo. Necesitamos considerar múltiples bienes -la salud y la seguridad, pasar tiempo con los seres queridos, conservar los trabajos, apoyar a negocios locales que están luchando por sobrevivir-. Muchos de nosotros también nos sentimos llamados a proclamar la verdad sobre el veneno del racismo por medio de la protesta y el activismo. Todos son bienes que merecen ser elegidos, pero ¿Cómo y cuándo? 

Creo que nosotros los católicos en particular, con nuestro énfasis en el discernimiento, a veces tenemos la idea de que debe haber una respuesta correcta, la respuesta que Dios conoce y que espera que nosotros descubramos.

Por desgracia, incluso cuando pongo decisiones como esta ante Dios en oración, lo que he descubierto

es que raramente me ofrece indicaciones claras. A menudo, me parece escuchar al Señor que dice "No tengas miedo". Pero estas palabras consoladoras no se traducen en ningún curso de acción concreto.

Tengo la creciente sospecha de que, a menudo, Dios quiere que yo elija. 

Una frase viene a mi mente: "La dignidad de ser causas".

En algún momento distante del pasado, tal vez en la facultad, leí algo de Santo Tomás de Aquino sobre la relación entre la providencia de Dios y nuestra libre voluntad. Tomás pensaba que existe una importante distinción entre la causa primera (Dios) y las causas secundarias -pero afirma que ambas son reales-. Estaba argumentando contra aquellos que ven a Dios manipulando el mundo como un titiritero controla sus títeres. En cambio, dijo Aquino:

Hay ciertos intermediarios de la providencia de Dios, porque Él gobierna las cosas inferiores por las superiores, no por ningún defecto de Su poder, sino por razón de la abundancia de Su benevolencia, para que la dignidad de la causalidad se distribuya incluso a las criaturas (Summa Theologiae I, q.2, a.3)

Por la "abundancia de Su benevolencia", Dios imparte a Sus criaturas -y en particular a nosotros- "la dignidad de la causalidad".

Piensa en ello. Te ha dado la dignidad de ser una causa.

Por la creatividad de Dios, tú también puedes tener creatividad. Puedes hacer música y arte y comidas y relaciones. Y eres verdaderamente tú el que las haces. No separado de Dios, sino con Él. Tu causalidad secundaria y Su causalidad primaria no están en conflicto.

Y eso significa que tú puedes elegir. Elegir de verdad.

Recientemente pregunté a un sacerdote sobre escuchar las inspiraciones del Espíritu Santo y conocer

cuándo deberíamos obrar por una inspiración que parece venir de Dios. Con amabilidad y una sonrisa, sugirió: "Dios quiere que crezcas." Añadió: "Cuando San Pablo habla sobre la plena madurez en Cristo y la libertad de los hijos de Dios, quiere decir lo que dice. Dios quiere que vivas en verdadera libertad. Quiere que tomes decisiones".

Por supuesto, hay momentos en nuestras vidas en los que lo correcto parece bastante claro. Y parte de la confianza en Dios es creer que Él verdaderamente nos da la información que necesitamos para tomar buenas decisiones.

Pero la parálisis católica en torno al discernimiento no ocurre en esos momentos; ocurre cuando parece haber múltiples opciones correctas y tenemos miedo de confiar en nuestros propios deseos o en nuestra propia capacidad de elegir sabiamente.

Hay algunos precedentes en la Escritura de este tipo de momentos, también. Piensa en Adán en el jardín. Dios le permite nombrar a todos los animales. Qué poder, elegir el nombre de otra criatura. Y Dios se lo confía a Adán con su elección, con su creatividad.

Es conocido que San Agustín dijo: "Ama y haz lo que quieras".

Si amas, estarás cumpliendo la voluntad de Dios.

Dejando a un lado el pecado, como lo serían el ignorar el bienestar de los demás o el egoísmo en la administración de tu tiempo y de tus recursos, hay verdaderamente un rango de elecciones, dentro del campo de lo prudencial, para que mi amiga decida cuando visitar a su familia y mi otra amiga marque límites con sus padres. Y Dios bendecirá cualquier decisión que tomen dentro de ese rango. De hecho, creo que Él se deleitará -en el ejercicio de la causalidad que les es apropiado a ellas como seres humanos-.

En estos casos ambiguos, a menudo nos paralizamos porque, aunque sabemos que no estamos eligiendo conscientemente algo pecaminoso, de todas formas vemos el abanico de posibilidades y nos preguntamos si hay una opción perfecta que no estamos considerando. Pero me he llegado a dar cuenta que la idea de lo perfecto es a menudo un engaño del "espíritu malvado", como diría san Ignacio, intentando evitar que decidamos nada. Cuando Cristo dijo "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto", estaba realizando una comparación misteriosa con Aquel que, por Su misteriosa libertad, sin imposición o necesidad de ninguna clase, eligió por la abundancia de Su benevolencia crear el mundo.

Nosotros también estamos llamados a ser co-creadores. También estamos llamados a ejercitar nuestra libertad en el amor.

Tal vez la verdadera respuesta es que Dios se deleita en tus decisiones. Que el mundo está lleno de incertidumbre pero que Él ama tu deseo de hacer lo correcto y también ama tu creatividad mientras trabajas con Él en el proyecto de tu vida. Tomar una buena decisión no significa que evites todo sufrimiento o que puedas predecir todas las consecuencias. Significa que estás utilizando los dones del intelecto y de la creatividad que Dios te ha dado y que en el mismo hecho de utilizarlos Le estás glorificando.

Esto no responde a preguntas específicas sobre cuando es seguro visitar a tus abuelos o si deberías unirte a una protesta pacífica o si deberías asistir a ese retiro de discernimiento sobre la vida religiosa o a una cita con alguien. Pero esa es la cuestión. En muchos asuntos, incluso cruciales, Dios nos ha dado la dignidad de elegir.

Cuando Jesús pregunta al hombre ciego del Evangelio "¿Qué quieres de mí?", verdaderamente está formulando una cuestión. No es una interrogación retórica. Cuando dice, "Vosotros, ¿ Quién decís que soy Yo?", quieren que Sus amigos Le digan lo que verdaderamente piensan. Está bien si Pedro no articula perfectamente la doctrina de la Trinidad tal como fue luego definida en el Concilio de Nicea. Jesús se deleita con su respuesta -y con la tuya-.

Entonces, reza. Habla con un amigo de confianza. Y al final, considera que Dios te ha dado la dignidad de ser una causa y se deleita en tu elección.

Por Maura Shea. Traducido de America Magazine

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