Dios es Palabra

De manera sorprendente  el evangelio de Juan (1, 12-13) amplía y aplica la Navidad de Jesús (nacer de Dios, concepción por el Espíritu) a todos los que escuchan y acogen la Palabra:

A quienes la recibieron (a la Palabra de Dios) les dio el poder de ser Hijos de Dios; los cuales no han nacido (no han sido engendrados) ni de las sangres, ni del deseo (=voluntad) de la carne, ni del deseo (voluntad) de un varón, sino que han nacido de Dios.
Desde ese fondo quiero ofrecer una sencilla Teología de la Navidad, como introducción a esta gran fiesta de Dios y del Hombre que celebran (celebramos) los cristianos. Nace Dios en nosotros, es Su fiesta. Nacemos nosotros en Dios, es nuestra fiesta.
Nacemos todos y somos, unos en los otros, ésta es la fiesta universal de la vida sagrada, en este diminuto Planeta de la Navidad, que es la tierra, perdida en un espacio infinito de fuerzas, movimientos, astros y asteroides que parecen vagar y perderse en su nada. Dios en salida, esto es la tierra, es Navidad. 
Jesús, nacimiento universal
Conforme al texto citado de Jn 1, 12‒13, todos los que confían en el Dios de la Vida y de Él provienen (provenimos) son Palabra de Dios encarnada, como ha sido Jesús (Palabra hecha carne: Jn 1, 14). En esa línea quiero hablar de un mesianismo universal de la Palabra proclamada y compartida, en contra de otros de tipo particular: 
‒ Éste no es un mesianismo guerrero, Cristo no es un conquistador. Los Salmos de Salomón recuerdan que Dios escogió a David por rey y aseguró con juramento que sus hijos gozarían del reino para siempre (Sal Sal 17, 5). Pero ese salmo sigue diciendo que el pecado de Israel truncó la promesa (Sal Sal 17, 6-22), de forma que debe elevarse la voz del orante: "Mira, oh Señor, y ensalza entre ellos a su rey...; cíñele de fuerza, de manera que pueda aniquilar a los poderes enemigos y limpie a Jerusalén de los paganos..." (17, 23-24).
El rey a quien espera el orante de este salmo es Hijo de David (17, 5. 23) y Ungido del Señor (17, 36; 18, 6. 8). Su tarea primordial será instaurar el reino de Israel, venciendo a los poderes enemigos y logrando así el dominio sobre todos los pueblos de la tierra (17, 23-27). Pues bien, conforme a todo lo que venimos indicando, un reino extendido por dominio militar va en contra del Cristo Jesús. En la Navidad no celebramos, por tanto, un mesianismo guerrero de grandes vencedores, sino la Navidad de la Vida en los pequeños y los pobres, en los niños.
‒ Éste no es un mesianismo clerical, Cristo no es sacerdote superior, ni un mago celeste de templo. Los ambientes sacerdotales del entorno de Jesús consideraban primordial el orden cúltico y religioso del templo. Por eso, junto al mesías de David (guerrero) insistían en el Mesías de Aarón (Gran Sacerdote). Esta dualidad mesiánica, insinuada en Zac 6, 9-14, ha sido temáticamente desarrollada en Test XII Pat y en algunos textos Qumrán. El rey, mesías de David (o de Israel) dirigirá el combate, como jefe de batalla, pero ha de hallarse sometido a la norma y dirección del Sumo sacerdote, jerarca sacral y mediador de Dios para los hombres. Cf. Test Levi 18; Test Judá 24; CD VII, 18 XIX, 7; 1Q Sa II, 12 1Q Sb V, 20.
Pues bien, en contra de eso, Jesús se opuso al orden sacerdotal del templo, con su jerarquía de levitas superiores. El Cristo que ha nacido en Belén no ha sido un mesías sacerdotes, sino un niño de pueblo, en el entorno de Jerusalén, un niño de todos, para todos, la humanidad entera como “niño de Dios”, Dios hecho niño, aprendiendo a vivir y viviendo en la trama de dura y tierna historia de los hombres.
En una línea regia y/o sacerdotal, Jesús no hubiera sido mesías para todos. Conforme a la “lógica de Dios”, Jesús (Dios niño) no ha impuesto el Reino por la fuerza, ni ha sido Sumo Sacerdote de Jerusalén,  sino  Mensajero y Presencia (=Palabra) de un Dios que es principio de comunión (=salvación) universal. Posiblemente se consideraba “hijo de Dios”, pero no para imponerse sobre otros, sino para abrir entre (para) todos un camino de Palabra compartida.
No vino de un cielo superior de imposición, de manera solo transcendente, para realizar un juicio supra-temporal, sino que surgió en la historia de esperanza de Su pueblo, centrada, simbólicamente, en la figura de David. En esa línea, -El actuó como rey sin reino (sin ejército, dinero o territorio, sin estrategia militar…), como hombre de Dios, Dios-hombre al servicio de los pobres, desde Galilea, mirando hacia Jerusalén, donde subirá para proclamar Su (una) Palabra que es presencia salvadora, universal de Dios, nueva humanidad.             
