Hacia una nueva vida

Esta semana, a las personas aquí en Estados Unidos y en particular en Nueva York se nos advierte que nos preparemos para el tiempo más duro y mortífero hasta ahora en la lucha contra el Covid-19.

Nunca afirmaría que Dios de alguna forma se las ha apañado para que el coronavirus se mueva en armonía con las festividades judías y con el calendario litúrgico cristiano.

Con todo, esta semana los judíos comenzarán su Pascua, un tiempo repleto de rituales, lecturas y conversaciones que recuerdan tiempos de profundo sufrimiento y el anhelo humano, siempre presente, de justicia y libertad. 

Y los cristianos, tras pasar por semanas de prácticas cuaresmales, caminarán por los tres actos del relato de la pasión de Jesús, recordando -a través de días de épicas lecturas-, Su sufrimiento, crucifixión y resurrección. 

Incluso aquellos con el más limitado sentido de lo sagrado no pueden evitar el rico simbolismo del momento.

De hecho, lo que algunos han llamado la "cuaresma más cuaresmal de la historia" -marcada por el forzado ayuno de incontables fuentes de estabilidad, comodidad, alegría y placer- ha dado paso a la Semana Santa más horrenda.

Según me hago mayor y me voy viendo cada vez más sobrepasado por el sufrimiento causado por los humanos en este mundo, encuentro que me cuestiono mis creencias más que nunca. También encuentro que un buen número de amigos han dejado de creer algunos aspectos centrales de la fe cristiana, en especial aquellos que encuentran su fundamento en las narraciones de la Semana Santa.

Pero incluso cuando estoy en la más profunda duda, intento recordar esto: no tienes que creer en la literalidad del relato de la crucifixión, muerte y resurrección para encontrarle sentido. Esta semana especialmente, y en particular donde vivo a las afueras de Nueva York, sus temas centrales se están desarrollando en tiempo real.

Para verlo, en primer lugar tienes que dejar de lado la teología de la expiación, que afirma que Jesús se hizo humano, sufrió y murió de una forma brutal para pagar a Dios la deuda por nuestros pecados.

Esta "teoría de la satisfacción" ha jugado un papel central en la teología cristiana durante siglos. Es una idea que la teóloga y hermana de San José, sor Elizabeth Johnson, ha desmantelado brillantemente en su libro La creación y la cruz, en el que nos invita a interpretar la crucifixión de una forma nueva y profunda. La "teoría de la satisfacción", nos dice, es solo una interpretación medieval de los acontecimientos de la muerte y la resurrección de Jesús.

Johnson argumenta que Jesús vino "a traer una buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad de los cautivos, a liberar a los oprimidos", como escribió Marian Ronan en su crítica de La creación y la cruz. "Pero la proclamación por Jesús del Reino de Dios constituyó un serio reto para los romanos que regían Israel durante Su vida". Sus palabras y Su obra "constituían tal amenaza al poder injusto del Imperio que los gobernantes crucificaron a Jesús para silenciarlo".

Jesús también sanó a los enfermos y asumió riesgos radicales como tocar a los leprosos o curar a personas en sábado. Su cuidado por los que sufren también alteró a las autoridades religiosas que estaban más preocupadas por la posición social y la protección personal que en aliviar el sufrimiento.

Vemos un drama análogo en nuestros equipamientos sanitarios hoy. Médicos, enfermeros y demás personal están arriesgando su salud y su vida por bondad profunda y compasión sacrificada. Están desarrollando el trabajo sagrado de encontrarse con una enfermedad terrible y acompañar a los enfermos que, en otro caso, se habrían sentido abandonados. Están clamando por dispositivos básicos con los que proteger sus vidas; están trabajando contrarreloj y están utilizando equipos de protección caseros para que otros puedan vivir.

Y, sin embargo, se están viendo traicionados por personalidades arrogantes que siembran semillas de desconfianza y a los que les preocupan más la popularidad y la forma en la que esta crisis afecte a la economía. Son personajes marcados por la codicia, la ignorancia y el afán de poder y notoriedad. Sus acciones injustas están crucificando a decenas de miles de personas que sufren o sufrirán el Covid-19. Muchas víctimas son pobres y están marcadas por inequidades y pecados estructurales; muchas son personas de color, perseguidas por el racismo sistemático. Todas ellas son víctimas de aquellos que han despreciado flagrantemente las advertencias de los epidemiólogos y de aquellos que se han puesto de lado mientras nuestro sistema sanitario era desmantelado.

Miles más sucumbirán a esta cruel enfermedad, muchas tomando su último suspiro solas. Sus muertes nos están obligando a muchos a pensar en nuestro propio fallecimiento. Muchos de nosotros estamos redactando nuestros testamentos, mientras otros están planteándose sacrificarse, por ejemplo, renunciando al uso de un ventilador, para que alguien más tenga la oportunidad de sobrevivir. Todos nos vemos sacudidos por una forma de duelo que no hemos experimentado antes.

Y, sin embargo, incluso en este tiempo siniestro, se nos dice que hay luz más adelante. Pronto la enfermedad alcanzará su pico y comenzará a descender. A diferencia de tantos en nuestro mundo que sufren mucho más, tenemos razones para esperar que nuestras vidas, y todas sus comodidades y privilegios creados, volverán a la normalidad.

Pero la resurrección no consiste en una vuelta a la normalidad, consiste en una conversión. ¿Cómo cambiaremos después de este inmenso sufrimiento y muerte? ¿Qué aprenderemos?

¿Nuestra experiencia del miedo, de la incertidumbre y de la vulnerabilidad transformará nuestras conciencias de forma que nos identifiquemos y empaticemos con los refugiados, los indocumentados, los enfermos crónicos y los empobrecidos cuyos sufrimientos no terminarán cuando se levante la cuarentena?

¿Creceremos en gratitud y conciencia de la estabilidad, seguridad, abundancia, salud y vivienda de la que disfrutamos y que a menudo damos por garantizadas?

¿Encontraremos una nueva actitud de reverencia por nuestra Tierra que nos sostiene con alimento, agua y, sí, incluso papel higiénico? ¿Aprenderemos que acumular no nos da control, solo niega sus derechos a los demás? Las órdenes de confinamiento en el planeta han reducido significativamente la huella de carbono. ¿Nos inspirará para encontrar maneras de cambiar permanentemente nuestros hábitos y salvar nuestro planeta?

Ya estamos viendo señales de una vida nueva. Con el tiempo extra que se nos ha dado, algunos están siendo creativos con actos simples pero serviciales como cocinar, limpiar, ocuparnos de nuestras casas y estar presentes a nosotros mismos y a nuestros seres queridos. Algunos, los que disponen de espacio, están incluso volviendo a la tierra: la venta de semillas se ha triplicado y cuesta encontrar plantas en las tiendas.

Creas o no en la resurrección física de Jesús, la narrativa de encontrar nueva vida y transformación tras afrontar la injusticia, el sufrimiento y la muerte debería sonarnos a todos nosotros, particularmente esta semana y especialmente después de todo lo que hemos pasado. Al final, este acto final en el drama de nuestra pasión puede ser el más difícil.

Por Jamie Manson, traducido del National Catholic Reporter

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