¿Nunca más?

Hay muchas cosas en nuestra cultura occidental que son peligrosas: nuestra afición por los narcóticos, por ejemplo, que ha producido el "efecto colateral" añadido de llenar de violencia e inestabilidad los países al sur de nuestras fronteras debido a los carteles de la droga; la consideración de todo como un objeto de consumo, desde las navidades hasta el amor; las grandes desigualdades en los ingresos y el consiguiente aumento de la xenofobia nacionalista, porque "nosotros" y nuestro capitalismo nunca hemos de ser culpados de nuestros propios errores. La lista sigue.

Pero uno  de los atributos más peligrosos de nuestra cultura es nuestro sometimiento a una memoria selectiva y ese carácter selectivo de nuestra memoria ha estado a plena vista en los últimos días. El recuerdo de la Shoah es uno de los momentos más críticos de nuestra cultura, entre otras razones, no la menor, porque los supervivientes están muriendo ahora, como se evidenció en la conmemoración, el 27 de enero, de la liberación de Auschwitz. Sin testigos directos, podemos estar seguros de que el negacionismo del Holocausto crecerá y una nueva rama del árbol maligno del antisemitismo producirá frutos envenenados.

El eslogan "nunca más" está en los titulares de los periódicos y en los labios de nuestros políticos y autoridades. Salvo porque tenemos que olvidar gran parte de la historia de los 75 años transcurridos desde entonces para pronunciar tales palabras sin avergonzarnos.

Cuando las tropas del general Ratko Mladic perpetraron la masacre en Srbenica, cuando año tras año, la siega de Sarajevo continuó con protestas diplomáticas pero nada más desde occidente, nosotros los occidentales fuimos testigos del genocidio y no hicimos nada durante demasiado tiempo. La OTAN dijo que correspondía a la Unión Europea, y la Unión Europea miró a la OTAN, sin que nadie se percatase de que los países miembros de la Unión Europea y de la OTAN vienen a ser casi los mismos. Las Naciones Unidas enviaron tropas de mantenimiento de la paz, pero cuando Mladic les ordenó que se marchasen, se fueron. La limpieza étnica se desarrolló por todos los bandos. Nunca más.

En Rwanda, la carnicería fue incluso peor. Las estimaciones varían entre medio millón y un millón de asesinados, y no por francotiradores desde las colinas sobre la ciudad, ni siquiera por rifles automáticos disparados frente a una multitud. Muchos, tal vez la mayoría, fueron asesinados mediante machetes. Los asesinos pudieron mirar a las víctimas a los ojos, escuchar sus llantos, observar el horror en sus caras mientras mataban a sus hijos. Las mujeres fueron violadas antes de ser asesinadas. El presidente Bill Clinton dijo que lo que mas lamentaba de su mandato fue no haber hecho más por parar las matanzas, pero afirmó que desconocía su alcance. Fue una mentira mucho más trascendente que aquella otra según la cual "no había tenido relaciones sexuales con cierta mujer". Nunca más.

Mientras escribo, más de un millón de musulmanes uigures en China han sido encerrados en campos de concentración en lo que constituye, como mínimo, un genocidio cultural. Puedes estar seguro de que nuestros gobiernos no dirán "esta boca es mía" al respecto mientras negocian acuerdos comerciales con el gobierno comunista de aquel país. ¿Apostamos algo a que la comunidad internacional mirará para otro lado cuando se abran los Juegos Olímpicos de Invierno en Pekín dentro de dos años? Nunca más.

Hay debate académico sobre si las matanzas en masa en Bangladesh, Camboya y Guatemala constituyen genocidio. Lo que distingue al genocidio no es el número de víctimas sino el propósito: el primer judío asesinado por los nazis fue tan víctima del genocidio como el número seis millones, y los judíos no eran asesinados debido a ninguna lucha política. Incluso los judíos cuyos talentos eran valiosos para el régimen eran exterminados.