Nacer de Dios, ésa es la Palabra
Éste es el testimonio clave de la Navidad, conforme a Jn 1, 14: La Palabra se hizo carne, es decir, un niño. Jesús es la Palabra que nace, el mensaje de la vida que es Dios, esperanza de resurrección (de culminación) para los hombres. . En ese contexto debo insistir en la importancia de una cristología de la Palabra resucitada y resucitadora, mostrando así que Jesús es Cristo por ser (y siendo) palabra de Dios encarnada:
‒ Jesús es “palabra creadora”, en la línea del Logos-Dabar de Gen 1 y de los profetas. Pero el autor del Génesis y los profetas suponen que Dios‒Palabra no se ha encarnado del todo en los hombres. Ciertamente, ellos han proclamado un mensaje muy hondo, como muestran Amós y Jeremías, Ezequiel e Isaías II, pero (conforme a una visión recogida en Hbr 1, 1‒4, cf. cap. 5‒8, 19) ellos nunca han dicho plenamente la Palabra, de forma que no se identifica con Dios en amor, en sanación, en presencia personal (resucitada).
‒ Jesús es Palabra‒Persona,de manera que en Él se identifica lo que Él es y lo que dice, con lo que dice y es Dios, de tal forma que Sus seguidores le han podido llamar Palabra de Dios (=Dios Palabra humana). Ciertamente, él no ha dicho “yo soy la Palabra de Dios”, pero sus discípulos le han visto así, y así le han comprendido, como ha puesto de relieve el evangelio de Juan. En ese sentido podemos afirmar que Él ha muerto por ser Palabra de Dios (como a profeta falso le han condenado), y sólo así, por ser Palabra Viva (=Dios Palabra) ha resucitado.
Los profetas habían sido “portadores de la Palabra”, y de esa forma ratificaban sus oráculos con la expresión: ¡Así dice Yahvé, Palabra de Dios! Pues bien, Jesús no ha sido sOlo Palabra de Dios por lo que ha dicho, sino por lo que ha sido, de manera que le llamamos Mesías (Hijo de Dios, Salvador…) por ser Palabra, principio de comunicación universal, como ratifica su pascua. Ciertamente, en un sentido, “Jesús ha muerto”, pero ha muerto por hacerse (=para hacerse) palabra de comunicación universal, en amor, sobre la muerte.
En esa línea, Él permanece y actúa como Palabra de conocimiento y amor personal, y de esa forma se expresa y culmina en la resurrección. Así entendida, la Palabra es Dios en el tiempo, como ofrenda de vida que se comunica y existe muriendo… Por eso Jesús ha nacido para dar la vida, para morir creando humanidad. Por eso, como sabe la iglesia de Oriente, la Navidad resulta inseparable de la Pascua: Es nacer para acoger la vida de todos y para morir dando a todos la vida.
En ese sentido, Jesús ha nacido y muerto (ha sido enterrado), como grano de trigo. Ha nacido muriendo, es decir, dando vida, como Dios Palabra, que se va transmitiendo de generación en generación, conservada y recreada en la memoria eterna de la Vida, de tal forma que en ese nivel podemos definirle como memorial (presencia) de todas las palabras vividas en la historia. Jesús no es “logos” (Palabra) de Dios en un plano ideal, sino por lo que dice y hace, por la forma en que muere, ofreciendo su mensaje a todos, por Su resurrección, entendida como triunfo y permanencia de la Palabra:
‒ La Palabra de Dios no es algo por encima del hombre, como una ley que se impone, sino el mismo ser humano, en comunicación de vida (es decir, de Palabra) que se extiende a todos, empezando por los excluidos, los enfermos, los considerados impuros. En esa línea, Juan ha definido a Dios como Palabra universal de comunicación de vida, identificando esa Palabra con el mismo Jesús, que es así mesías de la comunicación.
‒Ser-hombre en plenitud es Ser-Palabra, y por eso creer en el Logos‒Jesús significa creer en la comunicación que triunfa de la muerte. Lo que era diálogo del Padre y del Hijo se vuelve amor hecho palabra concreta de (y para) todos los hombres. De esa forma, el Logos‒Dios se ha hecho Palabra histórica en Jesús, comunicación creadora y liberadora en la historia humana.
En esa línea, cuando decimos que Jesús es “Logos de Dios” no le estamos dando un título filosófico, que se impone artificialmente desde fuera, ni le aplicamos un concepto que pueda separarse del conjunto de Su vida, sino al contrario: Esta confesión de Jesús como Palabra encarnada y resucitada nos sitúa no sólo en el centro de la Biblia (¡Palabra de Dios!), sino de toda la vida humana:
‒ El Logos de Jn 1, 1‒18 es la misma Palabra de siembra de Mc 4, 2‒9 par: la vida de Jesús, difundida en su mensaje y en sus obras. Del Jesús que siembra la palabra al Jesús que es Palabra podemos trazar un camino básico de cristología. Si el Logos de Jn 1 se separa del mensaje y vida de Jesús (Mc 4) se convierte en mito gnóstico.
