Quién nos mantiene unidos

La pesadilla del Covid-19, una pandemia global que ninguno de nosotros había experimentado en nuestra vida, ha provocado estragos en tantas vidas. En todos los sitios aparece la misma señal en los negocios: "Cerrado". Internet nunca había tenido tanto tráfico mundial con clases escolares, trabajos y encuentros desarrollándose online. Las personas de todo el mundo siguen conectándose online con sus seres queridos, sus compañeros de trabajo, sus amigos y conocidos. Los líderes internacionales intentan trabajar unidos; las corporaciones mundiales del sector público responden a la urgente necesidad de ventiladores, mascarillas y camas de hospital. Por una vez, los pueblos del mundo han intentado unirse en el esfuerzo común por el cuidado y la compasión mientras las cifras de muertes ascienden entre miedos que se han apelmazado a nuestros corazones, obligándonos a preguntarnos cómo será la vida cuando el Covid-19 deje de dominar la faz de la tierra.
El Covid-19 ha provocado un impacto en la vida humana, sin distinguir la raza, el credo, la procedencia económica o étnica, la orientación, el género o la clase. Ahora un espíritu de compasión, generosidad, ingenuidad, hospitalidad y creatividad une a toda la especie humana, haciendo que nos demos cuenta de que, a pesar de nuestra diversidad, todos somos uno en la experiencia global de la pandemia.

Esta "unidad",experimentada a lo largo de esta horrible pandemia es, sin embargo, una invitación a la comunidad humana para que, profundizando en sí misma, descubra qué es lo que verdaderamente nos mantiene unidos. Ciertamente, el vínculo no es el Covid-19, sino, en cambio, el Espíritu divino derramado en toda la creación, en toda vida, en toda persona. Las lecturas de este domingo encienden una luz sobre qué es lo que nos mantiene unidos como pueblo agraciado. Para los cristianos, Pentecostés debería ser más que una fiesta litúrgica; debería ser una forma de vida. En verdad, todas las personas forman una unidad en el Uno, juntas y con el resto de la creación, y esa es la palabra evangelizadora que los cristianos están llamados no solo a proclamar sino también a vivir. Sin darnos cuenta de que todos somos uno, no puede haber paz duradera, que es el don que Cristo nos ofrece y espera que de fruto.

Pentecostés es el nombre griego para la fiesta israelita de las semanas y que es la segunda de las tres clásicas fiestas de peregrinación judías: la Pascua, las semanas y las cabañas. Pentecostés era originalmente una fiesta agrícola que celebraba el fin de la recolección. Más tarde se asoció a la entrega de la Ley en el Sinaí. Para los cristianos, Pentecostés pasó a significar el "nacimiento de la Iglesia". Una historia previa en Génesis 11 describe a un grupo de personas que se reparten por toda la Tierra hablando diversas lenguas que ninguno de ellos podía comprender. Aquí un grupo de galileos están reunidos en un mismo lugar. Reciben el don del Espíritu; su lenguaje es diversificado y proclaman las poderosas acciones divinas. La diversidad se convierte en fuente de comprensión y en ímpetu para unir a los pueblos. La diversidad, enraizada en el don del Espíritu, se convierte en el fundamento de la unidad.

El salmo responsorial contiene una invitación a celebrar el poder del Espíritu. Este Espíritu no solo es parte del proceso de la creación sino que permanece inserto en todo lo creado. Si los humanos abrazaran plenamente el poder y el don del Espíritu, cada ser viviente experimentaría renovación y fecundidad, el planeta se sanaría y la violencia terminaría.

El fragmento de la Primera Carta a los Corintios es un recordatorio de que la diversidad emana de la divinidad, que se manifiesta plenamente en tal diversidad. El fragmento también advierte contra la discriminación religiosa, étnica o de clase. En el corazón de toda vida se encuentra el Espíritu, el don ya dado, que tiene el poder de unir a todos y a todo en el Uno. La discriminación, el aislamiento, la alienación y la separación indica la profundidad de nuestra crisis espiritual, especialmente entre los poderes hegemónicos de nuestros días.

Por último, el Evangelio nos recuerda que el Espíritu, en la forma de Cristo Resucitado, tiene el poder de atravesar puertas cerradas. El don de la Pascua y de Pentecostés, el don de Cristo, es la paz, que es un don del Espíritu. La paz, la esperanza de toda la creación, es un regalo ya dado, que está esperando a que la humanidad sepa hacerlo florecer.

En resumen, los acontecimientos catastróficos a menudo unen a las personas y pueden sacar lo mejor de ellas. Ningún acontecimiento, sin embargo, tiene el poder de ser tan sostenedor y transformador de la vida como el Espíritu que a todos nos ha sido dado para beber.

Por Carol Dempsey. Traducido del National Catholic Reporter

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