Dios no se contenta con un pequeño grupo de elegidos

"Señor, ¿solo unos pocos podrán salvarse?". Las personas que más probablemente formulen tal pregunta seguramente disfrutan de esa confianza autosatisfecha de encontrarse entre la élite que se sienta con seguridad dentro antes de que las puertas del salón del banquete celestial se cierren. Jesús no se iba a quedar atrapado jugando a su juego de la exclusión. En cambio, narró una parábola para confundir sus actitudes rígidas.

Si, por un casual, la pregunta recordó a Jesús la extraña profecía al final del rollo del profeta Isaías, podría haber decidido pinchar a Sus escuchantes para que abriesen sus mentes a perspectivas más amplias. Localizando la lectura de este domingo de Isaías junto con el evangelio, la Iglesia nos invita a complementar una lectura con la otra.

La última parte del libro de Isaías -la primera lectura de hoy- representa una pesadilla para los nacionalistas y los puristas clericales. Según Isaías, el Dios de la Alianza ha decidido reunir a todo tipo de gentes y permitirles entrar en los secretos de la divina gloria. Al final, por si la policía litúrgica del pueblo elegido no había captado por donde iban los tiros, Isaías afirma que Dios convertirá en sacerdotes a algunos de ellos incluso aunque no cumplan el criterio de haber nacido levitas. ¡El plan entero hubiese sido fácil de condenar si no hubiese sido el Señor el que hubiese iniciado todo el lío! Dios parece haber perdido todo sentido del decoro religioso. ¡Imagina lo que esto supondría si se tradujese a términos del siglo XXI!

Jesús retoma el tema de la profecía de Isaías cuando describe al pueblo que estará dentro de la casa del Señor en el tiempo final. Dice que vendrán de las cuatro esquinas de la Tierra. Jesús nos presenta a los invitados de Dios, incluyendo a algunos considerados como "los últimos". Ciertamente no son los tipos más respetables con los que podríamos rodearnos, pero Jesús parece pensar que son aquellos con los que quiere reclinarse en la mesa.

Esto ilumina el mensaje de Isaías. Dios no se contenta con un pequeño grupo de elegidos. Esta idea tuvo un eco contemporáneo en febrero de 2019, cuando el papa Francisco y Ahmed el-Tayeb, el gran imán de Al Azhar, se encontraron en Abu Dhabi y firmaron una declaración de fraternidad. Los dos líderes religiosos acordaron que "el pluralismo y la diversidad de religión, de color, de raza y de lengua son deseados por Dios en Su Sabiduría, por la que Él creó a los seres humanos".

Isaías, el papa y el imán nos conducen a la misma conclusión: Dios ama la diversidad. Eso significa que la gloria de Dios no puede ser vislumbrada sin apreciar la diversidad de pueblos, culturas y criaturas que pueblan el universo. ¿Qué aporta el Evangelio de este domingo a esta perspectiva?

La idea de cerrar la puerta dejando a personas fuera del banquete celestial suena extraña. No casa con la imagen de Jesús que se reclina en la mesa con todos y que exhibe una opción preferencial por personas con baja o mala reputación. Tal vez la clave de esta historia es que Jesús la mencionó en respuesta a personas que sonaban bastante dispuestas a limitar el número de participantes en el banquete. Mientras cuenta la historia sobre la casa, Jesús les dice que el dueño os dirá a "vosotros" que no os conoce. La historia es una advertencia directa.

Aunque Jesús dice que es el dueño el que cierra la puerta, también parece posible que sea la misma gente que quiere limitar la lista de invitados la que efectivamente se han cerrado a sí mismos el acceso al salón de banquetes. Protestan porque ellos comieron y bebieron con Él y porque Él enseñó en sus calles. Pero no afirman haber asumido Sus valores. ¿Recuerdas la historia de Simón el fariseo, que invitó a Jesús a cenar pero no fue capaz de tratarle como a un invitado? Simón acusó a Jesús por permitir a una mujer de mala reputación lavarle los pies. Cenar con Jesús no comporta necesariamente la comunión con Él.

Las lecturas de este domingo predican al coro, con un especial énfasis en aquellos que están orgullosos de pertenecer a la escuela. Estas lecturas nos presentan un retrato del salón de banquetes de Dios como el lugar de encuentro más internacional, ecuménico e interreligioso del universo. Los puestos privilegiados corresponden a los más bajos. La lista de invitados se restringe a aquellos que no la quieren restringir. Los únicos excluidos son aquellos que creen haber conseguido la llave especial que les introduce dentro y deja a la chusma fuera. Su problema es que estarían tan infelices dentro como fuera. No hay ninguna razón para permitirles arruinar la fiesta.

Por Mary McGlone. Traducido del National Catholic Reporter

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