‒ El Logos de Jn 1 es la Palabra del mensaje o kerigma que Pablo ha colocado en el centro de su cristología, la palabra enviada por Dios (Gal 4, 4), que se identifica con Jesús resucitado. El Cristo pascual es Dios hecho mensaje, de manera que la Cristología ha de centrarse en Su Palabra de evangelio, hecha fuente de vida.
Finalmente, Jesús es Palabra de resurrección en la vida de la Iglesia, en la que cada hombre o mujer (cada creyente) es una encarnación diminutiva y luminosa de la misma Palabra de Dios que lo sigue creando y manteniendo todo, por medio de nosotros (aunque nosotros podemos negarnos a ella y destruirla, destruyéndonos a nosotros mismos).
Mataron a Jesús‒Palabra, pero Dios ratificó Su camino, resucitándole de entre los muertos y haciéndole principio de diálogo salvador para todos los humanos. Entendida así, la palabra de Dios es resurrección. No es que primero haya Dios como silencio o vacío (sin comunicación) y que luego Dios se comunique, haciéndose Palabra. De manera sorprendida y gozosa (uniendo Gen 1 y Jn 1, con Ap 20), de principio a fin, la Biblia muestra a Dios como Palabra que se encarna y despliega en la palabra‒vida de los hombres, como principio de vida, es decir, de resurrección (cf. Jn 1, 1-4). 
Navidad, compartir la Palabra
Desde ese fondo, apoyados en la Palabra creadora de Dios en Jesucristo, podemos afirmar que la
Iglesia es la comunidad de aquellos que comparten y expanden la Palabra, como principio de resurrección. La Iglesia no es una simple unión de gentes de razas distintas, sino una comunidad de dialogantes que comparten de tal forma la vida que al darla resucitan, esto es, viven en aquellos que acogen la palabra.
 ‒ Muchos dicen que la comunicación universal, real y concreta, entre todos los hombres es imposible: desiguales nos ha hecho la naturaleza, desiguales debemos seguir los humanos, en camino en que los fuertes dominan e imponen su verdad sobre los débiles. Por eso, más que la universalidad inoperante importa la operatividad de los poderosos.
Otros (ciertos postmodernos) afirman que no hay logos universal, ni lenguaje unitario para todos. Cada grupo humano tiene su verdad parcial, de manera que estamos ante un mosaico de palabras particulares, desiguales, quizá complementarias. Toda búsqueda de comunicación total acaba siendo dictadura de los fuertes.
En contra de eso, a lo largo de la Biblia, de Gen 1 a Jn 1, afirmamos que es posible la comunión universal por la palabra encarnada (nacida) y resucitada: Aquello que somos y damos (llegando a morir al serlo y darlo) resucita en aquellos que la acogen. Sin ese principio de comunicación “natal” (engendradora) de cada nacimiento humano y “pascual” (de resurrección por la palabra) no se puede hablar de verdadera humanidad, ni de futuro, pues los hombres solo viven (vivimos) por donación gratuita y creadora de unos a los otros, es decir, por la palabra compartida. Si niegan la palabra, si no la transmiten en gratuidad, si no la reciben y ofrecen unos a los otros (desde, con y para los más pobres), los hombres terminan matándose a sí mismos. Desde este fondo, retomando el despliegue de esta Teología bíblica cristiana, podemos ofrecer estas propuestas:
Creer en Jesús es creer en la comunicación universal, en gratuidad no impositiva, entre todos los hombres, creyendo así en la resurrección: La Palabra que somos y damos resucita en aquellos que la acogen. Por eso, los cristianos debemos elaborar una hermenéutica dialogal, concretada en la escucha mutua, no como dogma separado de la vida.
Dios es Palabra (Jn 1, 1), es decir, se expresa a sí mismo, se dice y despliega, porque es comunicación, no solo en sí, sino en los hombres, que en ella viven y son (como podemos decir, evocando el texto clave de Hch 17, 17‒28) y sobre todo el prólogo de Juan, cuando dice que todo existe (se crea) a través de la Palabra (Jn 1, 1-4).
La fiesta de Navidad es fiesta de la Palabra de Dios que nace en humanidad y que resucita, desde la primera creación (en la que surge a la vida por palabra de Dios)hasta la culminación en Cristo, Palabra humanada que resucita en aquello que la acogen. Por eso, hombres y mujeres somos Palabra en Dios, pues de ella hemos nacido y en ella somos en Cristo, que no tiene más autoridad que la Palabra que llama e invita, corrige y anima, en camino de resurrección.
Por Xabier Pikaza. Publicado en Religión Digital

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