En los casos de Bangladesh, Camboya y Guatemala, la violencia política se entremezcla con la étnica y racial. Personas de la misma religión, raza o nacionalidad matan a otros de su misma religión, raza o nacionalidad porque dificultan un determinado objetivo político -o eso dicen quienes consideran que no se pueden clasificar como genocidio en el sentido estricto del término-. Por ejemplo, las matanzas en Camboya se desarrollaron a una escala masiva, pero parecen haber sido una extensión de la revolución cultural en aquel país más que un intento de exterminar a una raza de personas. Si estos incidentes no son genocidio, sin embargo son, más allá de toda duda, asesinatos en masa, y nuestra sensibilidad moral debería quedar tan ofendida por los asesinatos en masa políticos como por el genocidio strictu sensu. Nunca más.

Hay otras razones para prestar atención moral e intelectual al aniversario de la liberación de Auschwitz. Algunos de los supervivientes de los campos de la muerte han percibido un ascenso del antisemitismo alrededor del globo. Ha habido un incremento en el número de incidentes antisemitas aunque es menos claro si se ha producido un aumento del número de personas antisemitas. En todo caso, deberíamos preocuparnos, si no hay más antisemitas hoy que antes, pero ahora se sienten más inclinados a exhibir su odio en actos de violencia, los tiempos siguen siendo peligrosos para los judíos.

El rabino Jonathan Sacks, antiguo rabino jefe del Reino Unido, habló sobre el ascenso del antisemitismo en el Partido Laborista el año pasado. Entre otras cosas, dijo: "El odio que comienza con los judíos nunca termina con los judíos". Lamento la afirmación del rabino. El odio hacia los judíos es moralmente despreciable incluso si solo se extendiese hacia los judíos.

El Partido Laborista británico no es la única fuerza política en la que el antisemitismo ha levantado su sucia cabeza. Sin abandonar la legítima crítica de las políticas desarrolladas por el Gobierno israelí, dada la larga y única tenacidad que demuestra el antisemitismo en la cultura occidental, al criticar a las autoridades israelíes hemos de extremar el cuidado en no cruzar la línea.

La historia a menudo parece un largo catálogo de crímenes, pero ningún crimen es comparable a la Shoah. En el corazón de las sociedades más civilizadas, tuvo lugar el asesinato de los judíos, y no solo por los "nazis", de los que a veces se habla como si fuesen extraterrestres, sino por miles de abuelos y abuelas de los actuales alemanes, polacos, ucranianos, croatas, y por no pocos miembros del clero también. Vichy mantuvo viva la llama de la colaboración y pasó la antorcha del antisemitismo en Francia a Jean Marie Le Pen y a su terrible hija Marine para que siga entre nosotros hoy. El gen recesivo más malvado en nuestra cultura occidental, "cristiana", es el antisemitismo, y su apoteosis fue la Shoah.

Resultado de imagen de juan pablo II muro lamentaciones"La Iglesia Católica ha recorrido un largo camino. Primero vino el ejemplo del, a la sazón, nuncio Angelo Roncalli, luego papa Juan XXIII, ofreciendo certificados bautismales a los judíos durante la guerra. Luego vendría Nostra Aetate, la declaración seminal del Concilio Vaticano Segundo que repudió para siempre el antisemitismo. El papa San Juan Pablo II tiene mucho por lo que responder en otros asuntos, pero sus imágenes entrando en la gran sinagoga de Roma, viajando a Jerusalén y rezando en el Muro de las Lamentaciones, ordenando a las monjas que abandonasen su convento en Auschwitz, son actos que hablarán a su favor cuando la historia comience a formarse un juicio sobre su pontificado. De hecho, que dos papas sucesivos, uno de Polonia y otro de Alemania, hiciesen tanto por avanzar en la causa de las relaciones católico judías es una realidad notable y llena de gracia. El papa Francisco ha continuado tan noble esfuerzo.

Pero solo un estúpido no se preocuparía por la dirección que está tomando la cultura occidental y no hay mayor luz amarilla parpadeante que el ascenso del antisemitismo y la incapacidad de aprender las lecciones de la Shoah. ¡Pobre humanidad! No es cierto que la historia se repita. La historia es lo único que no se repite. Pero nosotros repetimos los errores que fluyen del odio en nuestros corazones. ¿Nunca más? Desgraciadamente, ese es solo un eslogan por ahora imposible de creer.

Por Michael Sean Winters. Traducido del National Catholic Reporter

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