No abolamos el sacerdocio, redimámoslo (II)

James Carroll afirma en un reciente número de The Atlantic que se necesita abolir el sacerdocio antes de que la Iglesia pueda ser reformada. Garry Wills, en su libro de 2013, "¿Sacerdocio para qué?", dice que los sacerdotes son una casta que se autoperpetúa y un vestigio de poder medieval, contrario a la igualdad de todos los creyentes.

Estos escritores se unen a un coro de voces, que se remonta a la reforma, defendiendo que deberíamos dejar atrás el sacerdocio.

Yo no iría tan lejos. Pero después de casi cuatro décadas, primero como seminarista y luego como sacerdote, creo que el sacerdocio necesita reformas -reformas fundamentales-. No necesitamos revestimientos para ventanas. No necesitamos solo algunos cambios en protocolos y procedimientos. Necesitamos cambiar la entera cultura del sacerdocio y del episcopado. Si no lo hacemos, continuaremos en declive y al final colapsaremos en nuestra propia irrelevancia y escándalo.

No creo que nuestros obispos lo consideren así. Piensan que unos pocos cambios en procedimientos y protocolos son suficientes. Luego, de regreso, "business as usual". Su reunión, recientemente concluida, en Baltimore mostró su falta de urgencia. Básicamente, no hicieron nada. No habrá verdadera auditoría externa ni respuestas a los laicos. Se supervisarán ellos mismos y se darán cuenta unos a otros, lo que al final significa no dar cuenta en absoluto.

No se dan cuenta de que el editorial de NCR, publicado justo antes del encuentro en noviembre de 2018, es incluso más cierto hoy: "Se acabó".

Intelectuales como Wills y Carrolls se toman la molestia de escribir libros reflejando su ira, pero la mayoría de la gente, especialmente los jóvenes, simplemente se marchan. Pregunta a tus hijos y nietos adultos. El Centro Pew Research Center nos dice que por cada adulto que viene a la Iglesia Católica cada año, entre cinco y seis se marchan. La Iglesia Católica en el mundo desarrollado se está convirtiendo en un centro geriátrico y en una pieza de museo cultural.

La Iglesia y el sacerdocio necesidad una auténtica reforma.

Necesitamos tratar las cuestiones que impiden a los sacerdotes hablar honestamente a sus feligreses, los escándalos que entorpecen el camino del Evangelio. Necesitamos reabrir las ventanas que se abrieron por primera vez en el Concilio Vaticano II y dejar que la luz del sol y el aire fresco afecten a la misoginia, el carrerismo, la ambición, el amor por el poder y el dinero, la homofobia y la mentalidad del "club de chicos mayores" del clericalismo.

No sostengo mucha esperanza en términos humanos. El clericalismo está profundamente entrelazado con el sacerdocio. Nuestro sistema de seminarios inculca el clericalismo en nuestros seminaristas que por su preparación separada y especial aprenden que los sacerdotes están más para juzgar y gobernar que para servir y sanar.

En cambio, en términos divinos la esperanza es eterna y donde el pecado abunda, sobreabunda la gracia. El entero mensaje de Jesús es de esperanza, en que el pecado y la muerte serán derrotados y lo sorprendente puede suceder por el poder de Dios.

En los próximos meses, planeo escribir varias columnas sobre el sacerdocio.

Se basan en mi experiencia de más de cuatro décadas como seminarista y como sacerdote diocesano. No es un estudio científico. Es un testimonio y reflexión personal. Todos sois libres de estar de acuerdo o en desacuerdo. Pero pienso que yo también debería ser libre para hablar.

Mis columnas tocarán el celibato, la homosexualidad, el carrerismo, la ambición, la corrupción de la riqueza y la misoginia. Mucho de lo que diré será negativo.

Sin embargo, no quiero dar la impresión de que mi experiencia del sacerdocio es infeliz o negativa. Amo ser sacerdote. Amé mi tiempo en el seminario. Amé mi tiempo en la parroquia. El sacerdocio ha sido la mayor bendición de mi vida. La gratitud debería ser el punto de partida de mi reflexión sobre el sacerdocio.

¿Qué he amado de ser un sacerdote?

Ante todo, he amado el sentido de que mi vida es una vocación y una misión, no solo un trabajo.

También he amado a las personas con las que me he encontrado por el camino. Ellos luchan para vivir la santidad en las más difíciles circunstancias -superando adicciones, abusos, aislamiento, enfermedades y desesperaciones con el don de la fe-.

He amado a la comunidad de la Iglesia y a mis compañeros en el camino de la fe, incluidos mis hermanos sacerdotes y maravillosos feligreses. Santo Tomás de Aquino dijo que el deseo más profundo de la persona humana, después de la supervivencia, es la amistad. Los sacerdotes tenemos muchos amigos.

He amado la oportunidad de ayudar a personas con problemas prácticos. He amado escuchar sus dificultades. La Iglesia nos concede los recursos y permisos para pagar el alquiler de una persona, para encontrarle cobijo, para construirles casas y darles lo que sea que necesiten. Nos da el tiempo para acoger a inmigrantes y ayudar a víctimas de desastres naturales, para ayudar a las personas a superar sus adicciones, a hacer la transición a la vida fuera de la cárcel o a encontrar un trabajo. Encuentro todo esto enormemente satisfactorio. Esto es lo que Jesús quería que hiciésemos, ayudar a los más pequeños de Sus hermanos y hermanas.

Ser sacerdote significa pensar sobre las grandes cuestiones. Llegar a preguntarse las preguntas trascendentales sobre la verdad, la belleza, el sufrimiento y la salvación. Los sacerdotes también pueden centrarse en las grandes preguntas humanas. La Iglesia puede no tener todas las respuestas, pero ciertamente si tenemos las preguntas correctas.

Sobre todo, he amado celebrar los sacramentos, especialmente la Eucaristía. Pienso que he celebrado la misa más de 11.000 veces en los últimos 33 años. A menudo después de la comunión, cuando nos sentamos en un momento de silencio, pienso: "¡Qué privilegio es este!ª.

El sacerdocio puede ser creativo. En mi tiempo como sacerdote, he tomado parte en la apertura de una Escuela Infantil, en la de un centro de ayuda a embarazos problemáticos, en la construcción de una iglesia y de un centro comunitario, en el diseño de vidrieras, he escrito una novela y una obra de teatro. ¿Quién más deja su marca en proyectos tan variados?

El sacerdocio no es una vida aburrida. Me ha llevado a todos los sitios. He visitado parroquias hermanas en México y Nicaragua. He trabajado en misiones en Malawi y Etiopía. He repartido ayuda tras huracanes en Mississipi y Carolina del Norte. He conducido peregrinaciones a Israel, Italia, Turquía, Grecia, Irlanda y Francia. He rezado con gente en desiertos y en cimas de montañas, en monasterios y en calles de ciudad. Todo ello en la búsqueda de una experiencia de la presencia de Dios.

El sacerdocio necesita definitivamente una reforma radical. Está herido por escándalos y oscurecido por problemas fundamentales. Pero es también una vida llena de bendiciones. Mis próximas columnas reflejarán lo que creo que debería cambiar. Pero primero quiero decir que he sido bendecido por ser un sacerdote católico.

Por Fray Peter Daly, Traducido del National Catholic Reporter

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