Es solo el comienzo

Raramente es algo tan simple como parece a primera vista. Después de que Jesús invitase a Tomás a tocar sus heridas, todos los discípulos se habían convertido en discípulos de buena fe, ¿no? Pues no.

Con la festividad de la ascensión (celebrada formalmente el jueves) hemos completado cuarenta días de Pascua -el mismo tiempo que pasamos en cuaresma-. Por desgracia, en la Iglesia occidental no le prestamos a este tiempo de alegría la misma clase de atención que le prestamos a la Cuaresma. Es un poco como nuestras tradiciones nupciales: después de poner un gran énfasis en preparar ropas y anillos, flores, asistentes y la recepción, los años que la pareja pasa verificando la verdad de sus votos son tratados como una secuela poco interesante. Lo mismo ocurre con el tiempo pascual: incluso si pasamos horas celebrando la vigilia, llega el lunes de pascua y la mayoría de nosotros vuelve a su rutina como si siguiésemos viviendo en un mundo pre-Resurrección.

Tal vez proporcione algún consuelo saber que no somos los primeros en actuar así. Escuchemos atentamente las lecturas de la Ascención. Lucas comienza los Hechos de los Apóstoles con gran sangre fría diciendo algo así como: "Ya escribí un libro que cuenta todo lo que Jesús comenzó a hacer y a enseñar hasta el día en el que se marchó". La mayoría de nuestras traducciones se saltan esa pequeña palabra, "comenzó", pero eso es lo que Lucas escribió. Lucas parece estar imitando a Marcos, cuyo Evangelio se abre con la línea "Comienzo del Evangelio de Jesús el Cristo". Marcos estaba avisando a sus lecturas de que todo lo que seguiría en Su Evangelio era solo el comienzo. Su respuesta determinaría si ese comienzo evolucionaría, radicalizando y sacralizando cada dimensión de la vida humana, o si se apagaría en una piedad domada.

Lucas nos ofreció otra velada expresión de ambivalencia apostólica cuando dijo que el Señor resucitado "se presentó vivo a ellos mediante muchas pruebas". Lucas parece estar incitándonos a preguntar por qué necesitaban muchas pruebas. Como mínimo, nos está revelando que les llevó un tiempo a los discípulos convertirse en genuinos apóstoles. Mateo alude a lo mismo al final de su Evangelio al decir que, cuando los discípulos se encontraron a Jesús en la montaña, le "vieron, le adoraron, pero dudaron". La resurrección de Jesús era más de lo que ellos podían asimilar intelectual o incluso espiritualmente. Estaban confusos porque su experiencia parecía una prueba y tenían miedo de confiar en ella.

La liturgia de hoy nos invita a reflexionar de nuevo sobre las pruebas que hemos contemplado en este tiempo pascual: el símbolo de la tumba vacía que alimenta nuestra intuición de que la muerte no puede ser el final; la experiencia palpable de la misericordia y el perdón divino; los corazones ardientes cuando escuchamos el mensaje del Evangelio; una impresión interna que nos empuja hacia lo que el Evangelio llama metanoia; o la valentía y la paz que proceden de la confianza en Dios. Estas son las experiencias específicas sobre las que hemos reflexionado en las últimas seis semanas. La vida humana continuamente nos ofrece experiencias que podemos interpretar como indicios intuitivos que nos dan razón para la esperanza y motivación para buscar el crecimiento en nuestra fe.

Hubiera sido hermoso que Jesús se hubiese esperado a que Sus discípulos estuviesen convencidos -que supiesen en su cabeza, en su corazón y en sus tripas quien era Él y lo que significaba-. Pero Jesús no se movía en el terreno de la ciencia y sus evidencias; Él trabajaba en la dimensión de la fe, un movimiento de crecimiento constante de la duda y el miedo a la confianza y la paz. Los discípulos eran, en gran medida, como nosotros. Aunque no estuviesen plenamente preparados, había llegado el momento de que Jesús les pasase el testigo de Su misión. No lo sabían todo, pero era el tiempo de que comenzasen a practicar lo que Jesús les había enseñado. Ya tomemos el relato de Mateo del mandato de Jesús de bautizar o la narración de Lucas de Jesús enviándoles a dar testimonio ante el mundo entero, estas lecturas nos cuentan que el tiempo del discipulado había llegado al final. La era apostólica estaba amaneciendo. Desde entonces hasta ahora hemos vivido en tiempos apostólicos, la época de practicar el cristianismo como aprendizaje existencial. El envío de los apóstoles inauguró la última fase de la obra de salvación de Jesús.

El cristianismo tal vez sea más simple de lo que pensábamos. Porque el cristianismo no es, al final, una filosofía, un conjunto de dogmas o un sistema de liturgias, no asimilaremos la Buena Noticia si no nos hacemos parte de la misma. Comprenderemos la Pascua cuando comencemos a vivir como si la muerte realmente hubiera sido vencida. Conoceremos al Cristo que mora en nosotros si permitimos que Su gracia nos mueva a dar la vida por los demás. Entonces experimentaremos la vida en un mundo post- resurrección como parte de una comunidad apostólica de buena fe en construcción.

Por Mary McGlone. Traducido del National Catholic Reporter

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