La cultura de la muerte, del descarte y la idolatría del dinero expuestas en toda su prodredumbre (II)

Con una pandemia azotando el mundo, el congreso aprobando ayudas de miles de millones para evitar la depresión y el presidente desafiando abiertamente el consenso de los expertos en salud pública, solo mantenerse mínimamente informado exige atención a los grandes titulares. Pero eso no debería evitarte que hagas una pausa de unos pocos minutos para leer un notable ensayo publicado recientemente por la publicación religiosa conservadora First Things.



Escrito por el editor de la revista, R.R. Reno, "Di no al dominio de la muerte" es capaz de mostrarnos algo importante sobre el carácter de cierto cristianismo conservador en la era Trump. Desde hace años, los comentaristas han intentado dar sentido a cómo tantas personas que profesan devoción a las enseñanzas de Jesucristo pueden compatibilizar su fe con el ferviente apoyo a aquello en lo que el Partido Republicano se ha convertido en los últimos años. Habitualmente la respuesta tiene que ver con el abrazo del presidente al movimiento próvida, junto con su facilidad para mostrar antagonismos con laicistas progresistas.

Pero Reno pretende ir más allá. En un libro reciente, ofreció un apoyo templado, en términos clásicamente cristianos, al nacionalismo y populismo de Trump. Ahora, en forma de conciso artículo de opinión, ofrece a los lectores una defensa con pretensiones teológicas de la línea de Fox News ante el coronavirus: no cerremos el país por un minúsculo virus maldito, incluso aunque eso signifique que muchas personas mueran. Para aquellos que pretendan conocer cómo podría desarrollarse el cristianismo conservador en el futuro, el artículo de Reno es el escrito que consultar.

En una primera lectura, mi reacción inicial a la pieza de Reno fue quedar paralizado por el hecho de que el director de una revista que siempre se ha definido como radicalmente próvida haya construido un argumento que implica que los cristianos debamos responder a la muerte en masa con un colectivo "bah". Trabajé como editor de First Things entre 2001 y 2005 y me marché después de una discusión ideológica con su editor jefe Richard John Neuhaus. Si FT ha sostenido durante mucho tiempo que el aborto siempre está mal, en cualquier circunstancia, porque la vida humana tiene un valor intrínseco absoluto, Reno parece argumentar... algo muy diferente.

En la visión de Reno, la "vida física" solo es un bien entre muchos. De hecho, sostener que la vida debe tomar precedencia sobre otros bienes como "la justicia, la belleza y el honor" es, afirma, una forma de "sentimentalismo" y nada menos que la evidencia de la muerte y de Satán expandiendo su dominio sobre nuestra cultura y civilización. Esto parecería chocar muy violentamente con las premisas del movimiento próvida. Después de todo, si la vida física puede subordinarse a otras consideraciones, ya no estaremos pensando en términos que justifican prohibiciones absolutas (incondicionales) contra la terminación de un embarazo. Dicho de forma distinta, si la justicia, la belleza y el honor pueden imponerse sobre la protección de la vida física, ¿por qué no la autonomía personal de la mujer embarazada? Parecería que Reno ha despreciado fatalmente el fundamento de su propia oposición al aborto.

Sin embargo, Reno anticipa esta objeción e implícitamente la trata realizando una crucial distinción en su artículo. La lucha contra el aborto, afirma, es una "lucha contra el asesinato". Imponer medidas de salud pública para proteger nuestras familias, comunidades y naciones de una enfermedad potencialmente mortal es, en cambio, una "cruzada mal concebida contra la finitud de la vida humana y la dolorosa realidad de la muerte".

El aborto es un asesinato. La salud pública evita muertes "naturales". Esa diferencia lo es todo para Reno.

Terminar con un embarazo es un gran mal porque es la toma intencionada de una vida humana inocente. Pero otras formas de muerte que ocurren en la naturaleza (que un virus mate a su paciente es un proceso natural), como las muertes que, indirectamente, son causadas por las estructuras sociales y económicas que prevalecen en Estados Unidos, son moralmente indiferentes. Con todo, son desafortunadas. Bien está hacer duelo. Pero, así es la vida. La gente enferma. Y muere. Ocurren cosas malas. Acostúmbrate.

