Es el agradecimiento el que nos hace felices

Mañana, nosotros en los Estados Unidos celebramos una fiesta nacional que ha existido como tal desde que Abraham Lincoln la declaró en 1863. El significado de Acción de Gracias ha sido fuente de gran disputa, confusión y desarrollo desde que a principios del siglo XVII los peregrinos (término aplicado a finales del s. XIX a los colonizadores puritanos teocráticos) llegaron a Nueva Inglaterra en 1620 y celebraron algún tipo de fiesta de la cosecha en 1621.

(Unsplash/Tatiana Rodriguez)Hace mucho que se reconoce que la compleja relación entre los colonizadores ingleses y los pueblos indígenas ha sido ignorada en las presentaciones estándar de aquella "primera Acción de Gracias". Lo que es más relevante, si hubo en realidad alguna clase de comida pacífica o de celebración entre las dos comunidades, esa tranquilidad poco duró porque los colonizadores terminaron diezmando a los indígenas Wampanoag por medio de la fuerza y de la enfermedad en apenas una generación desde aquella comida.

Si los orígenes históricos de Acción de Gracias son complicados y no bien comprendidos, las cosas no han ido mucho mejor en nuestro propio tiempo. En las últimas décadas, esta fiesta se ha comercializado y se ha transformado en un acontecimiento de mercado, con las tiendas llenas de pavos, de calabazas y de adornos sobre los peregrinos, con las tiendas pidiendo reservas previas para la edad y la calidad del pájaro de tu elección.

Esta toma capitalista de la fiesta históricamente dudosa ha empeorado en los últimos años con su creciente parasitación por el "Black Friday", que se extiende hacia atrás, forzando a aquellos que trabajan en el sector comercial y de servicios a abandonar su propia oportunidad de mostrarse agradecidos con sus seres queridos para servir los deseos insaciables de las masas hambrientas de compras (afortunadamente, esta tendencia parece haberse reducido algo por la indignación pública).

Si las preguntas y preocupaciones que rodean a la fiesta de Acción de Gracias en el pasado y en el presente nos pueden dar razones para la desesperanza ante la celebración de esta fiesta pública, creo que en realidad hay buenas causas para rehabilitar esta fiesta, especialmente desde una perspectiva cristiana católica.

Ya que Acción de Gracias se ha identificado con el último jueves de noviembre, coincide justo antes del final del calendario litúrgico. Es conocimiento común que el fin de semana que sigue inmediatamente a Acción de Gracias marca el primer domingo de adviento, apertura del nuevo año litúrgico. Acción de Gracias, aunque se vea típicamente como una fiesta laica, en realidad ofrece a los cristianos un momento de frontera para hacer una pausa entre el entonces y el ahora, el aquí y el allí, lo viejo y lo nuevo, lo ya presente y lo que todavía no ha llegado. Es un buen momento para examinar la vida propia, para mirar al año próximo a concluir y para considerar lo que nos espera.

En particular, es una oportunidad para hacer una cierta memoria de agradecimientos. ¿Qué ha sucedido (o qué no ha sucedido) en el último año por lo que estás agradecido? Al mirar a los meses pasados, ¿dónde se ha hecho Dios presente en tu experiencia? ¿Cómo has cultivado un espíritu de agradecimiento y gratitud por lo que has recibido, por las personas con las que te has relacionado, y quién eres como un don encarnado, vivo, digno de ser amado, de Dios?

Este último punto es importante. Con demasiada frecuencia cualquier articulación explícita de agradecimiento en Acción de Gracias tiene lugar cuando el anfitrión de la cena invita a los reunidos a compartir algo por lo que están agradecidos (es decir, cuando el anfitrión señala y pone en el foco a los invitados). Lo que habitualmente resulta en una letanía de declaraciones superficiales pensadas cinco minutos antes de que la cena esté servida. Aunque bien intencionada, es una declaración compartida habitualmente bajo presión y sin mucha reflexión. Pero no tiene que ser así.

