Defiende la vida: ponte una mascarilla

Soy provida. ¿Qué significa eso? Dicho sencillamente, significa que creo que toda vida es sagrada, inviolable y un don de Dios. Esta reverencia por la vida incluye el deseo de cuidar la del no nacido
en el vientre materno, la del anciano en peligro de que le apliquen la "eutanasia", la del refugiado que pasa hambre en la frontera, la del joven que se ve tentado por el suicidio y la del interno que se prepara para la ejecución en el corredor de la muerte.

A la anterior lista de vidas sagradas podemos añadir: la de la mujer que hace cola en el supermercado, la del anciano que se sienta en el banco de la iglesia o la del trabajador que se monta en el transporte público.

Seguramente que todos considerarían esas vidas dignas de protección.

Entonces, ¿por qué no se muestran todos los cristianos convencidos de que llevar mascarilla, mantener la distancia social y tomar las precauciones necesarias para evitar la expansión del coronavirus son actos provida?

Esto debería estar fuera de discusión.

Seguro que conoces las estadísticas. Llevar mascarilla ayuda a reducir dramáticamente la expansión de las partículas que contienen el virus. Permanecer a seis pasos de distancia reduce enormemente la posibilidad de que otros se infecten. Lavarse las manos durante veinte segundos mata al virus.

Estas precauciones se han confirmado una y otra vez por instituciones como el Centro para el Control y Protección de Enfermedades, en muchos estudios universitarios y por prestigiosas publicaciones médicas como The Lancet. A estas alturas estas recomendaciones de salud pública están copiadas en las esquinas de las calles, en muchas tiendas y en las paradas del transporte público. De hecho, el director de la CDC dijo recientemente que si todos llevásemos la mascarilla puesta, el virus estaría bajo control en semanas.

¿Causa molestias? Por supuesto. Llevo la mascarilla cada vez que salgo de la residencia de mi comunidad jesuita de Nueva York, donde en estos días hace calor y bochorno. Durante los meses más fríos me llevó algún tiempo descubrir cómo utilizarla sin que se me empañasen las gafas y ahora es incómodo utilizarla mientras corro por Central Park bajo el calor.

Algunas personas piensan que estas precauciones no solo son incómodas sino una vulneración de sus libertades civiles. Podría proporcionar toda clase de argumentos sobre toda clase de medidas de salud pública diseñadas para proteger a la gente -normas de seguridad alimentaria, normas y señales del tráfico vial y tantas otras- con las que la gente parece conforme. Pero en estos tiempos politizados, incluso cuidar de otra persona se ha convertido en algo político. Ponerse la mascarilla no se ve como una contribución al bien común sino como una afrenta a la libertad personal. (No me estoy refiriendo a las personas que no pueden utilizar la mascarilla debido a sus propias condiciones de salud).

Piénsalo de esta manera: ¿Permitirías a alguien fumar en un hospital? ¿Permitirías que alguien portase un arma en una escuela infantil? Son libertades civiles que estamos dispuestos a limitar para que otros permanezcan sanos y vivos. Es, de nuevo, parte de nuestra contribución al bien común. ¿Por qué es diferente con las mascarillas?

Pero en vez de tales argumentos, mirémoslo desde un punto de vista cristiano.

En la parábola del buen samaritano, en el Evangelio de Lucas, Jesús nos ofrece la historia de un hombre que se desplaza de Jerusalén a Jericó, por un camino notoriamente peligroso, y se ve atacado por ladrones.

Después de ser atacado, aquel hombre ve pasar a otros dos, un "sacerdote" y un "levita". Por fin, alguien para -aunque hacerlo no solo era incómodo sino también peligroso- y ayuda a aquel hombre. Venda sus heridas y lo lleva a una posada. Jesús claramente alaba a aquel prójimo y rechaza a aquellos que pasaron del necesitado.

¿Por qué no se pararon a ayudar los otros dos? O tenían miedo de ser asaltados o, con igual probabilidad, sencillamente no querían ser molestados. Eran demasiado vagos para ayudar a salvar una vida.

El teólogo jesuita James Keenan, SJ, una vez describió la forma en la que Jesús contempla el pecado en la Escritura como la "falta de molestarse en amar". Ahí es donde Jesús coloca continuamente el pecado: no cuando desde nuestra debilidad e imperfección intentamos continuamente hacer mejor las cosas, sino cuando nos creemos fuertes y no se nos puede molestar. A los dos hombres de aquel camino no se les podía molestar.

Así llega a nosotros la pregunta: ¿de verdad eres provida? ¿Reverencias todas las vidas -la del trabajador tanto como la del no nacido-? ¿La del hombre que hace cola en el supermercado tanto como la del que está en peligro de eutanasia? ¿La de la mujer del metro tanto como la del niño con una enfermedad terminal?

¿De verdad quieres ayudar a salvar vidas? Entonces comienza a molestarte. Ponte la mascarilla.

Por James Martin, SJ. Traducido de America Magazine

Comentarios

Entradas populares