Una fe de esperanza, promesa y misericordia

El miedo es la raíz de muchos de los actuales problemas que afronta la Iglesia Católica.

El pasado mes de septiembre, el papa Francisco llamó la atención sobre unos artículos publicados en La Civiltá Cattolica. Los artículos, publicados por el jesuita Fray Antonio Spadaro y por Marcelo Figueroa, trata sobre una cultura del miedo y de la intolerancia dentro de la Iglesia Católica que es dañina para los creyentes. El papa Francisco definió estos artículos como "importantes" y recomendó su lectura y estudio.

"Leerlos os hará ver que hay sectas que no pueden ser definidas realmente como cristianas. Predican a Cristo, sí, pero su mensaje no es cristiano", dijo el papa Francisco.

He sido testigo personal de ello cuando un familiar, católico, se ha transformado en un fundamentalista duro no muy diferente a un protestante evangélico radical -una transformación que creo que responde al miedo-. Es más, creo que la explotación del miedo por sacerdotes abusadores sexuales ha perpetuado culturas de abuso dentro de la Iglesia Católica.

En La Civiltá Cattolica, los autores Spadaro y Figueroa se refirieron a un "culto del apocalipsis" y a algunos que se identifican como católicos pero que "se expresan de formas que hasta tiempos recientes eran desconocidas en esa tradición y utilizan tonos mucho más próximos al evangelismo".

"La suya es una fórmula profética: lucha contra las amenazas a los valores cristianos americanos y prepárate para la inminente justicia del Armaggedon, para la lucha final entre el bien y el mal... Cada proceso (sea de paz, de diálogo, etc.) colapsa ante las necesidades del fin, de la batalla final contra el enemigo. Y la comunidad de creyentes (de fe) se convierte en una comunidad de combatientes (de lucha)", observan los autores.

El artículo continúa señalando que tales aproximaciones pueden "anestesiar conciencias" o apoyar "representaciones atroces y dramáticas" del mundo.

Por desgracia, este análisis se corresponde con mi familiar. Al cabo de algunos años, he visto como mi familiar se transformaba, de una persona apaciblemente religiosa a alguien obsesionado con el apocalipsis mientras absorbía la influencia de medios "católicos tradicionales". En mi opinión, el miedo fue el factor clave.

Mi familiar escuchaba la radio "cristiana" y prefería ver la misa televisada en lugar de acudir a la iglesia. En los años 2000, uno de sus predicadores favoritos era Fray John Corapi. "Tu madre viste botas de combate", solía decir Corapi frecuentemente de la virgen María. Su propia orden religiosa posteriormente confirmó las acusaciones de que Corapi mantenía actividad sexual con mujeres adultas, abusaba del alcohol y de las drogas y violaba sus votos de pobreza. Ya no es un sacerdote en activo. Su orden afirmó en un comunicado de 2011 que Corapi estaba "confundiendo" a los católicos por sus "falsas afirmaciones y caracterizaciones". No estoy seguro de hasta que punto Corapi influyó en el pensamiento de mi familiar; sin embargo, era claramente un devoto seguidor suyo.

Las visiones religiosas de mi familiar se hicieron temerosas e intolerantes. Este cambio no puede adscribirse definitivamente a una fuente concreta, ya que consumía diversos medios religiosos, incluidos libros, y escuchaba diversas emisoras de radio cristianas constantemente.

Su personalidad cambió; perdió el interés en antiguos hobbies y olvidó a antiguos amigos. Incluía la religión en cada conversación. Hablaba sobre los "perdidos y los salvados", como si la salvación estuviese predeterminada. Denunciaba a las personas con diferentes sistemas de creencias como "enemigos" religiosos. Se centraba en el apocalipsis -parecía disfrutar desarrollando teorías sobre cómo terminaría el mundo-. Su punto de vista era oscuro y negativo. Ningún intento de exponerle opiniones alternativas positivas podía cambiar su mente. Como consecuencia, nos distanciamos.

Mientras mi familiar se consideraba católico, había fabricado en esencia su propia religión fundamentalista con elementos del evangelismo radical o de una versión extrema "Edad Media" de la cristiandad.

Esta mentalidad veía a Dios como una deidad volátil como el concepto romano de Júpiter, siempre listo para castigar, herir y lanzar rayos, siempre necesitado de ser calmado. No quedaba espacio para el amor del sagrado corazón de Jesús ni Su divina misericordia, ni siquiera para la misericordia del Niño Jesús, que eligió nacer en un establo para redimir a la humanidad.

En la base de todo esto estaba el temor. El miedo ha creado atmósferas de intolerancia y opresión dentro de la Iglesia. El miedo no solo ha deformado la actuación de algunos creyentes católicos, sino que también ha fomentado una cultura de abuso entre el clero.

Observo que el miedo ha sido utilizado habitualmente por sacerdotes abusadores y criminales encontrados culpables de abuso sexual como medio de controlar a creyentes y víctimas. Los sacerdotes abusadores descritos en el informe del gran jurado de Philadelphia utilizaron el miedo para silenciar a las víctimas y dominar a los creyentes. Crux informó recientemente que el miedo fue un elemento del poder sostenido por el obispo Michael Bransfield de Wheeling-Charleston, Virginia, acusado de acoso y comportamiento depredador. Los abusadores a menudo cultivan apariencias pías mientras utilizan la autoridad para crear miedo en los demás y preservar el control.

La explotación del miedo por sacerdotes acosadores me recuerda el argumento de la película clásica de 1955, "La noche del cazador", un relato de ficción extremo de comportamiento criminal enmascarado tras el celo religioso. El villano de la película, actuado por Robert Mitchum, es un criminal que pretende ser un predicador protestante; literalmente se escapa impunemente tras cometer un asesinato porque utiliza el fervor religioso y aquellos que admiran su falsa piedad no le cuestionan. Esta imagen cinematográfica tal vez sea demasiado exagerada. Sin embargo, el escenario merece provocar el pensamiento, especialmente en un tiempo en el que las revelaciones de horroríficos abusos sexuales dentro de la Iglesia se conectan con la explotación del miedo y de la autoridad clerical.

El catolicismo no es una religión de miedo. Es una fe de esperanza, promesa y misericordia. El testimonio de Jesucristo no nos enseña a tener miedo. El mensaje de Jesus a Santa Faustina sobre la divina misericordia era que las almas confiasen en Su misericordia -la esencia de Su amor-. El papa San Juan Pablo II animó e inspiró a muchos católicos -yo mismo incluido- durante su tiempo de vida con su lema: "No tengáis miedo".

Los autores Spadaro y Figueroa escribieron que el papa Francisco "está desarrollando una contranarrativa sistemática a esa narrativa del miedo. Hay una necesidad de luchar contra esta manipulación en un tiempo de ansiedades e inseguridad."

Los católicos deben retornar a sus creencias centrales en la bondad y en la misericordia de Dios para practicar la fe de una forma saludable y positiva.

Por Zita Ballinger Fletcher. Traducido del National Catholic Reporter

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