Una rehabilitación de Acción de Gracias nos ofrece la oportunidad de renovar la práctica de la gratitud, no como una tradición a cumplir una vez al año, sino como una práctica regular en el aprendizaje de ver a Dios en todas las cosas y de abrirnos a un espíritu de agradecimiento por todo lo que somos y lo que hemos recibido.

Esto no es una llamada a la banalidad bienpensante, como si ser agradecido significase dejar de lado el verdadero dolor, el sufrimiento y la pérdida experimentados en uno u otro grado. Es, en cambio, una invitación contracultural que nos reta a ver el bien en medio del mal, el don detrás de la lucha, la esperanza que derrota al miedo, la vida que prevalece sobre la muerte.

Cuando pienso en el potencial que tenemos para transformar nuestra comprensión y práctica de la Acción de Gracias, pienso en las iluminadoras palabras del benedictino Hermano David Steindtl-Rast, que resumió bien la importancia de una "vida agradecida" en una popular charla TED hace algunos años. Reconociendo que todos quieren ser felices, Steindtl- Rast explica "no es la felicidad la que nos hace agradecidos; es el agradecimiento el que nos hace felices".

Las sociedades occidentales con su foco en el comercio nos venden que una vez que seamos felices, normalmente después de algún tipo de compra o de alcanzar un logro social, entonces llegaremos a un estado de gratitud y contento. Steindtl-Rast explica que esto simplemente es un non-sequitur.

Nos llama en cambio a una "vida agradecida", la práctica de adquirir conciencia de que cada momento es un "momento dado", de que cada momento es un regalo. Steindtl-Rast no dice que tengamos que agradecerlo todo. Reconoce que hay muchas, muchas cosas -como la violencia, el sufrimiento, la infidelidad, etc.- que no deberíamos de agradecer. Pero afirma que no obstante deberíamos tratar de agradecer cada momento dado, incluso en medio de realidades difíciles.

Ofrece una metodología simple para la práctica de una vida agradecida: Para. Mira. Ve.

Primero, necesitamos aprender a parar, a hacer una pausa intencionada en el caos de la sociedad que nos aplasta con cada vez más rapidez. Igual que nuestras vacaciones se han convertido en un objeto de consumo y de comercio, lo mismo ha ocurrido con nuestras vidas y nuestro tiempo. Se nos desanima a descansar, se nos dice que somos vagos o improductivos si no hacemos más y más en nuestro trabajo. Necesitamos aprender a bajar el ritmo y a permanecer.

Después, debemos entrenarnos en el mirar, no solo con los ojos sino con todos nuestros sentidos e incluso con todo nuestro ser. Una vez que hemos parado, podemos comenzar a entrar en armonía con la belleza, el amor y la presencia divina en y entre nosotros. Pero exige práctica e intención e implica que no podemos ir por la vida con el piloto automático.

Por último, Steindtl-Rast dice que si abrimos nuestros corazones para ver verdaderamente lo que hay a nuestro alrededor con gratitud, ello nos conducirá a la acción, que es donde viene el "Ve". Esta experiencia nos puede conducir a expresar cuidado, preocupación y amor por los demás. Nos puede conducir a expresarnos con creatividad. Nos puede conducir a simplemente apreciar y disfrutar el momento en el que nos encontramos. Sea lo que sea lo que se nos llame a hacer o a estar si primero hemos parado y mirado.

Nuestro reto esta semana es ver Acción de Gracias como una oportunidad importante para renovar nuestro compromiso con la disciplina permanente de la gratitud. Al hacerlo, podremos arrojar nueva luz sobre esta fiesta no comprendida y mal apreciada.

Que la celebración de Acción de Gracias de este año sea para cada uno de nosotros un tiempo para volver a comprometernos en ser un pueblo agradecido haciendo una pausa en el estrés de la vida moderna; viendo el mundo de nuevo con ojos capaces de reconocer el Espíritu de Dios presente en medio de nosotros; y actuar de tal manera que seamos evangelizadores del agradecimiento, encarnando la acción de gracias en toda nuestra vida.

Por Daniel P. Horan, OFM. Traducido del National Catholic Reporter

Comentarios

Entradas populares