Ascensión en tiempo de duelo

El pasado domingo recordamos la ascensión de Jesús al cielo. Cuarenta días después de la resurrección, Jesús abandona físicamente la tierra y Sus seguidores son testigos de Su partida. Las lecturas del pasado domingo nos ofrecen instrucción y esperanza a aquellos que debemos intentar seguir construyendo la comunidad de fe sin que Jesús esté físicamente con nosotros. Cuando muchas personas luchan con la pérdida de sus seres queridos, el pasado domingo fue un gran recordatorio del consuelo del Espíritu Santo y de la importancia de honrar a aquellos que han pasado a la vida eterna.


En el Evangelio del pasado domingo, escuchamos el relato por Mateo del envío de Sus discípulos que realiza Jesús, concediéndoles autoridad para enseñar y bautizar. Mateo añade que, aunque adoraban a Cristo resucitado, algunos tenían dudas. Tal vez sea una referencia a la tradición de Tomás dudando de la resurrección que se describe en el Evangelio de Juan. Los apóstoles dubitativos nos hablan de la incerteza que estos primeros líderes afrontaron en el período post-Resurrección. Jesús concede autoridad a los apóstoles, pero también consuelo, recordándoles que estará con ellos a lo largo de su camino.


En la primera lectura de Hechos, Lucas conecta la ascensión con la promesa del Espíritu Santo. Lucas también añade el elemento del tiempo, diciendo que durante cuarenta días Cristo resucitado realizó apariciones y habló sobre el Reino de Dios. El número cuarenta tiene un significado simbólico en la tradición bíblica. Jesús ayunó durante cuarenta días antes de ser tentado; Moisés pasó tres períodos de cuarenta días cada uno en el Monte Horeb, ayunando, recibiendo la ley y rezando; los israelitas caminaron durante cuarenta años hasta llegar a la Tierra Prometida. El número cuarenta a menudo se refiere a un período de tiempo largo pero limitado. Las acciones que ocurren en estos períodos son significativas para el desarrollo personal o comunitario.


El tiempo es claramente de interés para los seguidores de Jesús. Cuando Le encuentran en Hechos, Le preguntan si es el tiempo adecuado para restaurar el tiempo de Israel. Jesús les responde que no les corresponde a ellos saber lo que depende del control de Dios. En cambio, les dice que miren al tiempo en el que recibirán el Espíritu como Él les prometió, cuyo descendimiento es celebrado diez días más tarde en Pentecostés. La presencia del Espíritu Santo capacita a los discípulos para ser testigos en medio del mundo, iluminándolos en la ausencia de Jesús.


Pueden realizarse valiosos paralelismos desde estas lecturas, especialmente para aquellos que están sufriendo la pérdida de sus seres queridos. Considera esta analogía: Jesús es una persona que ha pasado por tu vida y los discípulos eres tú que permaneces en la tierra, lleno de dolor, duelo y dudas. Jesús les recuerda a Sus seguidores que Él siempre estará presente, incluso aunque ascienda al cielo. Los seres queridos permanecen en nuestra memoria, corazones y vidas, incluso aunque ya no estén físicamente presentes. Y, como en el pasado, el Espíritu Santo ofrece consuelo. Mas aún, el Espíritu inspira el importante trabajo que todavía ha de ser completado.


Justo antes de Su ascensión, Jesús ofrece un mensaje final: "Seréis Mis testigos en Jerusalén, en Judea y Samaría y hasta los confines del mundo". En Su discurso final, Jesús proclama que Su legado persistirá por medio de Sus seguidores y de su capacidad para compartir la buena noticia. Aquellos que permanecen en este mundo después de que sus seres queridos se hayan ido pueden considerar lo que han de hacer para honrar sus vidas y continuar su trabajo en su ausencia. Esto podría incluir donar tiempo y recursos a buenas causas en su honor o perseguir sueños en su nombre. Honrando a los seres queridos, permanecemos conectados con ellos y compartimos sus vidas con el mundo.


Por Jaime L. Waters. Traducido de America Magazine


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