Salvarnos en el "Internet católico"

El lunes fue uno de los días más descorazonadores que nunca haya visto en el internet católico, si no el peor. (Por "internet católico" no me refiero a una página o marca específica, solo es un término colectivo para describir a las personas, publicaciones y organizaciones católicas que utilizan internet, o que comentan en él sobre el catolicismo).

Después de que unos vándalos entrasen en una iglesia en Roma y se grabasen a sí mismos robando la imagen de una mujer embarazada que había sido utilizada en las oraciones de los pueblos indígenas en torno al sínodo sobre la Amazonía, autodefinidos católicos tradicionalistas radicales corrieron a las redes sociales y a sus webs para alabar el robo como un acto noble, supuesta defensa de la Iglesia frente a influencias paganas o satánicas. Poco les importó que, como señaló el recién canonizado San John Henry Newman, la Iglesia ha ido incorporando elementos culturales de muy diverso origen, incluso pagano, desde sus mismos comienzos.

Diferentes comentaristas han respondido sabiamente desde diversas perspectivas a los vergonzosos acontecimientos racistas y sexistas, pero quiero hablar específicamente de ese internet católico que facilita el flujo de la hostilidad y el odio cada día.

Para orientar a los menos conocedores del mismo, el Internet católico no es distinto a nuestra gran Iglesia en algunas cosas: diferentes grupos, diversas prioridades, pero momentos de verdadera oración, de apoyo mutuo, de aprendizaje, de belleza. Puedes interaccionar con hombres y mujeres santos y crecer en la virtud.

Pero en otro sentido, el internet católico no es la Iglesia en absoluto. Ante todo, no es una experiencia personal y los usuarios pueden esconderse tras seudónimos, lo que convierte en mucho más fácil la emisión de insultos y ataques ad hominem que si hubiese que pronunciarlos cara a cara. Hay un contenido realmente lleno de odio ahí, a menudo lanzado al ciberespacio por aquellos que se justifican presentándose como los justos soldados en las guerras de la ortodoxia. Cualquier referencia al Internet católico como una "comunidad", debe por ello realizarse entre grandes asteriscos.

En segundo lugar, el internet católico atrae a aquellos con las opiniones más extremas y las voces más rotundas como la luz a las polillas. Cada conflicto es elevado, cada emoción es intensificada. El 90% de los católicos que se sitúan en algún punto intermedio está muy débilmente representado. En tercer lugar, la combinación de estas dos características hacen del internet católico un lugar lleno de lecturas movidas por el odio y por el morbo y es difícil luchar contra la tentación de comprobar qué disparate ha soltado tu bloguero o teólogo menos favorito esta mañana. Este comportamiento es más común que el verdadero diálogo.

La pregunta con la que he estado luchando desde el lunes es, ¿qué debería hacer al respecto? No soy un activo combatiente en las trincheras de internet, pero por tomar prestado el título de uno de los libros de Thomas Merton, soy un "espectador culpable". Estoy al acecho, arrojo alguna granada pasivo- agresiva por allí, la borro después. He desarrollado algunas reglas de comportamiento en redes e interacciones del Internet católico que parecen funcionar bastante bien en la mayoría de las ocasiones. Me permiten participar en las discusiones, intentando dejar un buen contenido, sin quedar atrapado en el lodo.

La primera regla es organizar "mi internet" cuidadosamente. Hay cuentas de twitter, páginas, blogs, verdaderamente fantásticos e informativos ahí fuera. Son alimento para mi fe. Los encuentro y los sigo. No sigo otros. El principal problema de esta regla es que puede convertir mi experiencia de internet en una cámara de eco, que me muestre solo opiniones e ideas con las que estoy de acuerdo. Para evitarlo, intento que mi selección la marquen más el tono y la generosidad de espíritu que los puntos de vista concretos sobre materias discutibles.

La segunda regla es utilizar las opciones de "silenciar" o no recibir información de algunas cuentas o personas con liberalidad. "Muting" me mantiene fuera del alcance de algunos individuos enfadados sin que ellos lo sepan. 

En tercer lugar, en palabras del columnista Albert Burneko, está bien desconectar. Necesito salir de ahí de vez en cuando. Probablemente, necesito hacerlo con más frecuencia de lo que lo hago. Dejar el teléfono en casa, en lugar de llevarlo siempre en el bolsillo, parece ayudar. Algunas de mis personalidades favoritas en Twitter desactivan sus cuentas en ocasiones durante días o semanas. Yo todavía no lo he hecho.

En cuarto lugar, aprendido de mi amigo Michael Bayer, no entro en conversación con cuentas o comentarios anónimos. Cualquier parecido a una conversación real en internet exige dos personas reales, responsables de sus palabras.

En quinto lugar, no hagas comentarios, no compartas o twittes cosas que no te atreverías a decir en la vida real. Fácil. Y sexto y culminante punto, resumen de todos los anteriores, siempre reza más e intenta parecerte más a Jesús en todas tus interacciones, online y offline. Simcha Fisher habló sobre ello en su reciente artículo sobre el vandalismo en torno al Sínodo amazónico.

"Todos quieren imitar a Jesús en el momento en el que mostró su ira con los cambistas en el templo. Hombre, no eres Jesús para saber cuando está justificado", dice. "Es mucho más seguro intentar imitarle en el 99% restante de los Evangelios: cuando predica la Buena Nueva, cuando alimenta a Sus ovejas, cuando entrega Su cuerpo, cuando fija Sus ojos firmemente en el Padre y nos pide que hagamos lo mismo".

Es un buen consejo para nosotros, gentes de internet. Recemos para obtener la fortaleza de seguirlo.

Por Mike Jordan Laskey. Traducido del National Catholic Reporter

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