Vayamos, pues, a Belén

"Los pastores se dijeron unos a otros: 'Vayamos, pues, a Belén, veamos este acontecimiento que el Señor nos ha dado a conocer. Fueron, pues, sin tardanza, y hallaron a María y José y al niño acostado en el pesebre" (Lc 2, 15-16).
Los Evangelios de Navidad, como los de Pascua, están llenos de verbos de movimiento. El nacimiento de Jesús, su venida a nosotros, ha provocado de hecho una especie de efecto dominó: María y José, los ángeles, los pastores, los Reyes Magos... todos se mueven, se desplazan de un lugar a otro. Todo debido al nacimiento aparentemente normal de cualquier niño en Belén en ese momento.
Los pastores, para saber lo que el Señor les anunciaba a través de los ángeles, tenían que moverse. "Vayamos, pues, hasta Belén... Sólo así podían ver y conocer finalmente, es decir, experimentar lo que los ángeles les habían anunciado.


La invitación también se dirige a nosotros hoy. Para ir a ver, para saber.
"Esta es la señal para vosotros: encontraréis un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre" (Lc 2, 12). ¿Qué nos indica el signo de Belén?
Si buscáramos la esperanza solo dentro de nuestros pequeños asuntos humanos, tendríamos muy poco para seguir adelante.
Debemos aceptar la fragilidad de la vida política, que se percibe cada vez más alejada de la vida real de la población y aparentemente incapaz de abordar sistemáticamente los enormes problemas sociales y económicos de nuestra región. En este contexto, es difícil ver cómo es posible dar un mínimo respiro a la cuestión israelo-palestina, que pesa sobre la vida de una gran parte de nuestra comunidad.
La llegada de cada vez más peregrinos de todo el mundo trae una sonrisa a muchas familias que pueden trabajar con serenidad. A pesar de ello, en gran parte del territorio de nuestra diócesis, el trabajo sigue siendo el principal problema para muchas de nuestras familias. También somos testigos del empeoramiento de las condiciones de vida de tantos trabajadores extranjeros e inmigrantes. La idea de emigrar se convierte en una tentación, un pensamiento persistente en muchos de nosotros. Podría seguir por mucho tiempo con esta letanía de dificultades. Todo, en definitiva, parece decirnos que hablar de esperanza es simple retórica, un alejamiento de la verdadera realidad de nuestra tierra.


Recordemos, pues, que los tiempos de Jesús no fueron mejores que los nuestros. Estaba la ocupación romana, estaba Herodes, estaban los varios centros de poder... después de todo el hombre no parece haber cambiado mucho desde entonces.
Pero ¡ay de él! Ese no es el mensaje de la Navidad. El nacimiento de Jesús no borró ninguno de los dramas políticos, sociales y económicos de Su tiempo. Jesús no vino a revolucionar las estructuras sociales de Su tiempo, no quiso conquistar el poder, sino el corazón del hombre. Así es como cambió el mundo.
Mi pensamiento y mi agradecimiento se dirigen, pues, a los muchos y a las muchas personas que con amor, en silencio y sin clamor, todavía hoy entregan libremente sus vidas y sus corazones.
A los padres que, a pesar de las muchas dificultades, han tenido el valor de mirar hacia el futuro y dar esperanza a sus hijos. A los muchos trabajadores y voluntarios que pasan su tiempo en hospitales, hogares para ancianos, hogares para discapacitados. A nuestros jóvenes que no renuncian a soñar con un futuro mejor. A los que trabajan por la justicia y la dignidad de todos. A nuestros sacerdotes, a los religiosos y religiosas que, a pesar de la soledad y los malentendidos, siguen dando su vida por sus comunidades. A los que, en definitiva, han comprendido que ser cristiano significa dar la vida, amar libremente, sin esperar nada para uno mismo, porque ya lo tienen todo. Son personas que tienen en su corazón una gran esperanza, un deseo sincero y profundo que los lleva a salir de sí mismos y a estar atentos al otro. Solo con esta esperanza, la esperanza que el Espíritu Santo ha puesto en nosotros, podremos realmente cambiar el mundo.
Después de haber visitado la mayoría de nuestras comunidades parroquiales y religiosas, debo decir que aún hoy, y a pesar de todas nuestras limitaciones, esto sigue sucediendo. Entre nuestras muchas contradicciones, de hecho, he encontrado por todas partes personas felices, dedicadas con constancia al servicio de su familia, de su comunidad, de su realidad de vida.
Son la esperanza de nuestra Iglesia. En ellos, aquí, se sigue celebrando la verdadera Navidad.
Que su ejemplo y sus vidas continúen cambiando los corazones de muchos. Estoy seguro de que es la única manera en que podemos hacer verdaderamente feliz a esta atormentada Tierra Santa.
Feliz Navidad y próspero año nuevo!
+Pierbattista Pizzaballa, administrador apostólico de Tierra Santa

Comentarios

Entradas populares