Conociendo a una familia amazónica católica

Estamos a tres horas de caminata de la carretera más cercana en la que un coche nos soltó a los tres -un guía nativo peruano, un viejo amigo y yo. Caminamos por la jungla, todavía húmedos por la intensa lluvia a pesar de las altas botas de cuero y de los ponchos de fuerza industrial.

El bosque se abre y una luz gris recae sobre un chacra, una superficie de tierra cultivada que indica que alguien está viviendo cerca. Veo una planta con su gigantesca piña; plantas de pino, de albahaca, de yuca, de coca; unas hierbas amarillas que llaman flores de los muertos (para las infecciones cutáneas), unas hojas parecidas a las de palmera llamadas limonata (para los resfriados y la fiebre) y otras muchas que no reconozco.

Sea cual sea la familia que mora aquí, tienen gran parte de lo que necesitan para acompañar a los animales que cazan y al arroz que compran. Muchas familias de la región consiguen dinero mediante la venta de artesanías que realizan -lazos o papeles con diseños teñidos de rosa suave, obtenido del jugo de una fruta de la jungla-.

En unas decenas de pasos llegamos a una casa de paja con un magnífico tejado cónico, de tres pisos de altura en su punto más alto, hecha con hojas de palma. Dentro, el jefe de este maloca, como se le llama a esta casa tradicional, surge del sucio suelo con las hojas de palma que está utilizando para reparar el tejado.

"Bienvenidos. Cambiaos esas ropas húmedas", dice el anciano de la tribu huitoto, guerrero de la jungla, bautizado como Guillermo y que ahora tiene 74 años. Está delgado, vestido con pantalones de algodón y una camisa que parecen ropa de trabajo, calza sandalias, porta una cara sonriente pero un aire autoritario.

Dos fuegos se sitúan en los extremos opuestos en el exterior de la casa, que se extiende unos 60 pasos en cada dirección. En un fuego, la mujer de Guillermo, Isabel, de la tribu mura, ahuma pescado; en el otro su hija Bianca extiende una onza de chocolate a su hijo de siete años, Axel. La luz penetra por pequeños agujeros en las "paredes". No hay electricidad.

Durante los próximos dos días descubriré que esta es una familia amazónica indígena católica contemporánea que, no obstante, conserva costumbres tradicionales -justo la clase de familia a la que el Sínodo sobre el Amazonas trata de alcanzar y servir-. Entre las tradiciones conservadas por la familia, las cuatro columnas que delimitan el centro de la casa y que honran a la jungla, los animales, el agua y el universo.

"Somos indígenas, pero somos una nueva generación", me cuenta Guillermo. "El mundo ha cambiado mucho. Los nuevos indígenas tienen tecnología. Los niños vienen con una mentalidad más de mirar hacia delante. ¿Por qué? Porque el mundo se está volviendo muy rápido".

Cuánto más rápido se vuelve el mundo, parece que indígenas como Guillermo más insisten en conservar elementos importantes de la forma de vida de sus antepasados. Una base de madera y un pesado instrumento angular permanecen listos para triturar la yuca. Coladores y ralladores compuestos de fibras de las plantas del bosque, utilizados para preparar la comida, cuelgan de una viga. Un tubo cónico de madera y un palo están ahí para moler las hojas de coca hasta convertirlas en polvo. Guillermo tiene autorización para hacer crecer las plantas que tiene en su chacra según su uso tradicional.

La familia de Guillermo vive a pocas horas de camino del pueblo de Leticia, por lo que tienen acceso a misa y a los sacramentos. No es el caso de muchos católicos de la región.

"Hay lugares remotos donde es difícil llegar", dice fray Yilmer Jollman, pastor de la Catedral de Nuestra Señora de la Paz en el centro de Leticia, Colombia. Como resultado, algunos lugares pasan mucho tiempo sin ver a sacerdotes.

En la región inmediata a dónde trabaja Jollman, sin embargo, dice que los indígenas no tienen la idea de que hombres casados se ordenen sacerdotes. "En la realidad de esta vicaría, las comunidades piden acompañamiento, no ordenaciones".

Luis Torres, de 26 años, un laico indio ticuma que administra la oficina de pastoral social de la vicaría, asegura que las mujeres son extremadamente activas como maestras de la fe y en otros trabajos. Le pregunto: ¿deberían ordenarse diáconos mujeres? "Las mujeres son decisivas y están incluidas" en la labor de la Iglesia, afirma. Ordenarlas sería "correcto".

Guillermo e Isabel no habían oído hablar del sínodo. Una noche mientras los demás duermen, escucho desde un banco de madera mientras Guillermo se sienta en una silla tallada de una pieza del tronco de un árbol y habla frente a una delgada llama. Se expresa con una voz lenta, susurrante, sobre el bosque vivo y las conexiones entre hombres, animales y elementos.

"El materialismo", afirma, "está destruyendo el Amazonas", violando la "obra del creador". Añade: "Los árboles son seres vivos. Por eso fueron creados. Dios mantiene la vida. Nuestras vidas. Dios mantiene los árboles".

Mientras habla, introduce un dedo en un recipiente que contiene una mezcla de hojas de coca, de yarumo seco y de cenizas y se lo mete en la boca. Junto con el tabaco, que también conserva frente a él en otro pequeño recipiente, son sustancias que los huitoto creen que inspiran el discurso y dan fortaleza.

Más tarde, mientras descanso en la oscuridad, siento que la gran casa es lo que dijo el indígena, una recreación del mundo, con la contemplación de lo sagrado en su centro, donde habló Guillermo. A pesar de las ocasionales llamadas cristalinas de los pájaros oropéndola y de los sonidos de las ranas próximas, la maloca era en este momento un mundo de completo silencio, un don que solo puede ser posible en un lugar así, la jungla.

Recordé de nuevo la respuesta de Guillermo a mi pregunta aquella tarde, sobre si su fe católica contradecía sus creencias indígenas.

"Cuando uno se bautiza en la religión católica, uno es católico", dijo. "Hablamos de la Tierra, de la naturaleza, pero no tenemos ningún problema en ser católicos, porque el universo es uno. Todo está completo. La jungla, los árboles, son todos creados por Dios. Y Nuestro Señor Jesucristo vino a la tierra para salvarnos de nuestros pecados. Así son las cosas".

Por Mary Jo Mc Conahay. Traducido del National Catholic Reporter

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