De forma interesante, Reno apunta a algunas de las mayores injusticias del sistema sanitario norteamericano -el hecho de que "medimos la atención médica por el precio, el tiempo de espera y la discrecionalidad médica"- y las ve como prueba adicional de su argumento. Considerar estas normas e instituciones distintivamente estadounidenses como un hecho incontrovertible es aceptar la forma en la que deben funcionar las cosas en un universo gobernado por Dios. Considerarlas como injusticias que claman al cielo para ser resueltas o reformadas, en cambio, es "demoniaco".

Las implicaciones de esta lógica, si las pensamos más ampliamente, son impresionantes. Imaginemos un cruce de calles lleno de tráfico en el que un coche, accidentalmente, atropella y mata a varios niños que caminan a la escuela más próxima. ¿Debería el ayuntamiento situar un guarda allí o construir un puente para que los peatones puedan cruzar evitando que el desgraciado accidente se repita? Según la lógica de Reno, la respuesta es no. La vida es injusta. El mundo es cruel. Los niños, a veces, mueren. Por eso tenemos la Eucaristía y el Rosario -para consolarnos mientras esperamos el retorno de Nuestro Señor Jesucristo y nos guardamos de las tentaciones de Lucifer-.

Aquellos que duden de que las afirmaciones de Reno terminen en tal resignación y pasividad frente al sufrimiento y la muerte deberían prestar atenta atención al tercio final de su ensayo, en el que compara nuestros actuales esfuerzos por detener la expansión del coronavirus muy desfavorablemente con la manera en la que los estadounidenses respondieron a la gripe española hace un siglo. "Su reacción fue muy diferente a la nuestra. Siguieron acudiendo a misa, yendo a representaciones musicales, chocándose en los campos de fútbol americano y encontrándose con amigos... A diferencia de nosotros, aquella generación no quería vivir bajo el dominio de Satán, ni siquiera por una temporada".

Ellos eran modelos de valentía cristiana, mientras que nosotros "somos cobardes miedosos".

Lo que Reno no dice, tal vez porque no le importa, es que aquella insistencia en continuar con una vida normal frente a una enfermedad contagiosa hace poco más de cien años produjo la muerte de más de medio millón de personas en un tiempo en el que la población de Estados Unidos era la tercer parte de la que es ahora. Reno aparentemente cree que sería mucho mejor que dos millones de personas murieran en los próximos meses a que nos quedemos en casa unas semanas.

Reno llama a esto cristianismo, pero se describe más adecuadamente como liberalismo americano elevado a primer principio teológico. Está absolutamente prohibido a los individuos tomar una vida, en cualquier momento desde la concepción, porque hacerlo viola los derechos de las personas. Pero cualquier esfuerzo por pensar en términos comunitarios, de utilizar el poder del Estado para mitigar el sufrimiento masivo o de proteger a nuestros compañeros seres humanos de un daño es "moralismo engañoso", una imposición inaceptable y satánica en el recto orden de las cosas.

Basta de amor al prójimo. Basta de bien común. Basta de sacrificar un poco de libertad individual por algo más grande y más noble que nosotros mismos.

Así como nuestro presidente llegó a la casa blanca hablando de poner América primero y ha terminado utilizando el primer puesto de la nación como un instrumento con el que hacer avanzar su propio poder y riqueza, R.R. Reno se lanzó a defender el nacionalismo "cristiano" y se encuentra en cambio justificando la indiferencia ante el sufrimiento y la muerte de sus compatriotas estadounidenses y llamándolo la voluntad de Dios.

Lo que convierte la obra de Reno, la divinización del individualismo egocéntrico e inmisericorde, en el complemento religioso perfecto de un Partido Republicano que ha sido recreado a la imagen de Donald Trump.

Por Damon Linker. Traducido de "The Week"

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